Takashi Miike… a examen (II)

El primer segmento de la obra de Takashi Miike está envuelto por el manto soterrado del directo a vídeo; coyuntura de distribución asentada desde los primeros tiempos del formato doméstico, es en la década de los 90 donde este campo para la distribución sufrió una a veces injusta perspectiva hacia la marginalidad. Si bien este tipo de estrenos se asimilan casi como una expansión evolutiva del añejo cinemabis con cubículo en los cines de barrio, fiel a esa (forzada) posición alejada de la industria, en ocasiones en estos lanzamientos se disfrutan en gran parte por las disruptivas maneras propias del alejamiento de lo convencional; el hecho de que la filmografía de Miike, extensa y ecléctica, haya tenido pistoletazo de salida en las alcobas de los VHS es buena prueba de esta reflexión. Bodyguard Kiba es uno de esos productos, estrenado en 1993 dando posterior origen a dos secuelas, donde el cineasta japonés desarrolla esa filia primeriza hacia el crimen y sus derroteros más hostiles, en ambientaciones grumosas y consecuencias escénicas con una explosividad hacia el artificio que ha categorizado algunas de las piezas más recordadas de su carrera.

La trama de Bodyguard Kiba no podría ser más costumbrista en su repaso por algunos de los lugares comunes del cine yakuza. Junpei, un mafioso cuyo status de esbirro le aleja de la cúpula mayor del gremio criminal, le roba una importante cantidad de dinero a su jefe; su necesaria protección llega cuando contrata a Kiba, un guardaespaldas profesional que le acompañará mientras protege tanto su vida como el botín, al mismo tiempo que anhela encontrarse con su compañera sentimental. Por supuesto, en la cinta se darán cita escenas típicas de este tipo de historias: persecuciones, intentos de revancha por las consabidas traiciones, pulsiones violentas y demás menesteres donde Miike ya coquetea por un campo de exploración latente que singulariza algunas de sus posteriores obras de temática similar: la fundición o la detonación de temáticas argumentales, con ese carácter de fina verborrea conceptual que culmina con el énfasis visual y la hilaridad como empaque para la acción. La yakuza se fusiona con las artes marciales y aunque nos encontremos con un Miike primerizo, se palpa su peculiar sentido de montaña rusa para la acción y sus consecuencias, que se condimentan con giros argumentales, impacto escénico de fino artificio o un inesperado componente emocional en su pareja de protagonistas; quizá como legado al entonces cercano thriller de acción hongkonés, de él aquí se recuperan valores como el honor y la amistad entre los compañeros de viaje por los estertores más agresivos del crimen. A este respecto, si bien la pareja formada por Junpei y Kiba funciona estupendamente, Miike huye de la depuración de esta diatriba, con un característico arraigue rítmico del que el director prefiere extraer esa ferocidad escénica que domina a esta Bodyguard Kiba.

Años después, Miike quedaría para siempre etiquetado como uno de esos cineastas de la incomodidad dentro de la elaboración de sus escenas más viscerales, y es aquí donde también aporta alguna de sus primigenias pinceladas en este aspecto. La violencia, el sexo sórdido, el consumo de drogas y una violación escalofriante aparecen el film como contrapuntos disruptivos a los acostumbrados emplazamientos de su historia; crea los momentos bajo una mirada incisiva y desatada, donde lo gratuito pasa a ser un elemento tonal, añadiendo subidas de impacto en unos momentos muy calculado de la evolución argumental. Miike escupe esas transiciones sin remisión, con la libertad creativa que pudiera haber dado esa condición de película minoritaria anexada al campo de distribución referido al principio de este texto.

Bodyguard Kiba es una película donde la vehemencia narrativa no da respiro. Convendría destacar su atmósfera, donde la luminosidad grisácea le viene estupendamente al maremágnum de hostilidad y mezquindad del plantel de personajes, aún con ciertas irregularidades en momentos puntuales de su conclusión; con todo ello aflora un Takashi Miike de inquieto pulso y despiadado temperamento en sus formas, no tan alejado a la vasta filmografía que vendría después. Un autor que prueba, dentro de las filias asiáticas para la acción, la crueldad de las maneras y la vitalidad tonal dentro del repaso por coyunturas ya vistas con anterioridad, que hoy nos sume en un cineasta que es pura pasión en su idiosincrasia creativa.

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