Herd Immunity (Adilkhan Yerzhanov)

Adilkhan Yerzhanov no ha dejado de explorar los recovecos de una autoridad voluble y, desde esa condición, tan laxa como severa según dicten las circunstancias. Un carácter ya expuesto a partir de su segundo largometraje, The Owners, donde la apatía y el abandono quedaban reflejados en los edificios sujetos a la administración pública, expandiendo constantes en posteriores trabajos donde el protagonismo recaía también sobre los individuos encargados de ejercer esa autoridad, trazando las claves de un ‹neo-noir› tan distintivo como capaz de continuar indagando en algunas de las temáticas de su cine.

Herd Immunity otorga continuidad a esas ideas siguiendo, como ya hizo en A Dark-Dark Man, los pasos de un agente de policía del omnipresente pueblo de Karatas (donde se ambientan la mayoría de sus films, dando incluso título a su tercer film, The Plague at the Karatas Village). Es, de hecho, durante sus primeros minutos, el tiempo en que ya coquetea con esa concepción de justicia deformada a través de una serie de personajes que hacen y deshacen a su antojo, una noción desarrollada por otro lado a lo largo de todo el relato, donde lo justo queda casi siempre relegado a un segundo plano en favor de los intereses propios.

Es de esa forma como el film se desplaza convenientemente por algunos de los tropos del ‹noir› para dar paso a esa comedia negra que con tanto tino maneja y subvierte el cineasta kazajo. Una comedia que, dicho sea de paso, permite esas fugas cada vez más habituales y pronunciadas en el cine de Yerzhanov, donde la música hace acto de presencia (porque no olvidemos que el baile es una parte esencial en su obra) y otorgar un espacio distintivo a sus personajes se antoja casi una necesidad.

El autor de Yellow Cat sigue así una senda donde explorar autorías ajenas es casi una propiedad, y es que divisar la silueta de cineastas de lo más dispares como Hal Hartley (especialmente en The Owners) o Emir Kusturica no debería resultar extraño: al fin y al cabo, son esas referencias las que dibujan y construyen un cine tan apegado a sus (suponemos) filias como personal, encontrando inclusive en algunos de sus pliegues o digresiones narrativas al Godard de Pierrot el loco. Todo ello bien podría alimentar una sensación de estar ante un terreno conocido, pero la consecución de composiciones tan inesperadas como libres de ataduras confiere a su universo un carácter inaudito.

Y es que cada elemento de la puesta en escena, hasta aquellos que se repiten en ocasiones otorgando una extraña sensación de aleatoriedad que también se persona en su particular narrativa de tanto en tanto, sirve a Yerzhanov para construir un microcosmos que va más allá de su premeditada reiteración. Lejos de Karatas, los descuidados edificios institucionales o la ubicuidad de lo rural ante crónicas que bien podrían remitirnos con facilidad a lo urbano, pese a la naturaleza esquiva e inconstante de sus personajes, el kazajo obtiene en la consonancia de tonos una de las grandes virtudes de su propuesta.

Con ello, Herd Immunity dibuja el escenario para uno de los títulos más extraños y escurridizos de la obra de su autor, sosteniendo esa veta ‹noir› adscrita al cine de Yerzhanov, jugueteando con insertos desde los que vulnerar su idiosincrasia, encontrando en el baile una forma de expresión que no admite contexto ni pierde su significado jamás, e incluso hallando en lo post-pandémico ingredientes con los que seguir tanteando su singular prisma sin perder un ápice de personalidad.

Un film, en definitiva, que encuentra motivos más expresivos (especialmente a través del uso del plano y sus movimientos), se devanea entre lo surreal (un motivo explotado en toda su extensión en la citada The Plague at the Karatas Village) y define en cada mirada al pasado —esa vuelta, en sus minutos finales, sobre los pasos de El tercer hombre de Carol Reed— una esencia inalterable y única.

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