El maestro jardinero (Paul Schrader)

Tiempo de penitencia

Como una habitación gris, anodina, vacía y rocosa que contiene el dolor del mundo y lucha cada día por comprimirlo hasta hacerlo desaparecer, que está manchada de silencio y culpa, que en su lucha por deshacerse del pasado termina esterilizando su presente y, en última instancia, también su futuro, así se podría definir al protagonista de El maestro jardinero, cinta dirigida por Paul Schrader que se proyectó en la pasada edición del Festival de Venecia.

Narvel Roth (Joel Edgerton) trabaja como jardinero en la finca de Norma (Sigourney Weaver), una mujer con mucho dinero y poca paciencia que, a cambio de ponerle techo y trabajo, le exige favores sexuales que él, obsesionado con imprimir en su existencia los colores de la parsimonia, con evitar todo tipo de confrontación que pueda alterar el mutismo de su rutina, acepta sin ningún tipo de problema. Así, el día que Norma le encargue reconducir a su sobrina Maya (Quintessa Swindell), una joven huérfana poseída por las drogas y acosada por su ex-novio camello, la posibilidad de redimir su conciencia, golpeada de forma constante por los injustificables pecados que cometió tiempo atrás, aparecerá de forma tan necesaria como luminosa.

Paul Schrader ha construido su filmografía sobre dos pilares tan reconocibles como inamovibles que marcan sus mejores obras, tanto como director como guionista. El primero es su obsesión por Pickpocket de Robert Bresson, autor al que disecciona, junto a Dreyer y a Ozu, en su libro sobre el cine trascendental. El segundo es la imperiosa necesidad que siente, debido a la estricta educación calvinista que recibió cuando era niño, de estudiar en cada una de sus obras el pecado, la culpa y la posibilidad de redención. Cintas como Taxi Driver, Toro salvaje —ambas escritas para Scorsese—, Posibilidad de escape, Aflicción o las más recientes, El reverendo y El contador de cartas tienen como protagonista a un hombre con un pasado tortuoso que mantiene una relación insalubre con su entorno y que decide anularse a sí mismo como individuo a través del estricto cumplimiento de una ascética y metálica rutina para poder seguir viviendo dentro de su propia muerte. La aparición de un joven en problemas es planteada entonces como la oportunidad que el protagonista necesita para volver a ser persona, para renacer con el único objetivo de ayudar a esa encarnación de la pureza corrompida.

El maestro jardinero no es la excepción de la regla en la filmografía de su director. La violencia, la rutina, la mala conciencia, la alienación y el amor como única salvación —tema que ya aparece en sus dos últimas cintas— se colocan en el sitio exacto que Schrader les tiene reservado desde hace años en pantalla y desde ahí construyen un viaje al lado más oscuro del ser humano tan incómodo como finalmente catártico. Se mantienen también esas ligeras variaciones entre película y película que le permitían a su director reflexionar sobre temas como el ecologismo y la crisis climática en El reverendo o los crímenes de guerra cometidos por los estadounidenses en Irak en El contador de cartas. Aquí, Schrader muestra el ascenso del odio, del racismo y del neofascismo que se está produciendo en EE. UU en particular y en el mundo en general, al mismo tiempo que demuestra, a través del crudo retrato que hace de sus consecuencias, que la falta de humanismo e inteligencia es el germen de este tipo de pensamientos e ideologías.

La introducción de banda sonora extradiegética y de una cámara en movimiento —sorprendentes decisiones por no ser habituales en sus últimas propuestas— no son sino parte del lenguaje cinematográfico del que se sirve el director para peinar con un poco de luz la maraña de nihilismo que habitualmente caracteriza sus trabajos. Y luego está Joel Edgerton, que se acerca al milagro con su interpretación, guiada por la brújula del comedimiento, de un hombre gris y anodino que contiene el dolor del mundo y lo comprime, que está manchado de sangre y silencio, que, en su lucha por deshacerse del pasado, casi termina destruyendo su presente y, por tanto, su futuro. Bienvenidos a territorio Schrader.

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