For Some Inexplicable Reason (Gábor Reisz)

Áron se muere en la calle. También en el metro. Después en un parque. Se cae en cualquier sitio mientras la gente pasa junto a él, nadie lo recoge, tampoco lo ayuda a levantarse. El joven acaba de romper con su novia. O tal vez fuera ella la que rompió con él. Pero es otoño, quizás primavera, el invierno es largo y la vida corta. La de Áron más todavía, porque tiene veintinueve años o los cumple pronto. El desamor, el final de los estudios universitarios, la búsqueda de trabajo, la pereza, la desorientación, la familia, los amigos, las mujeres, Budapest. Todas ellas son razones pero no hay ninguna razón concreta que lo explique. Sin embargo, la vida sigue.

Gábor Reisz —director húngaro nacido en el año 1980— comenzó su carrera en el largometraje después de realizar una decena de trabajos previos entre cortos y segmentos para películas por episodios. Su ópera prima, estrenada en 2014 en Hungría, es una comedia que se desarrolla en Budapest a lo largo de varios meses, siempre tras el protagonista cercano a la treintena. Lo curioso es que la situación económica  o social de la clase media en el país del Danubio resulta demasiado parecida a la española o la de otros países europeos próximos, con jóvenes sobradamente formados en cuestión académica, pero pendientes de conseguir una emancipación total a edad avanzada. Tal vez por no caer en un entorno laboral monótono, pagado a precio de mercado y poco atractivo. Esto es lo que se valora más después del visionado de VAN (valami furcsa és megmagyarázhatatlan), el título en idioma húngaro, es decir, el original de la ópera prima de Reisz, que traducido con exactitud significa «hay algo extraño e inexplicable». Lo cierto es que más allá de la extrañeza el film se mueve por los lugares comunes que contiene un guión escrito también por Gábor Reisz, encargado también de la fotografía y operador de cámara pluriempleado. El texto responde al sector de historias costumbristas urbanas que se ubican en grandes ciudades, protagonizadas por jóvenes a la deriva emocional debido a los asuntos de pareja. Agravado además por el paso a una nueva década, con la llegada de los treinta años. En este caso la cinta no se diferencia demasiado de otras producciones francesas, españolas, incluso norteamericanas, a elección del lector. Lo que se agradece es que nunca rebaje el tono cómico —con mayor o menor fortuna— para ceder al sentimentalismo, el romance o las interrupciones dramáticas.

Tal vez no exista nada nuevo en su metraje desde el inicio narrado en primera persona del protagonista mediante su voz en off. Los testimonios a cámara del hermano, la pandilla y otros personajes que se presentan por su nombre, profesión y lugar de residencia. No ayudan a despejar la sensación de lo conocido las tentativas de interludios musicales o formalistas del videoclip. También se aprecia una falta de arrojo al humor absurdo total, más propio del cine mudo o de obras olvidadas como la italiana Ratataplan de 1980, en la que se articulaban todas las secuencias por el sonido, los efectos, diálogos o voces externas al protagonista, pero estos mecanismos parecen excesivos o inalcanzables para el largo de Reisz.

Porque el humor puede ser universal como sucedía en el cine mudo pero no infalible, algo que demuestra este film húngaro, más interesante como aproximación contemporánea al Budapest del siglo veintiuno. Con destellos que ejemplifican la variopinta familia formada por una madre totalmente patriota magiar, frente al padre crítico y escéptico; o al hermano empresario y pragmático. Los amigos no forman un microcosmos fuera del tópico de bebedores, paños de lágrimas y bromistas. Ojalá el desplazamiento de la trama a Portugal hubiera servido para dar un quiebro al libreto, pero el viaje solo supone un cambio de los tranvías que conectan Buda con Pest a los que circulan por la ciudad lusitana.

Al final seguimos sin saber de qué se ríen los húngaros. O solo se ríen de lo mismo que los portugueses. O nosotros mismos. El peaje son algo más de noventa minutos que no suponen ni un sacrificio ni un regalo. Comedias más malas se ven todos los días en cines y canales de televisión.

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