Los cinco diablos (Léa Mysius)

La alquimia que surge de los elementos como son la tierra, el fuego, el agua y el aire conforman un imaginario donde sentar las bases de Los cinco diablos, lo nuevo de la directora Léa Mysius que se aferra a unos personajes femeninos carismáticos y revolucionados para hablarnos de amores y destinos irremediables bajo las licencias poéticas y estilísticas de algo que se encuentra a medio camino de la magia y la brujería.

Son importantes los elementos porque todos nos llevan al super-desarrollado olfato de nuestra joven guía, que sirve de excusa para transportarnos a una dilatación temporal donde se mezcla el ahora y el pasado como recurso para consolidar un relato. Este es el relato de Les cinq diables, algo no literal, finalmente es solo un lugar de encuentro donde conciliar la historia de una madre en el ahora, una adolescente en el pasado, una Adèle Exarchopoulos potente y conmovedora que nos encandila durante toda la película. También el lugar donde recordar unos hechos que, siempre aferrados a esas licencias poéticas que rompen cualquier significancia del tiempo, obligan a que todo ocurra de un modo concreto.

Los cinco diablos nos obliga a dejarnos llevar en la reconstrucción de una familia inusual a través de los ojos de una niña que debe aprender a lidiar con una realidad que no siempre se ajusta a aquello que conocemos. Una niña con una madre y un padre volcados en ella, para descubrir de repente que la felicidad tiene miles de matices no siempre alcanzables ni comprensibles. Así, con ese olfato tan milimétrico y una misteriosa botella que llega de un modo tan misterioso como su dueña, Mysius crea un paralelismo entre lo que sería convencionalmente revolver entre las pertenencias adolescentes de una madre, aquí llevado a una suerte de viajes temporales que en cierto modo invaden esa privacidad y parecen modificarla.

Aunque parece un abuso más que un delicado apoyo ese modo de introducir temazos musicales durante la película, sí es un acierto esa escena de karaoke donde Adèle y Swala Emati cantan Total Eclipse of the Heart de Bonnie Tyler, creando un antes y un después en esta forma de narrar atemporalmente lo que ya parece predestinado. Cercana, intensa, de esas que empapan la piel con su significancia, por un momento sabe ir al grano y pronunciarse más allá del autodescubrimiento.

Sin embargo tanta poesía sin apenas variaciones en su tono puede crear una dificultosa barrera para acomodarse en la película. Aunque la idea es original y atrevida, aprovechando ese mundo paralelo del fantástico para narrar temas muy humanos y aparentemente sencillos, requiere de mucha fe por parte del espectador para mimetizarse con su desorden vitalicio y su libre formulación de los hechos. Y aunque no tenga sentido, es esa imposible reconstrucción lo que resulta atrayente, ese concepto donde nuevas oportunidades forman parte de un destino escrito, ya no por los astros, sino por los mismos participantes de esta vida.

Porque a simple vista parece un drama más con ínfulas, pero en realidad sabe profundizar desde una mirada infantil —y no necesariamente inocente— la calidez que provoca esa química entre las protagonistas en las distintas épocas que nos muestran, rompiendo con el compromiso de normalidad para que todo, de un modo complejo, incluso embrujado, vuelva a su naturaleza, sin desaprovechar en ningún momento la tierra (la niña), el fuego (el padre), el agua (la madre) y el aire (la divina providencia de las narices infatigables), lo que nos compone y a la vez lo que nos mantiene entre la realidad y la ensoñación. Los cinco diablos no es perfecta, pero respira algunas imágenes bucólicas y una historia donde el amor rompe muchas barreras, más allá de las temporales a las que alude principalmente, dando el lugar que merece cada personaje y prometiendo, aunque sea por un momento, que los errores forman parte de nuestro destino (por mucho que personalmente odie la idea de un destino escrito para cada una de nosotras).

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