Maïwenn… a examen

Las primeras películas de Maïwenn como directora demuestran una evolución de gran coherencia temática, estética y narrativa dentro de su filmografía. La también actriz y guionista extrajo inspiración autobiográfica para su ópera prima, Pardonnez-moi (2006). Después realizó una exploración introspectiva y metacinematográfica de la experiencia de ser actriz en la industria en El baile de las actrices (Le bal des actrices, 2009). Completando esta trilogía informal se encuentra su obra más reconocida —y que define mejor toda su trayectoria—, Polisse (2011), en la que sigue a los miembros de la unidad de protección de menores de la policía de París. Con un reparto coral, la película configura una red de relaciones personales y dinámicas de trabajo entre los agentes dedicados a luchar contra la explotación, los abusos sexuales y la violencia o a ayudar a los desamparados y a los que han huido de sus hogares. Así se van mostrando una serie de casos que van desde lo supuestamente anecdótico a lo extraordinariamente dramático, que permiten perfilar tanto el carácter de estos policías como las consecuencias de su trabajo en su día a día dentro y fuera de la brigada.

Esta variación del tono desde lo más frívolo a la exaltación melodramática podría considerarse una de las señas de identidad de Maïwenn, que se traslada a su forma de entender la puesta en escena, la escritura de sus personajes y la dirección de actores. Mientras se presentan distintas situaciones en familias y otros contextos sociales o somos testigos de los interrogatorios, la narración no se centra en las víctimas o ni siquiera en los agresores. La perspectiva del filme y lo que de verdad interesa a la directora es confeccionar un retrato colectivo e individual de estas personas dedicadas a combatir delitos contra los menores, con sus demonios interiores, problemas de pareja, traumas y complicadas situaciones familiares. La propia directora se introduce en esta unidad como parte del reparto, interpretando a una fotógrafa que se va a dedicar a capturar instantes de su trabajo a lo largo de varios meses. La utilización de la cámara en mano estilo documental y la cercanía con los personajes no se ve afectada por esta intervención de la cineasta dentro de su filme con su mirada a través de su representación interna con un dispositivo de filmación o fotografía. Algo recurrente en las dos películas previas mencionadas anteriormente.

El relato mantiene un punto de vista omnisciente, alternando caprichosamente con el montaje entre los policías en la comisaria, en sus casas o enfrentándose a sus problemas personales. Polisse alcanza de esta manera una hibridación desigual entre el drama de personajes y el drama social —incluyendo una mirada a la diversidad multicultural francesa y los conflictos que surgen de ella—, pretendiendo dar un sentido de autenticidad que sabotea sistemáticamente con sus desequilibrios dramáticos y tonales. Sin querer pasar demasiado tiempo con víctimas o explorando la naturaleza de los deleznables crímenes a los que someten a niños y niñas, la cineasta muestra de una manera simplista y superficial a algunas de las criatura, sus situaciones o sus agresores, de los que llega a realizar un retrato caricaturesco. La sensibilidad en algunos pasajes parece esfumarse completamente, como ocurre en las histriónicas secuencias de los interrogatorios. O en algunos planos en los que no duda en mostrar un feto abortado de una víctima de violación, sin más sentido que generar un impacto visual de un trauma que, como el resto de los casos que se registran de pasada en el largometraje, carece de una mínima profundidad psicológica en su desarrollo. Un defecto que se extiende también a sus personajes, con los que acaba apelando al «shock» trágico en su final para llegar a unas burdas conclusiones discursivas, incapaz de elaborarlas de otra forma a través de su aparato formal o recursos dramáticos.

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