Nanni Moretti… a examen (II)

Entre 1994 y 1997, Nanni Moretti arrojó toda su insolencia verbal y formal en un pequeño receptáculo fílmico titulado Abril (Aprile, 1998), que describe con pretendida despreocupación las turbulencias emocionales vividas por el director italiano en ese lapso de tiempo. Lo hace desde una triple vertiente, sin dejar nunca de lado la estilística del cine documental: la creación artística, la política (y el compromiso que le genera como ciudadano) y la paternidad. Las inquietudes de Moretti detonan de forma contundente a raíz de la victoria de Berlusconi y su Forza Italia a finales de marzo del 94, partido regido por el liberalismo y por los principios de la democracia cristiana, a las antípodas de las convicciones del cineasta.

La noche en la que Berlusconi sale victorioso, Moretti se fuma su primer cigarro de hierba. Este gesto señala un punto de inflexión, en el cual el cineasta italiano se debate entre el deseo de revelar y ordenar sus pensamientos políticos a través de un documental y la asunción personal de que quizás no vive el momento idóneo en su vida para realizarlo (mientras, además, le persiguen los fantasmas de no haber filmado su tan anhelada comedia musical sobre un pastelero trotskista).

Y aunque los frentes abiertos son amplios y numerosos, no es menos cierto que Moretti consigue trazar, aquí y allá, un retrato personal, libérrimo y cargado de desencanto frente a la deriva conservadora del pueblo italiano y la incapacidad política de las fuerzas de centro e izquierda, a saber: su ya mítica reacción ante el debate televisado de Berlusconi —del «di algo de izquierdas, D’Alema» al «simplemente di algo», mostrando el inmovilismo sistémico de la centroizquierda italiana—; su retrato mordaz de las movilizaciones antifascistas —que termina siendo representada por una aglomeración de paraguas de colores— o la completa ausencia de personalidades políticas ante la llegada de refugiados albaneses que huyen de la guerra.

La estructura deslavazada del film, sin embargo, no impide que cada uno de los (3) temas troncales abordados empequeñezca frente al resto. El caos forma parte de la vida de Moretti, por lo que es natural que su confusión (vital, creativa, política) entorpezca cualquier intento de relato lineal y ordenado. La condición autoficcionada de Abril (una constante en la obra del italiano), además, le permite a Moretti la construcción de un yo “virtual”, un ente que puede observar a cierta distancia y que facilita la autocrítica del autor, no solo ante sus bloqueos e indecisiones artísticas, sino ante la paternidad y su estéril posicionamiento político.

Pero donde de verdad vuela a gran altura el film es en su aproximación al estancamiento creativo, esa parálisis universal que nos impide terminar lo empezado y que pone en duda nuestra valía frente al espejo. El tira y afloja que mantiene Moretti con su prolongado y amargo deseo de filmar un musical termina decantándose positivamente en un cierre lleno de vitalidad, energía e ilusión: las mismas que le faltaban al cineasta en 1994 cuando se fumó su primer canuto.

El tiempo jamás se permite una pausa, y ha avanzado también para Moretti y para su visión del mundo desde que empezó Abril, un mundo cada vez más cambiante e incomprensible. ¿Pero no es engendrar (una obra, una vida), se pregunta Moretti, un acto de creación que te aproxima hacia la inmortalidad y que te permite seguir avanzando? Abril, como su hijo Pietro, son el enlace perfecto hacia un futuro brillante, hacia el sol del futuro.

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