Sea Fog – Haemoo (Shim Sung-bo)

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Después de encadenar varios dramas de marcada y retorcida intensidad, alguno de los cuales regaló sin pretenderlo momentos inolvidables que pertenecen desde ya a la Historia del Festival –hola, Lars von Trier–, la Sección Oficial del Zinemaldia nos ha dejado en la jornada del lunes uno de esos títulos que, por insospechados y gozosos, logran golpear con mayor fuerza en este marco. Coescrita y producida por el pope del cine coreano Bong Joon-ho y dirigida por el novel Shim Sung-bo, Haemoo supone una selección infrecuente para el concurso y también, sin duda, un acierto enorme.

La narración nos sitúa en 1998, en un pueblo pesquero que sufre las consecuencias de la crisis económica que culminó en la intervención del Fondo Monetario Internacional en Corea. La descripción del lugar, inusual para lo que vamos a ver después, parece prepararnos para una extrañísima mezcla entre comedia costumbrista y drama social. Lo que antes era próspero ha dejado de serlo, y para aferrarse a su forma de vida los tripulantes deben aceptar el encargo de traficar inmigrantes. Otra película da comienzo entonces: si algo destaca en Haemoo es su capacidad para consumirse y regenerarse en torno a varios tonos perfectamente captados.

Entre referencias a organismos internacionales y a la exigua situación económica de los protagonistas, que se ven forzados a hacinar a otros que están en un escalón inferior, dos actitudes y reacciones marcadamente opuestas ante el caos destacan entre el resto: la del joven ingenuo Dong-sik, cuyo repentino enamoramiento y actitud paternalista ante él regala los mejores momentos de este primer tramo; y la del capitán Kang, un hombre desesperado y pragmático que desea salvar su barco y encarna a un prototipo de personaje que ya estamos acostumbrados a ver en la cinematografía coreana actual, que no tiembla al deshacerse de la carga innecesaria para sacarse a flote a sí mismo aun cuando ha perdido el rumbo.

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Utilizando la perfecta excusa de un liviano thriller bien hilado y con una historia de amor entrañable a su manera, el director sugiere las consecuencias del bache económico, del enfrentamiento entre un poder que quiere mantener a toda costa una forma de vida a la deriva y una juventud excesivamente apegada a lo que posee. A su vez, él mismo parece no decantarse inicialmente entre la cordura o un estallido que, finalmente, se produce. Como dice uno de los personajes en un momento determinado, todos deben estar en el mismo barco; al no darse la circunstancia, la locura aflora y se adueña de la película en una sanísima explosión que no deja de ser coherente con su discurso. Su opción es prescindir de los rodeos e ir al grano, y lo consigue sin descuidar el conjunto.

El brevísimo epílogo parece apelar a la necesidad de reinvención y regeneración de la sociedad, así como a la creación de una conciencia de clase en Corea tras la crisis de finales de los 90. Su función también es rematar un conflicto que lleva a Haemoo a revelarse como un ejercicio de reseñable equilibrio entre la diversión y la sugestión, que no decae en prácticamente dos horas y se ofrece a ser, desde su modestia, una de las pequeñas sorpresas de la temporada.

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