El maestro jardinero (Paul Schrader)

Un jardín es un espacio planificado, incluso para no parecerlo. Puede integrarse con el entorno o estar pensado para distinguirse del mismo. Su composición en especies vegetales y disposición varía enormemente según las diferentes culturas y climas, sus diversas funciones o dependiendo de un objetivo que mediatiza su diseño por completo desde sus elementos fundamentales. El control sobre la naturaleza es el principio sobre el que se rigen estos terrenos que la exaltan, fijando unos estrictos cánones a cumplir pensados para el goce de sus visitantes. Cada pequeña decisión que se toma en su creación afecta ineludiblemente al resultado final, que solo se alcanza con tenacidad en los cuidados a lo largo del tiempo —igual que ocurre en un guion cinematográfico—. Paul Schrader construye a partir de estos conceptos un simbolismo que, como las fragancias y el distintivo colorido de las flores y plantas que manipula el protagonista de El maestro jardinero (Master Gardener, 2022), anticipa y reproduce estética y visualmente las ideas discursivas de su película. En ella, Narvel (Joel Edgerton) es el responsable de los jardines de una rica viuda, la señora Havernhill (Sigourney Weaver). En apariencia un horticultor de grandes cualidades, en realidad oculta a plena vista un tormentoso y violento pasado que le ha dejado huella también en su piel, en forma de tatuajes con símbolos nazis.

Su relación con la recién aparecida sobrina nieta de ascendencia afroamericana de su empleadora, Maya (Quintessa Swindell), le lleva a una crisis personal que le obliga a enfrentarse a su antigua vida para reafirmar su identidad actual. ¿Quién es Narvel? ¿la persona que era antes, definida por su odio y sus prejuicios? ¿o aquella en la que se ha convertido después de años de esfuerzo con las flores y consigo mismo? El trabajo con la fotografía digital del cineasta vuelve a ser de una extraordinaria armonía y fuerza expresiva en sus composiciones y movimientos de cámara, abrazando por completo la nitidez de sus texturas. Lo artificioso de su propuesta visual contrasta con la aproximación naturalista en el relato y, del mismo modo que la manipulación del jardín establece un sentido ordenado y prefabricado a lo natural, su precisa estructura narrativa va tomando forma desde las consecuencias de los pequeños detalles y las acciones de sus personajes, que se acumulan a lo largo de su metraje para llegar una explosión violenta y cruda, cuyo motor ya no es el odio sino el amor. Porque la violencia que ejerce el personaje de Edgerton ahora está al servicio de la belleza y de la vida a través de su labor como jardinero, en el extremo opuesto de quienes quieren destruir su jardín y amenazan a la persona que ama.

Sus nuevos enemigos son una personificación de su antiguo ser, una proyección espectral que niega la posibilidad de su existencia. Igual que en su anterior filme, El contador de cartas (The Card Counter, 2021), el pasado del protagonista se apropia de su presente dando cierto sentido de predestinación fatalista fuera de la capacidad de sus personajes para transformar el resultado de los acontecimientos. A diferencia de esta, la posición de Schrader dentro de un universo criminal con individuos alienados, la soledad y la falta de fe en la sociedad —que sublimó en el guion de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)— cambia ahora profundamente en su desenlace, en esta ocasión luminoso y esperanzador.

Lejos queda la mirada absolutamente desoladora sobre la podredumbre moral de nuestros semejantes que exponía en Hardcore (1979). El amor entre Narvel y Maya representa una reconciliación imposible, que resuelve utópicamente desde lo individual y concreto el conflicto racial estadounidense a través de un punto de vista de evidentes connotaciones cristianas de tradición calvinista, tan presentes en su filmografía como es el caso tan explícito de la reciente El reverendo (First Reformed, 2017). Pero no se trata de una resolución gratuita y estúpidamente idealista como la que exhibía orgullosamente Green Book (Peter Farrelly, 2018). Para llegar a su conclusión, en El maestro jardinero se muestra el sacrificio y el dolor que se debe experimentar para superar las distancias que desunen a sus protagonistas —entre ellos y con el resto de un mundo en el que no encajan—. Juntos crean algo nuevo, marcado tanto por una imperfección inherentemente humana como por sus experiencias previas y por el trauma, a partir de la capacidad redentora del amor y el poder catártico del perdón hacia uno mismo y hacia los demás.

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