Sesión doble: Real Life (1979) / Un poderoso viento (2003)

El ‹mockumentary› se une a la comedia en la sesión doble con Real Life dirigida, escrita y protagonizada por Albert Brooks en 1979 y Un poderoso viento, también dirigida, escrita y protagonizada por el cómido Christopher Guest en 2003.

 

Real Life (Albert Brooks)

Emitido en 1973, An American family es considerado el primer ‹reality show› de la historia. Su éxito sin precedentes, el caso de estudio que supuso y las controversias resultantes son el germen de este curioso, ácido y en muchos aspectos premonitorio falso documental de Albert Brooks, quien se interpreta a sí mismo como el egocéntrico presentador y director de un programa de telerrealidad que sigue a una familia corriente de Arizona.

El primer largometraje de Brooks, hasta entonces dedicado principalmente a la comedia en vivo, supuso toda una vuelta de tuerca a la relación entre ficción y realidad. No necesariamente porque se trate de una recreación creíble, ya que, aunque utiliza con bastante gracia el formato de falso documental, no es su intención embaucar al público que la ve; sino por sus reflexiones sobre el contenido al que nos exponemos y los filtros a los que se somete la realidad a través de las cámaras, mediante una sátira que llega al nada desdeñable extremo de retratar a su protagonista y director —el director como protagonista— como una persona despreciable y narcisista, el ejemplo más claro de que todo vale si está pensado como espectáculo.

Por supuesto, nada de esto es cierto ni pretende, más allá de su presentación estética concebida como broma y comentario sociocultural, casi advertencia, sobre el advenimiento de los ‹realities› como fórmula de entretenimiento, parecerlo. Pero el solo hecho de plantearlo así es de una audacia tremenda, y en particular con su desarrollo de un estilo de comedia incómodo, psicológicamente casi bordeando la inquietud, que es también sin duda uno de los grandes aciertos de la cinta. Como en la vida real rebosa acidez y burla autoconsciente, y la forma en que todo en ella está absolutamente implicado en generar estas sensaciones me hace admirarla ya de plano y sin entrar en su calidad como obra.

Por suerte también, es muy buena. Mucho, especialmente, considerando que es un terreno enormemente arriesgado para un debut en la dirección, y cuyo resultado es algo que no solamente se esfuerza en crear un enfoque novedoso a la comedia, sino que abre un debate que a día de hoy está tal vez más vigente que nunca. La realización de esta cinta, esta leve pero no demasiado meticulosa sensación de credibilidad, hacen que Como en la vida real (Real Life) alcance un equilibrio fascinante, sin resultar en ningún momento un engaño pero jugando hábilmente con ese leve rastro de realidad que sugiere a través de su ficción, y que apela a los sentimientos mundanos y a la identificación del espectador para darle la vuelta a ellos y decirnos, en nuestra cara, que todo esto es una farsa, que las cámaras (esos entes alienígenas tan delirantes) siempre están ahí. Las interpretaciones también siguen el juego a la perfección; y justamente de ellas debo destacar al más sobreactuado e irreal de ellos porque es, al fin y al cabo, quien mejor y de manera más elocuente refleja el punto al que quiere llegar la cinta: el propio Albert Brooks. Sus secuencias intentando aparentar y apelar con emociones a las cámaras son el mejor exponente de esa comedia patética y decadente con la que Brooks expone sus ideas sobre la realidad sometida al filtro de la empatía forzada y el entretenimiento masivo.

Como en la vida real no será el exponente más meticuloso o efectivamente engañoso de su género, pero sí es tal vez uno de los más influyentes y que mejor han soportado el paso del tiempo; por el tema que trata, por cómo lo trata y por los extremos a los que está dispuesto a ​llegar para ello, con una ejecución sorprendente para un debutante, pero esperable en alguien que conoce muy bien de lo que está hablando y los mecanismos de manipulación de la realidad escenificada.

Escrito por Javier Abarca

 

Un poderoso viento (Christopher Guest)

Si he de pensar en el más alucinante falso documental de la historia, por desternillante y por ser el primero con el que me topaba sin siquiera saber que todo lo que iba a ver a continuación era mentira —bendita inocencia cinéfila, cómo la echo de menos— ese sería This is Spinal Tap de Rob Reiner. Lejos estábamos de imaginar que era solo un paso incipiente en el mundo de la comedia y el ‹mockumentary› que, aunque en los últimos años ha ganado enteros en el mundo del terror, son muchos los que han hecho del falso documental una fiesta. De This is Spinal Tap, por ejemplo, podemos recuperar a uno de sus partícipes —como guionista y actor—: Christopher Guest se puso las pilas en esto de imitar la espontaneidad del día a día en sus películas, daba igual que fuesen cineastas o perros los protagonistas, todos los nichos eran dignos de ser escrutados por uno de los cómicos imprescindibles de los USA.

Yendo a lo concreto nos encontramos con Un poderoso viento (A Mighty Wind, 2003), donde la tomaba con los grupos de música folk, algo pequeño y probablemente insustancial que da para muchos chistes involuntarios. Para ello reunía a unos cuantos chicos (y chicas) de Saturday Night Live, con los que el ‹mockumentary› gana enteros cuando nos encontramos con montones de actores y actrices acostumbrados a la improvisación, a las lluvias de ideas y a colar el gag imposible en cualquier situación, dando rienda suelta al sutil y ácido guion escrito por el propio Christopher Guest junto a un Eugene Levy que se reserva uno de los más locos personajes de la película.

Nacidos para el humor, hay un gran despliegue de estrellas de la pequeña y gran pantalla que se atreven a dar el do de pecho —sí, todos cantan— con la excusa de realizar un concierto en honor a un promotor musical recientemente fallecido. Nos sumergimos así en el paralelismo que tan bien alimenta al mundo documental, la historia principal donde se fundamentan los entresijos de montar un concierto a toda velocidad y las tres pirámides que van tomando protagonismo, cuando vamos conociendo a tres grupos que se reúnen después de largo tiempo para tocar en tan importante evento.

Es a través de la torpeza social generalizada y las desavenencias de viejas glorias de la música folk que no tienen muy claro lo del trabajo en equipo donde va ganando enteros Un poderoso viento. Solo hay que pensar en esos grupos que se reúnen después de tantos años sin hablarse, algo muy de moda actualmente, y ver que en la película se comportan tal y como siempre habíamos imaginado. La soberbia, siempre tan amiga del humor. Aunque no sea un continuo desternillante, sí tiene esos puntos álgidos donde la tontería más absoluta te desmonta, gracias a combinar esos personajes que no saben comportarse delante de una cámara ni explicar lo más básico sin perder la integridad, o esos momentos en los que se supone nadie debería grabarles y surgen situaciones de pura vergüenza ajena.

Sí, Un viento poderoso sigue el abecedario del falso documental cómico, pero lo bueno es que esa seguridad en lo que se está haciendo funciona como un reloj, siempre y cuando el absurdo y las referencias a lo ya conocido —muchos grupos musicales intocables han recibido un guiño (más parecido a un puñetazo al estómago) a lo largo de la proyección— nos sigan resultando estimulantes, aunque algunas bromas siempre queden desfasadas a la velocidad de la luz. Además, es sorprendente encontrar tanta voz afinada entre todos sus protagonistas —sí, todos lo son— y es difícil elegir cual de estos duetos, tríos o Mocedades es más incorrecto. Muy divertida.

Escrito por Cristina Ejarque

 

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