La alternativa | Fundido a negro (Vernon Zimmerman)

Si bien resulta complejo poner en duda que dos nombres como los de Wes Craven y Kevin Williamson fueron los responsables de cuestionar los mecanismos y resortes de un género ya por aquel entonces mostraba innegables signos de agotamiento y flaqueza, y que a la postre ha derivado en un cúmulo de subproductos que en no pocas ocasiones devienen un inofensivo reflejo de lo que fue el germen inicial, lo cierto es que nunca hay que perder de vista unos posibles referentes que, en el caso del ‹slasher›, tomaban forma ya en la década de los 80 si bien no en su vertiente irónica, sí en una autoconsciencia que ya deslizaban cineastas de la talla de Mario Bava con su ‹giallo› (género, al fin y al cabo, primo hermano del ‹slasher›) Bahía de sangre o Tobe Hooper con su nunca suficientemente reivindicable La matanza de Texas 2. En esa dirección se podría situar el último largometraje de Vernon Zimmerman, esta Fundido a negro donde el cineasta norteamericano fija su mirada en uno de esos personajes marginales, casi ajenos a su condición de sujeto perteneciente a una comunidad y, por ende, afín a una socialización que, en su caso, se produce más bien por casualidad, aludiendo a unas imágenes, unos referentes cinematográficos, que en su caso fundamentan su razón de ser. Es así, fortuitamente, y por su parecido con Marilyn Monroe, como Eric Binford, el protagonista, conocerá una chica australiana llamada Marilyn. Un detalle que podría no tener aparente importancia, pero que sin embargo expresa la condición de un personaje vinculado en todo momento a su cinefilia —un hecho que el propio Zimmerman refuerza mediante el montaje paralelo en algunas situaciones donde el propio Eric reproduce no sólo diálogos, también algunas secuencias de sus películas favoritas—.

Es así como Zimmerman va ofreciendo las claves de un desarrollo psicológico que irá mutando en la distorsión gradual de la psique del protagonista, cuyas filias empezarán a derivar en unas ansias homicidas que corresponderá, ante todo, ajustando ciertas cuentas pendientes. Una circunstancia que, sin embargo, no incidirá ni mucho menos en esa deformación de la realidad que se irá apropiando del trayecto de Eric, conviniendo en su carácter genérico una extraña mixtura que parece bordear el ‹slasher› pero se cimienta con más firmeza en el terreno del terror psicológico, otorgando una idónea extensión que refuerza ciertas ideas de su puesta en escena, donde la forma de abordar algunos espacios, tanto a través de un meritorio y acentuado trabajo de iluminación, dota de un sentido muy específico tanto a la disposición de determinadas ideas como a la direccionalidad de un film que tiene muy claras sus intenciones en todo momento.

Más allá, pues, de los injertos que acompañan algunas secuencias, o de las distintas caracterizaciones que servirán a Eric para ir cometiendo esa serie de asesinatos —dejando incluso algún momento de lo más suculento, como esa réplica de la mítica secuencia de Psicosis que devendrá en uno de los instantes más extrañamente lúdicos e irónicos del film—, el cineasta complementa una labor que, en especial, retrata acertadamente ese estado mental del protagonista, ayudado por una voz en off desde la que dar forma a esa constante evolución e incluso recogiendo turbadores retazos que dan buena cuenta de la desequilibrada psique de Eric. Quizá donde no posea tantos alicientes Fundido a negro sea en un último acto un tanto más predecible y, por tanto, carente de los incentivos que el cineasta sí había sabido encontrar a lo largo y ancho del metraje, pero lo cierto es que ello no constituye ni mucho menos un escollo para poder apreciar las virtudes de una pieza tan consecuente como, en parte, fascinante, capaz de aceptar y potenciar unas limitaciones que nunca se sienten como tal, convirtiéndose en un ejercicio de género que cualquier aficionado debería rescatar.

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