La jauría (Andrés Ramírez Pulido)

La violencia: el origen

Desde que Rodrigo D: No futuro se estrenó en Cannes, hace más de 30 años, siempre siento algo agridulce cuando alguna otra atraca en el puerto de Cannes. Un defecto de cercanía, seguro; me hace sentir que siempre veo “la misma” película con pequeños ajustes. El desespero de nuestra juventud sin futuro probable que encuentra desahogos en las fiestas y las drogas, y a la que para sobrevivir le queda desempeñar algún papel en la terrible obra de violencia que supimos montar. Esta vez no era algún director nuevo, Ramírez Pulido había pasado hace cinco años por la Sección Oficial de Cortos con Damiana. Ahora en el camino de los largos llegaba a la Semaine [Semana de la crítica] con La jauría.

Nada más empezar vemos un par de preadolescente, Eliú y el Mono, drogándose, y las imágenes no dejan duda de que tomará un sentido no muy ortodoxo. Una buena sintaxis nos lleva a ver a Eliú, de escasas palabras, con sus compañeros que pasan el tiempo de extraña reclusión. Extraña por la mezcla de limpieza y adecuación de una propiedad de tierra caliente en Colombia con un baratísimo y chapucero ‹coaching› personal. El Mono llega y su arrebato enturbia aún más el ambiente donde están.

Los típicos roles de policía bueno y malo se encargan de cuidar a estos jóvenes. El bueno trata sinceramente de ayudar, en tanto ayudarse, con ínfimos recursos técnicos y emocionales a los muchachos. El otro sabe bien en qué territorios están parados y sólo llega maltrato por su parte. La actitud de el Mono no ayuda; pero es el cinismo que le queda, y no hay que ser un espectador avizorado para entenderlo. En La jauría queda claro que el infierno vivido por Eliú y el Mono es uno donde ellos apenas pusieron una baldosa en ese edificio en el que la connivencia entre el Estado y la gran ilegalidad se da. Los chicos son entregados por el Estado en subarrendamiento para ser vigilados, custodiados, esclavizados y torturados por un narco.

Resocializar, ¿qué es lo que es eso? Es la pregunta que uno traga grueso al ver este primer largo del director bogotano. Reclamos por falta de alimentación y un asesoramiento vacuo hacen que ya no quede policía bueno y que la sentencia sea tomada. En un país donde la pena de muerte llega de facto desde lo más alto del gobierno central, lo que quedan son los métodos para aplicarla y que nadie quede salpicado. Entre tanto nos enteramos del porqué del primer delito grave que planeaba Eliú en el que el Mono apenas era un amigo que quería ayudar. Porque para este tipo de niños la justicia no es ciega ni tampoco llega. Para ellos la justicia es una desconocida que toma la engañosa forma de la venganza.

Entonces sí, “la misma” película una vez más: cierto. Pero sus matices y vericuetos dan un par de hiladas más en el intento por explicar la raíz del cáncer colombiano. También La jauría sirve como traducción para los foráneos del significado de nuestra violencia en Colombia. Esa que llega del Estado, por su indolencia, porque se hace matoneador al asociarse con los poderosos y violentos y atacar a los que menos tienen en todo sentido. Pero también por no haber sido capaz de retejer la sociedad para que cada individuo tenga las herramientas mentales, sociales e intelectuales de perdonar que nos permitan como sociedad pasar la horrible noche roja.

Escrito por Juan Carlos Lemus de Con-acento.com

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