La alternativa | Yo maté a Einstein, caballeros (Oldrich Lipský)

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La disparatada premisa de Yo maté a Einstein, caballeros de Oldrich Lipský nos sitúa en un futuro 1999 en el que un grupo de terroristas ha provocado un incidente nuclear de consecuencias desoladoras: a las mujeres de la Tierra les ha crecido la barba. Ante esta situación de emergencia internacional, surge la brillante idea de atacar el problema de raíz. ¿Y si esa tecnología nunca se hubiese desarrollado? Con esa idea en mente, un eminente científico junto a sus dos acompañantes se embarcan en un viaje al pasado, hasta el año 1911, con un objetivo: matar a Albert Einstein antes de que siente las bases de la física moderna y permita a través de sus descubrimientos el desarrollo de armamento nuclear.

De un planteamiento tan irracional cabría esperar un tratamiento de la trama ligero y paródico, y efectivamente, la película deja de lado cualquier pretensión de manejar sus temas con seriedad, transformándose desde el primer momento en una farsa que satiriza tanto las convenciones de los viajes en el tiempo como la paranoia nuclear, por medio del humor absurdo e irreverente y de un tratamiento laxo de la ciencia ficción, en el que se nota claramente la intención de anteponer la parodia a la coherencia narrativa. No es, por tanto, su objetivo analizar en profundidad la problemática de viajar al pasado, sino utilizarla en diversas formas -la paradoja del viajero, la creación de futuros alternativos impredecibles- para dar lugar a una comedia surrealista en un escenario que da pie a una variedad de situaciones carentes de toda lógica. Y, por supuesto, los científicos encargados de la misión son incompetentes como ellos solos, cometen errores de cálculo básicos y fracasan repetidas veces en su cometido, debido a su torpeza y falta de tacto al tratar con elementos del pasado, retorciendo un objetivo sencillo hasta convertirlo en una meta imposible.

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Esas cualidades se trasladan también a la cuestión nuclear, el otro tema alrededor del cual orbita la narración. La cinta puede interpretarse como un alegato en contra del progreso científico descontrolado y sus riesgos para la humanidad. Su planteamiento reaccionario en ese sentido da pie a una visión fatalista que Lipský encauza muy hábilmente por medio de la ironía, logrando con ello una sátira inteligente que se transforma en retrato y burla de la condición humana. El desenlace de la película es especialmente brillante en ese sentido, al retorcer la situación de manera que el problema inicial se convierta en la única solución posible de un imprevisto colateral.

De todas maneras, a pesar de sus logros, Yo maté a Einsten, caballeros se queda lejos de ofrecer una experiencia contundente, llegando a resultar más bien irregular y llena de altibajos. Su humor, tan centrado en ramalazos excéntricos de sus personajes o en situaciones extravagantes, puede en algunas ocasiones resultar excesivo y carente de interés, sobre todo si no se tiene una afinidad especial por ese tipo de comedia. Por ejemplo, la alargada secuencia del striptease falla en mi opinión, alargando en exceso un chiste que de por sí no tiene sustancia, y matando el ritmo de la narración de paso. Por otro lado, su estructura no favorece a la sensación de solidez global de la obra, dando lugar a dos mitades claramente diferenciadas, con la segunda renqueando respecto de los logros de la primera e inevitablemente agotando las fórmulas que habían resultado frescas y originales en un principio.

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En cualquier caso esta película de Lipský es una rareza muy disfrutable, una comedia marciana que ofrece otro punto de vista a la narrativa de los viajes en el tiempo, dando como resultado una historia tan divertida y estimulante como poco convencional, con más elementos de interés de los que en un principio podrían suponerse. Su vertiente satírica, aunque sin llegar a cotas magistrales, no queda tan lejos de otras cintas consagradísimas de la comedia política y social. Tal vez no sea la obra más audaz y desconcertante de su autor (menos aún comparada con la propuesta radical de Happy End), pero sí es una experiencia única que descubre a un director con un estilo, tanto en la narración como en la comedia, muy interesante y reivindicable, y otra muestra de la tremenda riqueza artística del cine checoslovaco en la década de los 60 y principios de los 70.

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