The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft (Werner Herzog)

El aleman Werner Herzog sigue fiel a su idilio con el documental presentando The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft, el homenaje que el cineasta alemán ofrece al matrimonio de vulcanólogos que dedicó gran parte de su vida a la investigación y recreación de un fenómeno de la naturaleza tan peligroso como idílicamente bello. Esta convergencia es uno de los detonantes que inspiró a la pareja a la hora de volcar su vida en el registro de todo tipo de documentos videográficos relativo a estos eventos naturales, falleciendo en la erupción de un volcán del monte Uzen de Japón en junio de 1991. Una vida orquestada por una relación sentimental cuyo andamiaje fue el registro de la espectacularidad de volcanes de medio mundo, en los que la pareja sucumbía a cualquier tipo de peligro en su empeño de recrear de la manera más fidedigna posible la espléndida ceremonia audiovisual de los volcanes; llegaron a registrar grabaciones a una distancia cortísima del llamado flujo piroclástico, la mezcla de gases que desgraciadamente acabaría con su vida.

Esta pieza documental puede ser considerada una obra hermana de uno de los recientes trabajos de Herzog en el formato, Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin, en su condición de recopilación de material archivo de los protagonistas como la manera de ejemplificar un tributo ya no solo a la figura, sino a la enorme labor que ha consagrado su legado. Nuevamente, la voz de Herzog es la que nos acompaña, y en The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft realiza una necesaria advertencia al inicio: su documental no pretende ser un repaso exclusivamente autobiográfico de la pareja de vulcanólogos; la intención creativa es la de recopilar un buen número de grabaciones que aglutinaron en sus décadas de investigación a pie de campo, convirtiéndolos en una absoluta eminencia en la materia y dejando en evidencia ese espíritu por la aventura y la tenacidad pasional, cualidad que a Herzog le interesa aquí retratar de la misma manera que lo hizo con el montañero Bruce Chatwin.

La voz de Herzog es el indispensable vehículo narrador de sus documentales, y aquí ejerce como mero acompañamiento a sus intenciones creativas: aprovecharse de la ampulosidad imaginaria del medio cinematográfico para captar con precisión las cualidades visuales de la vulcanología. Tras esta capa, el cineasta alemán aflora un estudio cuasi etnográfico del medio natural: belleza, peligros, relación con el hombre y más vicisitudes son mostradas aquí como un réquiem, si hacemos alusión a su título: cada una de las imágenes logra un impacto aupado por un acompañamiento musical que va desde el puro sonido ambiental hasta la ranchera; un juego de estímulos sensitivos hacia el espectador en el que Herzog muestra su fórmula con el medio documental, con especial capacidad para la recreación naturista la escena. Se complace así mismo mostrando la ampulosidad del medio natural, recopilando el material preciso para impulsar el sentimiento audaz hacia la aventura del matrimonio Krafft; no se juzga sobre la coherencia o falta de ella en algunas de sus decisiones, sino en un amor feroz hacia los cimientos más básicos (y peligrosos) del hábitat natural, asumiendo todas las consecuencias.

El sentido de la secuencia del cineasta le permite sacar el máximo reducto de grandiosidad a cada una de las imágenes recuperadas; Herzog es capaz de alentar la recreación escénica de un estallido volcánico en una oda a la labor cinematográfica más fotográfica, permutándolo hacia instantes, momentos de alivio tensional, de pura melancolía. También Herzog se atreve a variaciones de tono, mostrando sin reparo las drásticas consecuencias de esa belleza que previamente el matrimonio Krafft, y aquí, por extensión el cineasta, han querido mostrar. Por ello, la pasión del director hacia la pareja queda en evidencia; no se pretende un repaso biográfico con ansias a la glorificación, sino afrontar un tributo a las propias intenciones de los Krafft sobre ese legado de imágenes que quisieron dejar al mundo.

El dominio de Herzog en el documental trasciende más allá de su habilidad por escoger las imágenes apropiadas; las suministra en el camino de adquirir un sentido narrativo, un cúmulo de emociones en los que no solo evidenciar el impacto de la naturaleza en su máxima expresión, y utiliza como conductor la creación cinematográfica y todas sus bifurcaciones artísticas; un tributo en el que el cineasta pretende que el espectador no se pare únicamente a admirar con devoción todas las imágenes que salen en pantalla, sino también despierte el interés y veneración hacia los responsables que dieron su vida por atreverse a filmarlas.

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