Dexter Fletcher… a examen

Wild Bill

Si bien el mundo del crimen es uno de los más recurrentes en el cine británico, que en los últimos años ha sabido encontrar parapeto en un marco capaz de dar grandes títulos pero especialmente de un tiempo a esta parte ha venido reclamando su sitio en el cine de las islas, lo cierto es que por lo general el contexto donde se han enmarcado este tipo de propuestas, que además ha sido uno de sus principales filones, son los barrios de la llamada «working class». Una clase media/baja cuyo entorno, condiciones y, sobre todo, ambientes, propician la creación de esos particulares universos en los que mafiosos de baja estofa campan a sus anchas en busca de un poder y un dominio territorial que se alejan en mucho de los presentados por Coppola y tantos otros durante las décadas de los 70 y los 80.

Así, desde terrenos más dramáticos (podemos recordar cintas como aquella Boy A de John Crowley, o el último trabajo de Peter Mullan tras las cámaras, Neds) hasta otros que bordean el thriller o directamente se acogen a ese género como enfoque (en este grupo se podrían recordar las tentativas de Guy Ritchie a finales del siglo pasado, sin olvidar obras como Harry Brown, la emblemática Bronson o incluso el último trabajo de Martin McDonagh, Siete psicópatas) han sabido dotar de un reflejo tan variable en ocasiones como certero en otras, que es justamente donde se enmarcaría el debut de uno de los directores que está de estreno, un Dexter Fletcher que llega a España por primera vez a través del musical Amanece en Edimburgo, pero que hace unos años se manejaba en un ambiente bien distinto con Wild Bill en una propuesta realmente definitoria de esos microcosmos criminales.

Wild Bill

En Wild Bill es precisamente ese ambiente el que marca las pautas de una propuesta donde Fletcher, lejos de urdir un ejercicio de género que incluso hubiera resultado lógico vista la premisa de la que parte el film, encuadra un drama familiar que, por sus hechuras, se mueve con facilidad en esos entornos desfavorables. En realidad, esa desenvoltura no surge de un guión que no deja de ceñirse a ciertos tópicos como esa tensa relación entre un padre que no quiere tomar sus responsabiliaddes y un hijo que no reconoce en ese hombre figura paterna alguna o la aparición de personajes secundarios quizá estereotipados en exceso, sino más bien del trazo del cineasta británico al construir el mundo en el que se mueven. Así, sin necesidad de recurrir a estratagemas que conduzcan al relato a vías distintas o colindantes dentro de un terreno de sobras conocido por el espectador, Fletcher esconde las flaquezas del libreto tras una ambientación reforzada por ciertos aspectos.

De entre esos aspectos, destaca tanto la elección de un elenco que escenifica a la perfección unos roles que, en ese sentido, están bien trabajados desde el guión (la pareja de hermanos eludiendo los márgenes de la legalidad mientras el mayor de ellos trabaja, la aparición de un progenitor que, después de 15 años de presidio, prefiere esquivar toda responsabilidad pese a conocer que sus vástagos viven solos, etc…) como el reflejo de esos suburbios de la capital inglesa, que en los distintos escenarios y en el cuidado empleo de algunos recursos —como la ausencia casi total de banda sonora lejos de las transiciones— encuentran sus mayores virtudes. Tampoco hay que obviar ciertos detalles a través de los que Fletcher cimienta algo que termina siendo fundamental para el devenir de una propuesta que, por otro lado, se agradece que busque en la sencillez del relato cierta cohesión.

Wild Bill

No obstante, son innegables los deslices de un libreto que lleva al film a la deriva en determinados tramos donde la abundancia de tópicos o el hecho de proponer soluciones un tanto blandas (cuyo tono práctico es en ocasiones beneficioso), pero quedan justificados en parte gracias a esa bella conclusión, que más allá de proponer un discurso se antepone como un bello homenaje que queda rubricado en esa dedicatoria final. La historia de redención queda así eclipsada por un hermoso canto a esos lazos que, por mucho que puedan parecer destruidos debido a un entorno nocivo, prevalecen y, lo mejor de todo, Fletcher lo enlaza sin necesidad de recurrir a sermones estériles o de aplicar un tono disonante, haciendo de Wild Bill uno de esos ejemplos de cine pragmático capaz de alcanzar objetivos sin que sus defectos —que, en otro marco, quizá se habrían visto acrecentados— supongan lastre alguno.

Wild Bill

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