Mala suerte (Andrzej Munk)

A pesar de su corta carrera, segada por el trágico accidente automovilístico que acabó tan solo 39 años con su vida —siniestro sufrido en pleno rodaje de su obra maestra La pasajera—, sin duda Andrzej Munk es uno de esos nombres imprescindibles que dieron lustre en los años cincuenta al actualmente muy de moda cine polaco. Forjado en las trincheras de los cortos documentales, algunos de los cuales forman parte de la historia del cine europeo por su singular belleza, los cuatro largometrajes que se conservan del polaco no solo denotan el talante pionero de un genio con un talento innato para fotografiar las impurezas y desgracias que persiguen a un ser humano moldeado por vicios insoslayables como son la crueldad y la traición, sino que del mismo modo alumbran como unas obras que permiten atisbar los inicios de esa nueva ola que batió con fuerza a finales de los años cincuenta dirigida por nombres de la talla de Andrzej Wajda, Jerzy Kawalerowicz, Roman Polanski —aprendiz tanto de Wajda como de Munk en sus primeros pasos en el mundo del cine— o Jerzy Skolimowski por poner solo cuatro ejemplos.

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Mala suerte se destapa como una comedia muy negra y corrosiva, con ciertas influencias de grafía y guión ligadas con el Dov’è la libertà…? de Roberto Rossellini, en el sentido de conceder el protagonismo absoluto de la trama a un gafe de fábrica, uno de esos personajes tocados con la varita mágica de la desgracia innata y de la mala suerte, sea ésta motivada por su dócil talante o más bien por la ambición, egoísmo y cierta mala leche que se necesita para sobrevivir en unas sociedades moldeadas bajo el paraguas de la perversidad y la degeneración, sin duda parajes éstos inhóspitos para quien no cultive la maldad y el engaño como dogmas de vida. Pero lejos de derivar la epopeya hacia parajes grotescos y excesivamente ácidos, Munk —al igual que Rossellini con ese Totó de Dov’è la libertà…?— apostó por construir una obra tierna y conmovedora en la que resulta imposible no sentirse identificado con un personaje principal que por los influjos del maldito destino siempre se encuentra en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. Del mismo modo, el autor de Sangre sobre los rieles, aprovechó las oportunidades argumentales que el guión ofrecía para retratar, a través de la mirada del tonto útil que protagoniza el film, los cambios sociales experimentados en la Polonia de la primera mitad del siglo XX, aspecto que emparenta la obra de este maestro europeo con la popular y oscarizada Forrest Gump de Robert Zemeckis, sin duda una película que cuenta con muchos puntos en común con la obra clásica polaca.

La cinta arranca mostrando a un veterano prisionero, quien tras haber permanecido unos años en la cárcel va a ser liberado de su cautiverio por las autoridades comunistas. Este viejo desencantado responderá al nombre de Jan Piszczyk (interpretado por el siempre magnético y soberbio Bogumil Kobiela), el cual nos sorprenderá indicando al funcionario de prisiones que no desea recuperar su libertad, puesto que únicamente entre las rejas de su morada carcelaria ha podido librarse de una mala suerte que persiguió su existencia desde su nacimiento como una maldición que marcó su destino. Esta presentación dará paso al hipnótico flashback que dibujará las peripecias de este pobre desgraciado desde su niñez alumbrada entre los hilos y alfileres de un déspota progenitor sastre de profesión, pasando por su falta de adaptación en la escuela militar donde se graduó, para finalmente radiografiar sus posteriores tropiezos en la vida adulta.

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Alucinante fue el modo con el que Munk ilustró los primeros pasos en la vida de su héroe protagonista, empleando para ello una serie de gags cómicos ilustrados bajo los dogmas y lenguaje del cine silente con claras reminiscencias a las obras de Buster Keaton. Tras esta genialidad, Munk girará la trama hacia derroteros narrativos más clásicos, narrando a través de pequeños episodios independientes pero intrínsecamente conectados —capítulos vitales relatados por el protagonistas a su carcelero mediante sus recuerdos, descritos cada uno de ellos con un arranque, nudo y conclusión— las trampas que la providencia situó en el camino del flojo Jan Piszczyk en sus diferentes trayectorias existenciales.

Entre las mismas resaltan la nariz aguileña que adorna el rostro de Jan, hecho que provocó que fuera confundido por sus compañeros de universidad en la escuela de derecho como judío, a pesar de su ascendencia familiar cristiana. Con este guiño personal —Munk tenía orígenes judíos— el autor de Heroica puso sobre la mesa la importancia que las apariencias y la belleza física tendrán en el devenir futuro de Jan, condenándole a habitar una sociedad que presta más atención a la superficie que a la bondad interior.

En este sentido la película progresará mostrando las dificultades de Jan para establecer relaciones amorosas con las mujeres debido a la timidez que le otorga su falta de atractivo físico. Observaremos como nuestro Jan se desenvolverá en su primer trabajo como tutor de la caprichosa hija de un oficial del ejército polaco, quien se convertirá en su primer, interesado y efímero amor, así como los trucos de la madre de ésta para ocultar a su estricto y ocupado cónyuge sus aventuras sexuales extra-matrimoniales con jovencitos sirviéndose para ello del torpe personaje.

E igualmente en paralelo, Jan experimentará en sus carnes los cambios políticos y sociales acontecidos en Polonia, cayendo por diversos enredos en las redes de las juventudes nacionalsocialistas previas al estallido de la II Guerra Mundial, en las filas tanto del cobarde ejército polaco como en las del alemán. Pero también, por su mala suerte, será confundido con un miembro de la resistencia y por tanto recluido en un campo de concentración nazi.

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Si bien Jan logrará escabullirse de su cautiverio traicionando a sus compañeros de presidio, su existencia en libertad será guiada por la desgracia y el infortunio en virtud de sus encuentros con personajes de diversa condición y naturaleza. Así, cuando todo hace parecer que nuestro desdichado protagonista ha conseguido escabullirse de su mala suerte tras conocer el amor verdadero con la preciosa Jola y el éxito profesional como ambicioso y retorcido abogado —maravillosa metáfora de Munk que refleja que para poder eludir la mala suerte y ser un triunfador en cualquier sociedad es preciso abandonar la bondad para adoptar una postura más individualista y perversa— una nueva jugada del azar acabará con ese espejismo, destruyendo pues el edificio de felicidad que parecía estabilizar la existencia del bueno de Jan.

A través de pequeños capítulos que procuran un envoltorio externo a Mala Suerte similar al de una cinta adscrita al subgénero tan de moda en los cincuenta de película de episodios, Munk conquistó el cielo merced a su capacidad para tejer una trama terriblemente humanista y conmovedora que aspira con precisión e inteligencia los aspectos más ocultos de la condición humana. Así temas tan atemporales como son el destino, la culpa, la cobardía, el amor, la crueldad, la mentira o las diversas traiciones que nuestros semejantes nos infringen están muy presentes a lo largo del desarrollo de la historia, confiriendo al film una composición escénica que fecunda y permite pintar una sociedad colmada de opresión y fatalismo que sanciona a todos aquellos ciudadanos que guían sus pasos a través de la sensibilidad, la honestidad y la sinceridad. Todo está podrido y corrupto. No nos podemos fiar de nada ni de nadie. Esta pesimista premisa fue lanzada por Munk haciendo gala de un humor muy negro y mordaz. La libertad, por tanto, no es más que una palabra que se la lleva el viento imposible de disfrutar en un mundo gobernado por la maldad, las mentiras y la barbarie. Y es que, como suplica Jan a su captor, únicamente la soledad que proporciona el encierro en uno mismo bajo las estrechas paredes de una celda y la aceptación de nuestro incierto y fatal destino serán las doctrinas que admitirán cierto florecimiento de efímera e irreal libertad. Porque Mala Suerte no solo se destapa como una de las mejores comedias de la historia del cine polaco y todo un referente para las nuevas generaciones de realizadores de esa geografía, sino que igualmente se eleva como un film distintivo y divergente que partiendo de un tejemaneje de influencias cinéfilas que tocan desde el cine mudo, al neorrealismo y también ciertos guiños a la comedia social italiana, alcanzando resultados singulares y propios que catalogan al film como una rara avis única en su especie.

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No puedo concluir la reseña sin mencionar la importancia que Mala Suerte tuvo en la carrera de un joven Roman Polanski. Y es que el autor de El quimérico inquilino por un lado aparece en un pequeño cameo en el papel del tutor de la enamorada del protagonista. Pero sobre todo el film ocupa un lugar trascendente en la carrera de Polanski en virtud de su pertenencia al equipo del film como ayudante de dirección de Munk, siendo por tanto una lanzadera de aprendizaje para su posterior carrera como autor cinematográfico.

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