Tralala (Arnaud Larrieu, Jean-Marie Larrieu)

Un trovador ha caído del cielo. Un poco melódico, un poco rockero, consciente de las rimas y los biorritmos de quien las escucha. Un Serge Gainsbourg de nuevo siglo, con su planta desgarbada y sus ojos arrebatadores, la disposición perfecta para creer en los milagros.

Tralala, lalala, lala, tralalala, la, lala.

Un musical siempre es arriesgado, difícil de dominar y, aún así, una primera vez siempre puede ser un experimento amable, como el que ha surgido de Arnaud y Jean-Marie Larrieu en Tralala, una película de narración sencilla que sabe migrar de las canciones a las conversaciones sin evitar, ni por asomo, la magia ecléctica de la musicalidad.

A través del enredo disfrutamos de la evolución de Tralala, un músico experto, un vagabundo de las palabras que improvisa a los pies de la estación de Montparnasse. Como buen soñador, no evita el misticismo que rodea a la chica de azul que conoce una tarde por casualidad, que alegra su existencia y le guía a un futuro incierto a través de un mechero con la imagen de Lourdes.

Así el tipo de la guitarra eléctrica y las rimas verborreicas llega a la ciudad francesa peregrina por excelencia, donde todas las tonalidades de azul y las canciones ligeras son bien recibidas. Tralala se convierte con facilidad en una comedia, que por momentos se agarra a ese deje romántico y tristón de balada que contrarresta con nuevos sonidos, bailes discotequeros, ‹riffs› de guitarra y algo de ilusión entre sus participantes. La doble vida que experimenta Mathieu Amalric, perfecto en su papel, en sus canciones y en la sonrisa de su mirada, que nos ofrece la viva imagen de la nueva oportunidad para quien todas las tiene perdidas, conquistador de serpientes que sabe revolucionar la vida de todos aquellos con los que se topa y afín a las casualidades, centra una película luminosa donde todo empasta con agilidad.

Atrevida es la idea de ambientar este amago de romanticismo hacia la vida en Lourdes, con todas las implicaciones religiosas que allí habitan, algo que va más relacionado con las apariciones virginales (femeninas, por supuesto) que con las revelaciones santificadas, dando juego en distintos ámbitos, ya sea por las mujeres que arropan a nuestro protagonista —la joven que le hace viajar hasta la ciudad, la madre que le arropa, las amantes que le veneran— o por el hecho en sí de hacer bailar a los visitantes de un lugar que una imagina austero y reflexivo. También esa parte en la que se pregunta, se justifica o se reniega de los muertos renacidos, que libera las posibilidades de una segunda oportunidad.

Como musical al uso, aprovecha todo lo que lo define como tal: hay coreografías que surgen de la nada, con bailarines que apostillan lo cantado, adaptaciones sonoras y canciones hiladas a lo largo del tiempo. También la sorpresa de ver a algunos actores entonando con elegancia —más allá de Amalric, es fascinante que Maïwenn y Mélanie Thierry sepan sacar tanto jugo a sus cuerdas vocales— y  siendo tan fácil que, personalmente, se me atragante el género en cuestión, resulte agradable la energía que transforma esta historia.

De familias imposibles, nuevas oportunidades y buenas intenciones está Tralala llena, una película sin complejos que sabe conectar con frescura el drama y cierto amor por la picaresca, consiguiendo que el trauma se transforme en una colección de heridas que pasajeramente se curan al ritmo de una bien entendida selección musical.

Imaginativa y alegre, los milagros llegan hasta el embarcadero de Lourdes, un lugar creado para visitar y salir renovado de espíritu. Con esa tontería tan simple, los Larrieu te hacen un film sobre la identidad, el recuerdo y las nuevas oportunidades, donde la lágrima contenida se convierte en una ligera sonrisa, sin mayores expectativas ni complejidades, para pasar el rato y disfrutar.

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