La novia (Paula Ortiz)

«¡Porque yo me fui con el otro, me fui! Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes.»

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La tragedia es un drama que se produce de manera misteriosa e inevitable. Así es como comienza La Novia de Paula Ortiz. Palabras tan arduas y duras provocan un sentimiento hostil y de desesperación que surge del imaginario del poeta célebre Federico García Lorca. Y es que la palabra de Lorca es universal. Otorguen a un servidor el derecho de explayarse ante semejante obra maestra, de la cual ya estamos observando poco a poco su grandeza a través del reconocimiento que está recibiendo. Y lo que le queda por delante.

La Novia es cine en mayúsculas y un respiro en nuestro gusto cinematográfico, hartos de observar las mismas historias contadas una y otra vez expuestas con el piloto automático, queriendo innovar en la sencillez, pues en teoría ya está todo inventado. Cierto es que estamos hablando de una adaptación de la famosa obra Bodas de Sangre, pero la originalidad en este aspecto recae en la adecuación en sí. En España no somos muy asiduos a plasmar nuestros textos clásicos en la gran pantalla, algo que otros países hacen sin miramientos, como es en el caso del país originario de Shakespeare. ¿Cuántas versiones existen de Macbeth? A puñados. ¿De Hamlet? Otras muchas. ¿Y de Romeo y Julieta? Hasta una versión musical. Quizás es el respeto el que nos lleve al miedo más profundo. Somos una sociedad de boquilla, valientes hasta la médula mediante la palabra, pero en cuanto a los actos nos acomodamos en el sofá y esperamos que sean otros los que hagan el trabajo sucio. «Así va España» se ha dicho en innumerables ocasiones.

Por esta razón, la valentía de la joven directora Paula Ortiz acoge mayor fuerza cuando se introduce en el mundo lorquiano y consigue rescatarlo con una belleza propia del poeta. Su visión talentosa es innegable, pues ya con su primer largometraje, De tu ventana a la mía, fue nominada a los premios Goya en 2011 a mejor director novel y ganó el premio Pilar Miró en la Seminci de Valladolid. Si bien el argumento de su primer trabajo no tiene que ver con La Novia, parece ser que la mujer es su especialidad, en cuanto al retrato femenino y sus características.

Para la directora hacer esta película supuso alcanzar el sueño que tuvo desde infante, cuando leyó la obra teatral y se imaginó cómo sería en imágenes. A esto me refiero cuando digo que la valentía es lo que nos diferencia entre unos y otros. ¿Por qué dejar una idea en el limbo cuando se puede llevar a cabo con los medios pertinentes además de los miedos que supone un trabajo así? Porque el miedo es lo que nos hace reaccionar de la manera más primitiva e impulsiva, pero cuando se supera la seguridad surgida provoca que se crezca humanitariamente en todos los sentidos.

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El proceso de casting debe ser una de las partes más crudas y complicadas, pues se está decidiendo qué imagen publicar, qué representación del trabajo se va a exponer. Sin embargo, en esta ocasión Ortiz parecía tenerlo claro: Inma Cuesta es la Novia. Su constitución es pura raza española, su tez, sus ojos oscuros, su pelo negro y sus curvas tendrían que estar en la cabeza de Lorca cuando escribió Bodas de Sangre. Una actriz que ha pasado por muchos registros, con una trayectoria cinematográfica y televisiva muy amplia, desde Amar en tiempos revueltos haciéndose más conocida en Águila Roja y dando el salto a la gran pantalla mostrando un registro amoldable en La voz dormida, Primos y, posteriormente, 3 bodas de más, donde fue nominada a los Goya como mejor actriz. Sin embargo, no era su momento, estaba claro que algo más grande tendría que llegar y palabras tales como «te sigo por el aire como una brizna de hierba» serán las que lleven a esta actriz criada en Jaén al olimpo del cine español. Trabajar en su papel fue una catarsis total para ella, y no pensamos lo contrario, pues se desenvuelve con soltura en un terreno de sentimientos trágicos, un registro complicado y una lucha entre la razón y el corazón. Parece no tener problema alguno en mostrar su yo en todo su esplendor y rompe todas las leyes de la interpretación para compartir algo que pocas actrices pueden hacer: adueñarse de un personaje ya existente de manera íntima.

En la tremenda apuesta le acompañan Asier Etxeandía en el papel del Novio y Álex García como Leonardo. Un juego peligroso de tres. La rivalidad entre los dos hombres se hace explícita en la película, muy conseguido por la directora, algo que en la obra lorquiana se intuye y casi no se proyecta, por el juego de intuición que Federico García Lorca llevaba a través de sus palabras, hasta el fatídico desenlace. No obstante, Ortiz llega a plasmar lo necesario, a través del texto original pero retocado y recolocado a su antojo para así llevar una línea argumental con sobresaltos y pasos en el tiempo. Intercala a su vez imágenes de los tres protagonista de niños con la realidad del momento y es algo que permite ser disfrutado y comprendido en cuestión de minutos.

La esencia de la película recae en la sensación experimentada que produce. Una historia conocida por muchos, con un trágico final, pero que, aun así, sorprende en su conjunto. La Novia vive un duelo interno entre el deber y el amor pasional, con quien debe casarse, el Novio —Exteandía—, a quien quiere por su dulzura y los años que les unen juntos desde pequeños, se hace formal el anunciamiento de la boda cuando la Madre del Novio, interpretada por una inverosímil Luisa Gavasa, acude a la hacienda del Padre de la Novia, en la piel del entero y eterno Carlos Álvarez Novoa, para acordar el casamiento. Cabe destacar el trabajo de Asier Etxeandía quien, pasando ya su época de promesa de la interpretación, con sus dotes interpretativas fruto de las tablas en el teatro firma una exégesis sublime. Es el Novio que ama y no es correspondido, pasando de la alegría a la ira en cuestión de segundos, sin entender realmente las actitudes de su futura esposa.

«Novio: Vamos un rato al baile.

Novia: No. Quisiera echarme en la cama un poco.

Novio: Yo te haré compañía.

Novia: ¡Nunca! ¿Con toda la gente aquí? ¿Qué dirían? Déjame sosegar un momento.

Novio: ¡Lo que quieras! ¡Pero no estés así por la noche!»

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A medida que el relato avanza la actitud de la Novia resulta más hostil con quien ya es su marido. Las conversaciones entre los dos suelen ser frases cortas y están salpicadas por las interrupciones de la Madre, quien desconfía siempre de la Novia, incluso en el momento en que se celebra la boda. Como contrapunto la relación con Leonardo es pasional e irracional, pues aunque él ya esté casado, el sentimiento entre ambos es mutuo y el secreto debe ser guardado para no herir sentimientos ajenos. Álex García es el amante, el novio en la sombra, quien despierta el deseo de la protagonista cuando le recita entre susurros al oído los versos de Lorca.

«Leonardo: Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; pero ¡siempre hay culpa!

Novia: Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a quien tengo que querer por encima de todo.»

Autoengañarse es una práctica que todos hemos llegado a hacer en nuestra vida cuando creemos que no estamos actuando bien a la vista de otros. Forzarse a querer es un acto inconcebible, sin embargo, es la tragedia por excelencia y así se expone. Finalmente, los sentimientos salen a la luz y, en ocasión se puede mentir a los demás pero nunca no a uno mismo, pues, ¿quién mejor que nosotros nos va a conocer?

«Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!»

El poder de la palabra, que en La Novia se emite tan cual con la lírica de la obra literaria, es un punto fuerte en la cinta de Paula Ortiz con palabras llenas de significado que se proyectan en el espectador y que se recogen con naturalidad y sinceridad. Aventuro a predecir, como ya lo hice cuando terminé de ver la primera proyección del filme, que La Novia pasará a la historia de nuestro cine por cosas como la que se menciona, plasmar perfectamente la palabra de Lorca en la pantalla y de quien proyecta el trabajo de la mano de cada uno de los actores. Un elenco que, aparte de estar formado por el trío amoroso, se dota de unos personajes secundarios hechos a medida, entre los que se encuentran Leticia Dolera, Manuela Vellés, Consuelo Trujillo y los ya mencionados Luisa Gavasa y Carlos Álvarez Novoa. Éste último no pudo disfrutar del visionado de la película, pues las desgracias nunca vienen solas, y como si de un enlace a la película se tratase, el actor falleció antes de poder ser conocedor de las glorias emitidas por crítica y público días antes. Un capitán de barco que deja huérfana a la tripulación, una tripulación que está tirando con fuerza y no permiten que se hunda, más bien lo contrario.

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Para algunos la impetuosa apuesta visual de la que se caracteriza la película resulta cargante y artificial, muchos comentarios escuché de ser una cinta bonita cubierta de un filtro de Instagram; no obstante, una vez visualizada parece imposible concebir otra ambientación y ese color tierra que se le da. Filmada en Zaragoza y en la Capadocia, Turquía, los terrenos áridos son la semejanza a nuestra tierra, nuestra raza y al mundo de Lorca, donde hay desiertos, un ojo en el cielo, cristales, la mendiga, los puñales, un caballo… Y esto se hace realidad gracias al trabajo de dirección de fotografía de Migue Amoedo y a la digitalización en algunas escenas, permitiendo la congelación de la imagen observándola desde todos los puntos. De esta forma se huye de la teatralidad y se visiona un trabajo completo a nivel visual. A su vez la elección de la música se clasifica en dos niveles: la partitura compuesta por Shigeru Umebayashi, potenciando la tragedia de los personajes y las canciones populares del mundo lorquiano y de nuestras raíces como son ‘La Tarara’, la ‘Nana del caballo grande’, el ‘Pequeño vals vienés’ que compuso Leonard Cohen a través de un poema de Lorca, ‘Madeja madeja’ o el cantar de boda sefardí de ‘La Novia y el Novio’, que se asemeja al mundo del literato y proporciona en la película una escena de locura y descenso a los infiernos de la protagonista.

Es inevitable no percibir un sentimiento, a la hora de visualizar La Novia, de estar frente a algo grande y de nuestra tierra, con un simbolismo que emana de cada poro y que nos hace partícipes de la historia, una historia de raza y universal en su proposición, para disfrutar en cualquier ocasión, porque es imposible despegar la vista de la pantalla en su necesaria hora y media de metraje. La Novia es tanto Federico García Lorca como Paula Ortiz, y sin duda, es la mejor película española del año, pues no se ciñe a ser simple entretenimiento, se debe concebir como arte y, por consiguiente, cultura.

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«Y apenas cabe en la mano.
pero que penetra frío
por las carnes asombradas
y allí se para, en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.»

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