Silence 6-9 (Hristos Passalis)

El recorrido de un personaje solitario por una carretera en evidente situación de abandono, un lugar desolado que marca los parámetros de un universo que bien pudiera ser distópico o incluso, de alguna manera, post-apocalíptico —algo cuyo espíritu captaba el Nuevo cine griego con extrañeza a través de una sustancia que se hallaba no tanto en sus imágenes como en un estado manifestado desde la condición de sus personajes; como, por ejemplo, en aquella L de Babis Makridis—, marcan los primeros pasos de Hristos Passalis en la dirección en solitario tras la fallida The City and The City —que dirigía también en 2022 junto a Syllas Tzoumerkas, un cineasta que apostó habitualmente por el intérprete que se diera a conocer en Canino—. Aquello que podría suponer el inicio de un viaje o, sencillamente, la plasmación de esos estrafalarios microcosmos que tan bien ha sabido captar la cinematografía helena en los últimos tiempos —y aquí podríamos volver al modo en cómo Makridis empleaba esos escenarios en L—, sirve como punto de partida para enarbolar el tono de un film cuyo componente distópico, tal y como ya anunciaban esas calles desvencijadas en sus primeros planos, pronto se manifiesta en un mundo donde las casetes y un extraño silencio (ese al que alude el título) se configuran como si de una insólita ‹low fi› (muy a la manera griega) se tratara, donde el duelo es combatido de la forma más singular e inconcebible posible (no podía ser de otro modo) y los sentimientos regresan con una sordidez que solo podría tener lugar en esa peculiar dimensión.

Passalis descubre así un particular periplo que se presenta a partir de sus estampas, y que congrega en ellas un misterioso ligazón genérico desplegado en diversos sentidos, pero que siempre funciona como engranaje de ese particular mundo en el que la voz del Nuevo cine griego vuelve a cobrar fuerza, tanto en esas concesiones humorísticas que lo definen aún más, si cabe, así como en la exploración del mismo. No obstante, Silence 6-9 no pierde ni por un momento la perspectiva: nos encontramos ante un film que, si bien recoge y siembra aquello que dejaron tras de sí cineastas como Lanthimos, Lygizos, Makridis o Avranas, lo lleva a su propio terreno en un lugar donde se antoja complicado establecer relaciones ya no afectivas, sino humanas. El cineasta heleno posa, en ese sentido, su mirada en el inesperado vínculo que surgirá entre Aris y Anna, una forma de sobreponerse a ese universo abúlico, áspero, de enrarecidas atmósferas que toma su punto más álgido en esa extrañamente sórdida secuencia del “reencuentro” definiendo unos lindes que por sí solos hablan del relato implementado por Passalis.

Silence 6-9 encuentra en esos nombres la condición de un cine que ante todo se vincula a los desolados parajes donde acontece la acción, siendo estos un espejo que contrasta con la relación entablada entre los protagonistas: así lo establece el modo en cómo dibuja esos encuentros el cineasta, presentando una imagen mucho más diáfana desde la que dotar del contrapunto adecuado al microcosmos descrito por Passalis. Es, de hecho, uno de los diálogos de ella, donde dice que espera no abandonar nunca ese lugar, lo que clarifica cómo se retroalimenta ese particular nexo. Más allá, sin embargo, de diálogos o instantes concretos, el realizador encuentra en la presencia de una de las actrices que mejor ha sabido interpretar el espíritu de ese Nuevo cine griego, una Angeliki Papoulia que es capaz, con poco, de resignificar los confines de un cine en constante huida, que si bien en Silence 6-9 se manifiesta en sus desvencijados espacios, rodeados por antenas, surcados por áridos parajes y acentuados en ese cementerio de automóviles, cobra una dimensión totalmente distinta en la candidez que revela la intérprete helena, quien devuelve cada mirada a su compañero desvelando una humanidad y un sentimiento que se antoja casi insólito en un film como el que nos ocupa, pero que sin embargo traza una esencia diferente, quién sabe si encontrando una nueva vía desde la que explorar ese cinismo absurdo que Passalis logra transformar en algo mucho mayor, en una búsqueda de otros caminos para un cine griego que sigue tanteando sus posibilidades al límite de las circunstancias.

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