Supernova (Harry Macqueen)

«No te puedo olvidar
Lo siento, no te puedo olvidar
Aunque lo nuestro se acabó
Brillará como una estrella que murió.»

Los olvidados, Sidonie

El brillo de una estrella que ya no existe. Algo tan poético, mágico, certero y abismal encierra el título de la nueva película de Harry Macqueen, Supernova, donde mirar al cielo es solo un entretenimiento que disuade las mentes de algo más importante. Porque siempre hay algo más importante en lo que pensar.

Supernova es delicada, serena y paciente. Es el reflejo de lo que sería una pareja que tras más de veinte años no solo se soporta, todavía desprende complicidad y amor, y lo consigue gracias a la magnífica interpretación de dos hombres a los que sabes que cualquier traje les va a sentar ideal incluso antes de ponérselo. Lo mismo sucede con los papeles que deben interpretar, siendo Colin Firth y Stanley Tucci esa delicada, serena y paciente pareja con un grueso y placentero pasado, con un inhóspito y doloroso porvenir.

Hay un camino entre la frondosa y verde naturaleza que rodea la carretera por donde se mueve esta pareja y la estrellada noche que les acoge cuando paran a descansar. Ese camino es el pulso, pausado y silencioso, donde confirman ese punto entre la estabilidad de conocerse a la perfección y el terror a lo desconocido que va a convertirles en perfectos desconocido. Porque en Supernova hay una palabra que no se cita en todo su desarrollo, pero que marca cada situación que comparten estos dos hombres. Una dura, dolorosa y irremediable que siempre que se trata en una película, promete un drama donde la tristeza y el desconsuelo siempre ganan terreno, por mucho que se intente pasar por su lado sin armar demasiado revuelo.

Es lo que más le importa a Macqueen, no juzgar, no intervenir, no ser él quien marque las huellas de ese viaje. Elige una pareja, escritor y pianista, ambos de mediana edad, que ya sobre el papel marcan una calma implícita con la que afrontar un pequeño viaje o un futuro lleno de incógnitas. Esto consigue que nos acomodemos a un ritmo pausado, sostenido por una emoción delicada, que pasa de los ojos húmedos a las divertidas anécdotas de un pasado lleno de plenitud. Ellos son un todo que se mueve entre paisajes preciosistas y, abriéndose en canal de esa forma tan sutil, es como consiguen contagiar su calidad de vida: un pequeño silencio armónico, una caricia, un ruego imposible en busca de una solución. Su abrigo es nuestro colchón de seguridad, donde acogernos para lidiar con las pequeñas punzadas que liberan su estrés, en ocasiones tan superficiales que nuestra intromisión nunca es definitiva.

Supernova es inteligente y afectada, no es dura por lo que muestra sino por lo que puede sentir alguien que haya pasado por una situación similar. Esto es un acierto pero también un peligro, pues serán muchos los que no hayan conseguido aferrarse a la naturaleza y sosiego del film. Harry Macqueen no quiere deslumbrar, parece ser conocedor de las claves del desgaste disimulado. Ajeno a la tragedia, sabe inculcarnos el peso del universo en los hombros de una pareja que poco a poco parece querer despedirse de una vida plena, en ese momento en el que la decadencia está a escasos pasos.

Su pequeña caravana acogedora, los amigos de vino en mano y brindis impecable, los lagos que reflejan largos viajes otrora festivos y joviales. La película se construye a través del recuerdo, potenciando así la sensación de olvido, y es quizá la estocada definitiva para quienes no estamos nunca preparados para enfrentarnos de nuevo a este tipo de película, por mucho que el respeto y el amor sean más fuertes que cualquier atisbo de destino. Supernova no estalla, pero sí brilla a través de una muerte anunciada.

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