Tusk (Kevin Smith)

Tusk

Cuando Kevin Smith recibía en Sitges el premio a Mejor película por la polémica —más por el conflicto originado entre sus detractores y defensores que por otra cosa— Red State, un film quizá más discursivo que genérico pero en cierto modo infravalorado, parecía abrirse un nuevo camino en el panorama para el autor de piezas clave del cine independiente como Clerks o Mallrats, que encontraba acomodo en un tan extraño como estimulante acercamiento al cine de género. Con Tusk, pues, donde el afamado cineasta volvía a acogerse a una premisa cercana al cine de terror con «mad doctor» incluido, Smith debía corroborar si su primer encuentro con un género al que ni siquiera se había acercado en toda su carrera se saldó con un título mínimamente interesante por un casual, o si en realidad había en él una extraña pulsión oculta hasta ahora que le ha llevado a confeccionar un camino colindante a lo que había dado como resultado su obra para derivar en títulos como la mencionada Red State o esta Tusk que nos ocupa.

Aunque es inevitable remitirse al género al que aluden los últimos trabajos de Kevin Smith (desde esa secta al ya mencionado «mad doctor» apuntan en una dirección esclarecedora), lo cierto es que tanto el modo en que emplea el lenguaje como las herramientas de que dispone hacen de su perspectiva un bastión ciertamente necesario. No, no estamos hablando de dilucidar si ante los últimos trabajos del de New Jersey nos encontramos ante una obra mejor o peor, sino más bien del modo en como se acoge a los códigos y los moldea a su antojo, siendo capaz de fraguar un discurso propio y de emplear una voz personal, algo menos fácil de lo que en apariencia es, en especial tratándose de un cineasta que realiza sus primeras aportaciones a este contexto por más que deje entrever una fuerte personalidad. Ello queda reflejado en un estimulante ejercicio que no consiste únicamente en divisar y deglutir referentes para así poder construir un ejercicio personal: el ideario que dispone Kevin Smith se encuentra entre lo insólito y bizarro, siempre buceando entre escenarios comunes para realizar una puesta en escena que ni siquiera es lo prototípica que uno podría deducir de esos espacios.

Tusk

Esa conjunción tanto de virtudes como de entereza, es lo que precisamente lleva al film a ser algo más que un artefacto extravagante que continúa recurriendo al humor como solución para (en parte) hallar un camino propio, e incluso termina logrando que esos soliloquios en los que el personaje interpretado por Michael Parks —de nuevo impecable en manos de Kevin Smith— parece dotar de otra dimensión al conjunto, terminen adquiriendo cierta relevancia y hasta otorgando una cohesión capaz de engarzar con habilidad el desequilibrado discurso de ese «mad doctor». Así, los instantes en que Tusk decide revelarse definitivamente y enrarecer el ambiente de un modo prácticamente indescriptible, no atienden a la necesidad de buscar un impacto a través del cual el espectador quede descolocado por lo que está viendo, más bien de continuar explorando una vis que con facilidad podría ser presa de un desequilibrio patente o inclusive caer en el ridículo —algo que no pocos le achacaban ya a Red State—. Factores, no obstante, ante los que el cineasta demuestra un dominio asombroso, no ya por escenificar estampas imposibles, sino por saber dotar en cada momento a la obra de un empaque que ni personajes como el interpretado por un magistral Johnny Depp —en una situación que se podría dar con facilidad— logran socavar gracias a la firmeza de un Kevin Smith resurgido para la ocasión del que no podremos esperar otra cosa que más y mejor de ahora en adelante.

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