Funny Pages (Owen Kline)

Poco más necesita Owen Kline que un personaje —el de Mr. Katano, al que da vida (pero no mucho) Stephen Adly Guirgis, más conocido por su papel en Palíndromos de Todd Solondz, otro cineasta inconformista y azuzador— para sentar las bases del que supone su debut tras las cámaras, esta Funny Pages que pone en liza al actor, más conocido por haber interpretado a una temprana edad uno de los roles centrales del Una historia de Brooklyn de Noah Baumbach. Y es que, como decía, en apenas unos minutos Kline dispone el tono de su debut, tanto en esa particular (por así decirlo) enseñanza del citado Mr. Katano al protagonista del film, Robert, como en el posterior suceso que dejará al joven sin profesor. Y es que si la expresión contracultural acuñada por el cómic ‹underground› en décadas pretéritas podía cobrar volumen en pantalla, pocas formas mejores se le antojan a un servidor que el cine guerrillero, desapacible e incluso áspero de un autor que no se ha puesto tras las cámaras por un motivo baladí ni ha venido a replicar lo ajeno (en cuanto a lo cinematográfico se refiere). No cabe lugar a dudas, pues, que la obra de Kline posee, ante todo, una personalidad digna de elogio que no se fundamenta única y exclusivamente en replicar un clima provocativo que podría ser el germen de todo, pues en manos del cineasta encuentra además motivos más que suficientes: ya no hablamos sobre cómo ese feísmo que asoma asiduamente y casi fagocita el film aportando una naturaleza propia, sino acerca del talento de Kline tratando de replicar ese ambiente sucio y envilecido, que encuentra en su puesta en escena pero, ante todo, en una planificación cuyas estampas (en especial, a través de esos planos cerrados) recogen a la perfección dicha atmósfera, los motivos suficientes como para que Funny Pages no devenga, por otros motivos, un ejercicio baladí.

El aclamado sello A24, queda así relegado a un segundo plano y, lejos de devenir otro producto clónico, Funny Pages se ampara en esa suciedad reinante para captar un espíritu que prácticamente plasma en cada uno de los pasajes y escenarios que recorre Robert: desde esa especie de sótano de la casa donde reside junto a dos estrafalarios personajes, a la tienda de cómics donde dirimir sobre el arte de su compañero Miles. Todo ello apoyado en la notable labor fotográfica de un Sean Price Williams que demuestra una vez más el por qué de su estatus dentro del panorama del cine independiente, y que aúna a la perfección bajo cada plano esa galería de personajes caricaturescos e incluso repulsivos en ocasiones con un entorno que bien podría devenir una propia extensión de cada uno de ellos. De hecho, resulta curioso como el film desarrolla una autoconciencia («¡Eres asqueroso!» le espeta el protagonista a su compañero Miles en un determinado momento) que casi se siente necesaria para comprender sus desvíos (y desvaríos).

Además, la búsqueda de una senda propia queda retratada por Kline en una narrativa tan espesa y hasta incómoda en algunos fragmentos, como voluble y libre en otros: es, de hecho, la falta de rumbo, que casi se podría justificar por la entrada de Robert a un mundo extraño, alejado de figuras paternas y maternas, desde el que encontrar su identidad, aquello que aporta un desequilibrio más difícil de encajar, pues es en ese espacio donde Funny Pages relata un desconcierto no ajeno al submundo en el que sumerge al espectador, pero asimismo vislumbra una carencia de sentido que, acogiéndose a esa transgresión de lo representado, no logra profundizar en cuestiones que quizá habrían otorgado otro calado al film. Sí, cierto es que ahondan en un sinsentido muy acorde con todo aquello que expresa tanto formal como discursivamente la obra de Kline, pero desafortunadamente no logran complementarla. Pese a ello, Funny Pages es una de esas óperas primas a tener en cuenta, cuyo valor lo atesora un carácter que habla por sí solo a través de todas y cada una de las imágenes que esboza el cineasta: un simple boceto repleto de imperfecciones, a medio cocer, tan disruptivo como aquello que reproduce y probablemente con las esquinas pringadas de grasa, pero al fin y al cabo un boceto tan genuino que conviene tomar aunque sea un solo momento para poder apreciar.

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