The Strings (Ryan Glover)

Soledad – proceso creativo.

Soledad – oscuridad.

Soledad – muerte.

The Strings.

Teagan Johnston muta en la piel de Catherine, aunque parece no dejar de lado su yo más personal para introducirse en una metaficción sobre lo que ella suele construir a partir de elementos musicales. Catherine es una creadora que sabe acompañar la tensión con un camino abierto a la improvisación perfectamente amoldada a la aparente realidad. Los sonidos de la soledad, la oscuridad y la muerte. Los elementos propios de un fin del mundo conocido, como las trompetas que anuncian el apocalipsis, pero con teclados, distorsionadores y digitalización.

The Strings es, en apariencia, un sencillo trabajo relacionado con la soledad y la necesidad de rellenar el silencio, que siempre invita a pensar de más. Una joven buscando la inspiración necesaria para su nuevo disco, una casa vieja en mitad de la nada y alcohol, son lo justo y necesario para evolucionar una historia en la que la música no termina de silenciar a los demonios, y su ausencia no siempre disipa la presencia de un mal común.

Lo sobrenatural rodea el proceso de creación musical de Catherine, ya se sabe que una buena historia de fantasmas siempre se amolda al futuro incierto de una mujer sola, o no tan sola. En ausencia de hombres, una también joven fotógrafa se transforma en la succión vital de su protagonista, un amoldado destino en el que fijarse para desarrollar esa unión física y espiritual entre las experiencias de la creadora y su música.

Los elementos se dispersan por la habitación, igual que los sintetizadores y otros instrumentos musicales con los que retroalimentar la película, pues son largas las escenas en las que, desde un acomodado punto donde la cámara lo abarca todo, Catherine se sumerge en sus propios sonidos mientras te adentras en su universo, un acción “stalkeadora” donde no se distingue si la sombras le acechan o somos nosotros quienes influimos en la pesadez de sus notas disonantes.

Catherine se desnuda física y sensorialmente, como si estuviese vendiendo su alma a través de ritos oscuros para obtener la inspiración deseada, una bola llena de analogías mojadas en bourbon donde el detalle se transforma en experimentación pura, sin saber dónde empieza un posible guión y dónde acaba la artista moviéndose con plena libertad.

El título dice algo sobre cadenas, unas que me recuerdan a lo absurdo de los plazos de entrega que obligan a cuadricular algo tan arbitrario como la creatividad. Eso es lo que de verdad da miedo en este mundo donde se cuentan los minutos por billetes. ¿El fantasma? Catherine lo tiene pegado a su espalda y no es otro que ella misma reprimida por las esperanzas de otros (o de ella misma) impuestas para que el tiempo realmente avance productivamente.

The Strings es tremendamente atractiva y liberadora. Su estudio psicológico disfrazado de historia de terror fluye con naturalidad al demorarse en lo que de verdad le interesa a su director, dilata el sonido y lo adorna con pequeños apuntes que acaban conformando una historia de brazos en cruz y almas perdidas, con un frío cortante que sólo inspira que queramos volver a esa casa y su reconfortante soledad. Hay muchos huecos en la película, abismos particulares arremeten con su imperfección en este debut, pero ver los dedos llameantes de Teagan Johnston improvisando para recrear conceptualmente la desidia del silencio merece la pena.

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