Zombeavers – Castores Zombies (Jordan Rubin)

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¿Sabes ese conocido que hace la misma broma varias veces? ¿Ese que como nadie se ríe, la vuelve a hacer? ¿Que la recalca incluso con explicaciones, que insiste buscando la comicidad que no se encontró la primera vez ni la segunda? ¿Me explico? ¿Que es capaz de machacarte la paciencia reincidiendo en ella sin parar, incluso usando frases de Los Simpson, que dichas por él no tienen ninguna gracia? ¿Que repite la misma broma sin parar?…

Zombeavers (Castores zombies) se podría englobar dentro del subgénero de tumor; mezcla de terror y humor. Es en cierto modo ese conocido que se la juega con el frikismo, el absurdo y lo autorreferencial y acaba resultando un poco plasta y previsible, con su capacidad para producir pánico en determinadas ocasiones. Pero como suele ocurrir, es más soportable y gracioso cuanto más acompañado y menos sobrio estés, junto a un sexteto cervecil. La diferencia entre Zombreavers (Castores zombies) y uno de estos personajes, es que no niega su condición, acepta su calidad de serie B con gusto y esa autoconciencia es la mayor gracia, si coincides con su sentido del humor.

Un trío de jóvenes estudiantes universitarias se van de fin de semana a la cabaña de los primos de una de ellas, en busca de paz. Alejadas de los hombres y los quebraderos de cabeza que estos generan, intentarán pasarlo bien, tomando el sol y jugando a ‘verdad o reto’, desconectadas del mundo y las modernidades tecnológicas, en teoría. Mientras tanto, en un lago cercano a esa cabaña, unos incautos conductores provocarán un claro caso de contaminación ambiental que desembocará en el título de la película —castores zombies—. Por suerte, la sustancia maligna sólo afectará a los castores madereros y no al resto de seres vivos del lago en el que cae, porque si no estaríamos ante una verdadera amenaza.

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Castores zombies no debe ser juzgada con dureza, es ligera y dura muy poco. No te da tiempo a aburrirte, aunque tampoco te entretenga, contemplas todo desde una indiferencia a veces surrealista y a veces más sencilla. Los guionistas —Al Kaplan, Jon Kaplan y Jordan Rubin— saben que la trama es previsible y lo afrontan poniendo todo su ingenio al servicio de chistes, tanto visuales como verbales, que se encarguen de sorprender al espectador. Lo más interesante es que pasas media película esperando a que se dé una transformación zombi en alguno de los humanos infectados y a que uno de los castores se ponga a hablar con la voz de Constantino Romero. No comento nada más al respecto para mantener la intriga de qué pasará.

En cuanto a los actores, bueno, se nota que se lo pasan bien con un guión que les permite desbarrar y decir frases que homenajean más a películas como American Pie (1999) —con gorro de Jason Biggs en Un perdedor con suerte (2000) incluido— que a películas como Tiburón (1975), pero poco más pueden aportar que gritos de miedo y darle la mayor comicidad posible a cada escena, así como aportar algún momento sensual y medio sexual a la película, como viene siendo habitual desde los inicios del género. Mención especial al cameo de un Jorge Lorenzo falso pescando.

Con un punto de partida similar al de La cabaña en el bosque (2012) y mil filmes más, estéticamente más macarra y juvenil en su desarrollo, también con pequeñas similitudes con el humor de películas como Braindead (1992), Gremlins 2. La nueva generación (1990) o El diablo metió la mano (1999), Zombeavers (Castores zombies) acaba resultando más simple y directa, pero también menos inspirada y olvidable. Ah, pero si os ha gustado, no abandonéis el cine en los créditos finales, que hay doble sorpresa.

¡Cáscaras!, que no he hecho ninguna broma sobre las fans zombis de Justin Bieber, troncos.

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