La alternativa | High Flying Bird (Steven Soderbergh)

Si por algo se ha caracterizado el cine de Steven Soderbergh lejos de su faceta más ‹mainstream›, es por incurrir en una suerte de desnaturalización de ciertos escenarios y géneros, aportando una mirada divergente y distintiva que en no pocas ocasiones contrasta con los universos a los que alude el cineasta y productor estadounidense, siendo quizá The Girlfriend Experience uno de sus mayores exponentes. Con High Flying Bird, el autor de Bubble traslada su prisma al mundo mediatizado y glamouroso de la NBA pero, en efecto, huye de todo aquello que podría representar (en la superficie y de cara a la galería) la mayor competición baloncestística americana (y, probablemente, mundial). Así, no es de extrañar que el primer largometraje de Soderbergh para Netflix transcurra más bien entre oficinas, saunas y bares ‹chic›, relegando las canchas a un evidente segundo plano, síntoma de qué temáticas pretende abordar el cineasta, pero del mismo modo signo de la naturaleza del personaje central, Dean, un agente deportivo que, lejos de todo lo que le rodea, mantiene cierta cercanía con la única cancha que vemos a lo largo del film: una universitaria.

Ese «Te importa el juego» que le dirige su superior no sin un tanto de socarronería puesto que, al fin y al cabo, es lo que es, un representante que vive de ese deporte, parece tener más implicaciones de las que se podrían deducir debido al terreno al que se dirige Soderbergh; y es que, si bien Dean —interpretado por un persistente André Holland— busca ante todo intentar encontrar soluciones para poder afrontar ese ‹lockout› que se cierne sobre ellos, su discursiva deja entrever cierta romantización no tanto en torno al juego, sino al significado del deporte ‹per se›, y a cómo el corporativismo y los intereses despojan todo aquello que podría ser un símbolo de su esencia.

Puede que ese sea el motivo por el que el cineasta recurre a esa dialéctica afilada acompasada con planos y cortes que arrojan más importancia si cabe a cada palabra y acción: la narrativa se despoja en High Flying Bird de cualquier convención buscando ser directa e incisiva, otorgando un sentido muy específico a ese vaivén que traslada a Dean de un escenario a otro casi sin un minuto de tregua, no tanto buscando esa sensación de tensión escénica, de contrarreloj que no juega a favor de las pretensiones del protagonista, sino más bien evocando las idas y venidas de un partido determinado por no pocas piezas que en cualquier momento pueden disponer un resultado cuya resolución se dispondrá en pos del rédito empresarial que se pueda obtener del mismo. Así es el juego.

No obstante, y lejos de transformar High Flying Bird en un disparadero donde lo discursivo engulla definitivamente los mecanismos del film, Soderbergh opta por dirimir sus claves entre oscilaciones de un cine que podría antojarse extraño ante un ejercicio como el que nos ocupa; el truco, ese engaño que ha vertebrado de alguna manera la carrera del de Georgia —en su faceta más comercial con la saga Ocean’s— se desliza de alguna manera en el núcleo de un film que incluso adopta ciertos formalismos de esa saga —el modo de usar, de modo velado, casi transversal, esa banda sonora— y los acoge para dotar de pinceladas sutiles pero muy definitorias al relato.

High Flying Bird es, en definitiva, la constatación de que el cine de Soderbergh continúa más vivo que nunca: no es inconveniente que lo haga bajo el yugo de Netflix —a los que incluso parece lanzar cierta pulla relacionada con la competencia a raíz de un diálogo de MacLachlan—, de cuya tan criticada estética logra alejarse —quizá por ese carácter que han tomado en más de una ocasión las imágenes del autor de Contagio, siempre presto a experimentar, en esta ocasión a través de un iPhone—, (re)escribiendo el cine deportivo en una cinta que pone sobre el tapete la valía e importancia del mismo sin necesidad de lanzar mensajes de comunión o superación, más bien exponiendo una maquinaria que no se detiene ante nada ni nadie, y que pocos cineastas han tenido la tenacidad de explorar como Soderbergh.

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