Moonrise (Frank Borzage)

Frank Borzage fue uno de los pioneros del cine estadounidense. De una trayectoria tan diversa como prolífica su singular firma se estampó en las mejores obras del cine mudo americano de un modo propio, modernizando la rígida puesta en escena que caracterizaba las producciones de los grandes estudios de aquella época e introduciendo unos complejos y hermosos movimientos de cámara que otorgaban una vertiente dinámica y atractiva a sus cintas. Quizás el leitmotiv presente en toda su carrera fue el amor. Un amor heterodoxo, no siempre dispensador de felicidad, que derretía su eterno poder en unas tramas que giraban en torno a esta bonita palabra que todos anhelamos encontrar.

Convertido ya en un artesano muy consolidado en la industria del cine estadounidense, el maestro filmó a finales de los años cuarenta un extraño melodrama que bordeaba las lindes del cine negro y el thriller psicológico de atmósfera sureña. Una película muy personal que desprendía aroma tanto de cine de autor como comercial. Y es que Moonrise conservaba en su encabezado la firma de su realizador, punto que denota el entusiasmo y esfuerzo desplegado por el autor de El séptimo cielo. Borzage tuvo la suerte de contar con el apoyo y libertad dispensado por la legendaria productora de cine independiente Republic cincelando de este modo un proyecto que englobaba todo un conglomerado de géneros atreviéndose asimismo a inyectar una arquitectura salpicada por gotas iconoclastas en medio de una trama en la que el romanticismo llevaba la voz cantante en compañía de una epopeya de connotaciones trágicas.

Desde el punto de vista argumental Moonrise relata la odisea en la que se sumergirá Danny Hawkins, un ingenuo joven habitante de los pantanos del Sur de los EEUU inmerso en un mar de traumas debido a un hecho del pasado: el ahorcamiento de su padre condenado por haber matado al médico que atendió a su mujer y que causó por una negligencia el deceso de ésta. Con un par de escenas tan sencillas como absorbentes Borzage describirá en tres fogonazos las cicatrices interiores presentes en el protagonista a través de la exhibición entre brumas y sombras de la ejecución onírica de su progenitor así como las bromas y burlas de las que será objeto Danny durante su infancia, sin duda un recurso que denota la maestría de quien lleva el mando del proyecto.

Este breve flashback nos situará en el presente, mostrándonos a un Danny ya maduro y algo desorientado. Así, en un acto accidental matará al egocéntrico y presumido hijo del rico comerciante dueño del pueblo (interpretado en un papel meramente testimonial por Lloyd Bridges) tras discutir por un asunto amoroso relativo a la bella profesora Gilly por cuyo amor ambos luchaban. Consciente de las consecuencias que acarrearía su confesión, puesto que nadie creería que el hijo de un asesino no pretendía herir de muerte a un integrante de la alta sociedad sureña, nuestro héroe decidirá ocultar su crimen sumergiendo el cadáver entre los lodazales del pantano.

Sin embargo la mente pura e inocente de Danny caerá en una pérfida lucha interior en el momento en el que el cuerpo es localizado. De este modo el joven cazador deberá decidir entre tapar su vergüenza y motivo de tormento o confesar su acto no intencionado y someterse así al juicio de una sociedad racista y que mira por encima del ojo a aquellos que moran los márgenes de la pobreza. La caza al inocente no ha hecho sino arrancar. Y Danny solo contará con el apoyo moral de su amor Gilly y con los consejos de un viejo negro cazador de nutrias que decidió aislarse del mundo para evitar ser herido por las miradas de desprecio de sus vecinos.

Partiendo de esta premisa Borzage cinceló una obra compleja y extraña, alejada del tono de los grandes clásicos de los cuarenta oriundos de Hollywood. Una pieza enfermiza con claros referentes psicológicos que dotaban al envoltorio del film unas trazas malsanas y muy claustrofóbicas, sin perder por ello el rumbo principal inherente a toda obra del maestro: el romanticismo exacerbado conectado con una historia de amor puro e inconsciente, ese amor del que uno no puede zafarse aunque trate de romper las cadenas que lo atenazan.

Desde el punto de vista formal la cinta es una joya. A esos planos sensatos y muy elegantes dotados de una profundidad envidiable marca de la casa Borzage que se ornamentan con unos movimientos de cámara estables con el fin de rechazar el estancamiento típico de la rutinaria puesta en escena basada en el plano fijo-contraplano, se unieron unas tomas fotográficas muy vanguardistas con sabor a cine antiguo (fundidos, picados, primerísimos planos al estilo soviético, deformación del paisaje a través de capturas oblicuas que nos introducen en la quebrada mente del protagonista…). La fotografía es inquietante, forjada con unos claroscuros tenebrosos emparentados con el cine gótico, contaminando los escenarios de brumas y nieblas externas que se confunden a veces con las internas que azotan a los personajes. En este sentido la película ofrece un manual de primer nivel en lo que respecta a la estructura cinematográfica y planificación derivando hacia un poema visual de enorme influjo que recuerda en su firmamento bastante a las películas negras realizadas por Fritz Lang en la década de los cuarenta.

Con todo el aspecto visual no hace perder valor al potente guión que vertebra el film. Un escrito muy cuidado y hermoso, aderezado con frases inolvidables que inducen a la reflexión exprimiendo todo su jugo sin necesidad de acudir a términos soeces ni tremendistas. Un texto que encaja a las mil maravillas con un elenco de personajes malditos por su pasado que contribuyen a ennegrecer una historia que no tiene ningún desperdicio, posibilitando la construcción de un pequeño paisaje humano dentro de un marco microscópico ideal para ensalzar las virtudes y miserias que configuran nuestra condición innata.

Moonrise se eleva como uno de los últimos gritos de genialidad de Borzage, constituyendo en mi opinión su última gran obra. La cinta fue un fracaso de taquilla sumiendo a su realizador en una pequeña depresión al comprobar la nula aceptación popular que obtuvo un film en el que había puesto toda la carne en el asador. A mí no me sorprende en absoluto el rechazo que provocó este capítulo tendente a cautivar a través de la introspección y por ello carente de ese fuego violento y explícito tan del gusto del pueblo americano. Y es que esta es una película de cine de autor, de ese cine independiente primitivo y primario ajeno al aplauso fácil. Un retrato íntimo que clama en favor de aquellos manchados por un destino adverso, de los parias y marginados por la mayoría. Una obra potente y poderosa que partiendo del melodrama supo hilar una bonita fábula alrededor de la culpa, la fatalidad y el amor.

Publicada originalmente en el blog http://literaturacinemusica.blogspot.com.es/2015/03/moonrise.html

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