Sesión doble: The Insect Woman (1972) / Bug (2006)

Hay otra forma de celebrar Halloween cuando la sangre y los monstruos son tus enemigos: con el terror surgido de la mente. Terror psicológico que anticipa la noche de todos los miedos con The Insect Woman del coreano Kim Ki-young y Bug, penúltimo largometraje de ficción del gran William Friedkin hasta la fecha.

 

The Insect Woman (Kim Ki-young)

La trama de The Insect Woman, del director surcoreano Kim Ki-young, se centra en Myung-ja, una chica que tras la muerte de su padre es obligada por su madre a iniciarse en la prostitución. Su primer encuentro sexual es una violación por parte de un hombre impotente, el profesor Lee. Obsesionada con la idea de que ha sido capaz de curar su impotencia, la joven resuelve que la única manera de validar esa experiencia traumática es convertirse en la amante o concubina del profesor. Al descubrir que éste se encuentra completamente subyugado a los designios de su esposa, establece con ella un pacto para compartir a su marido que pronto devendrá en sospechas, acusaciones y juegos sucios entre ambas partes y que llevará a Myung-ja por toda una pesadilla salvaje y disociativa.

The Insect Woman no es una película fácil de digerir. Ya no solamente por la crudeza de la historia, teniendo como elementos fundamentales el abuso sexual y la violencia física y psicológica a lo largo de toda la cinta, sino porque de ella se extrae una lectura de la humanidad como un pozo de degeneración y perversión, intrínseco a su naturaleza e ineludible. El trauma que sufre Myung-ja por su violación, lejos de victimizarla, cristaliza en una posesividad malsana que despierta en ella y que será el germen de una obsesión que afectará a su estabilidad mental y a su relación con la realidad, enganchándose a una espiral de violencia y celos mientras trata de apaciguar a sus propios demonios. Pero del otro lado, la esposa del profesor la martiriza y trata de subrayar su dominancia sobre ella a través del dinero, y los hijos, alarmados por la posibilidad de que una extraña arrebate a su padre, se apuntan a esa tortura psicológica.

Podría parecer que nos encontramos ante la historia de una joven a quien una serie de agentes malintencionados hacen perder la cabeza, pero no creo que sea el propósito de esta cinta, como digo, tratarla u observarla como una víctima. Ella misma es cruel y violenta, y no se detiene ante nada ni nadie para lograr su propósito. Myung-ja, como todos los personajes de esta fábula oscura y profundamente desencantada, es humana en el sentido más fatalista y misántropo del término. Nadie se salva aquí: en cada personaje hay motivos pasionales, egoísmo y una progresiva disociación de la empatía con los demás, reflejada tanto en sus actos de maldad como en la dimensión cada vez más alucinatoria e irreal que toma la obra.

Y con ello, lo que inicialmente es una propuesta ordinaria se va transformando gradualmente en perturbador viaje psicosexual a través de colores y sonidos disonantes, de elementos surrealistas que reflejan una imaginería chocante y enfermiza, y de una escalada de violencia contenida solamente por la apariencia de civismo que aún mantiene a los personajes en vereda, pero que está permanentemente a punto de explotar, de lo emocional a lo físico. En último término, la disociación es tal que ya resulta imposible dirimir qué es real de qué no, y qué es más enloquecedor de todo lo que siente Myung-ja. Para liarlo todo aún más, la película se reserva unas cuantas vueltas de tuerca a lo largo de su metraje, contribuyendo a una experiencia confusa, extrema y llena de genuino desasosiego, pero fascinante.

Escrito por Javier Abarca

 

Bug (William Friedkin)

No hay nada tan efectivo como una buena paranoia para entrar de lleno en el mundo del terror psicológico. La psicosis puede crecer hasta convertirse en algo contagioso y en Bug reverbera en lo físico por la simple idea de visualizar bichos allá donde mires. Puede que no compartas su paranoia al terminar de ver la película de William Friedkin, pero seguro que te picará todo el cuerpo.

El terror a lo que no ves se confunde con locura, pero es mucho más morboso cuando una película te invita a sentir la presencia de algo que nadie puede asegurar si está o no. Basada en la obra homónima que escribió Tracy Letts, Bug nos encierra en un ajado apartamento de motel con dos poderosas fieras interpretativas (al menos así lo parecen en esta película) que dilatan la conspiración, la paranoia y el terror —y de paso los bichos— hasta hacerlo tangible. Ashley Judd, apartada de su papel de chica buena y maltratada por la soledad, se cruza con un Michael Shannon que siempre está al borde de convertirse en una bestia y que aquí sabe mutar de un apocado desconocido a un ferviente ente psicótico. Con la excusa de la guerra de Irak y un buen manual de enfermedades mentales se construye un film asfixiante y oscuro que sabe entrelazar el pánico infundado con una verborrea conspiranoica capaz de justificar cada uno de sus pasos.

Con muy pocos personajes, todos propicios al desbarre, y una casa en plena mutación, Friedkin sabe trasladar una historia teatral al cine con un estilo inmersivo, ‹voyeurista› y por supuesto, paranoide, donde el caos no es ya solo un síntoma de las conversaciones que se suceden ni del tono en el que se reproducen, lo es por sus planos aberrantes, su forma de acercarse incómodamente al epicentro del terror, y por el decadente estado de un dormitorio plagado de trampas para algo que se empeñan en señalar, pero no somos capaces de objetivizar.

De la duda a la necesidad, pasando por el autoconvencimiento, dos personajes perdidos se retroalimentan, para ella es una excusa para alejar la soledad en su vida, para él la aceptación de sus neuras como algo plausible. Entre ambos conforman una coraza que van decorando poco a poco en torno a la idea de los bichos que dan título al film, dinamitando lo racional para sumergirnos, o directamente empapelarnos hasta un final desproporcionado, metálico y azulado que resulta sobrecogedor y subraya la ideal del terror psicológico a partir de lo obtuso de dos mentes que han entremezclado sus piezas, consiguiendo que el amor sea cómplice de lo obsceno, y que los errores del pasado sean dardos envenenados donde todos son culpables de conspiración.

Sin duda Bug se transforma en un ‹crescendo› donde drogas y alcohol son meros elementos decorativos cuando la ruptura con la sociedad y el abrazo a las desviaciones mentales saben resolver epifanías incongruentes y a la vez sólidas, hasta el punto de estallar en nuestras manos un concepto sólido e increíble, capaz de sorprendernos aunque ya de antemano supiéramos que sus protagonistas habían elegido el camino más abrupto. Sin duda una sorpresa.

Escrito por Cristina Ejarque

 

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