Cerdita (Carlota Pereda)

En una escena de Cerdita, la madre de Sara la reprende en el baño mientras su rostro se refleja en un espejo de aumento otorgando una sensación de amplificación de la realidad que en todo momento advierte la protagonista del debut de Carlota Pereda; una sensación, no obstante, que no se produce tanto por la despiadada persecución que ejercen sus compañeras sobre ella, introduciendo —un hecho que ya viene precedido por la pieza en cortometraje dirigida por la propia cineasta 4 años atrás— una temática tan interesante la del ‹bullying›, sino por una percepción que se va disociando de algún modo de la realidad, e implica lecturas que van más allá del abuso que sufre Sara, aunque sólo terminen por complementar secuencias que sirven como asidero dramático y, a lo sumo, añaden una mayor perspectiva sobre aquello que la protagonista piensa de quienes la rodean en relación a cómo deciden actuar ante su situación. Esta idea, que cobra fuerza en determinados momentos, sirve para reforzar la mirada desesperada de Sara, que incluso se recluye en casa para rehuir esa realidad, y comprender a través de ella un juicio que en ocasiones se antoja apresurado a juzgar por lo visto.

Acogiéndose a esa premisa, y entrando en el terreno de lo castizo, deslizando un humor que alude al costumbrismo para realizar un tan acerado como a ratos irónico retrato del contexto, Carlota Pereda construye un film que en cambio se comporta como una película de género al uso, encontrando en los distintos espacios —todos vinculados al pueblo donde vive Sara— donde se desarrolla la acción el lugar idóneo para construir secuencias desde las que apelar al terror. Cerdita tiene claro el ámbito en el que se mueve, y aunque en ocasiones no se maneje con el aplomo que podría requerir la propuesta —por ejemplo, ese acto final un tanto desnortado donde pierde fuerza pese a acudir a su vena más genérica y explosiva—, halla equilibrio tanto en esos ramalazos de humor como en algún desvío que parece apuntar al thriller rural si bien finalmente se decanta por ahondar en las claves del ‹slasher›, que tomará forma en algunos pasajes de lo más interesantes vinculados a ese ‹psycho killer› que merodea la zona, pero sin terminar de concretar unas intenciones que se suponían algo más estridentes y sugestivas de lo que finalmente termina siendo el largometraje de Pereda.

Lejos de su asunción como ‹slasher›, y si algo hubiese que reprocharle a Cerdita, es una línea discursiva que, pudiendo ahondar en las causas y consecuencias de la situación que vive la protagonista, decide tomar un rol mucho más distante. De hecho, que el cortometraje dirigido por la cineasta en 2018 sea, en ese sentido, más arrojado e interesante, no dice mucho en favor de un film que, ya que decide trazar una línea continuista para con su precedente, bien podría arriesgar y tomar mayores determinaciones. Porque, en efecto, Cerdita vuelve sobre temas como el desconocimiento por parte de los padres de los problemas de los hijos, e incluso la confluencia que poseen las redes sociales en entornos como el de la protagonista, pero tampoco decide ir más allá. Así, Cerdita funciona en la implementación de ese humor castizo y cotidiano que tanto luce en manos de unas notables Carmen Machi y Laura Galán, e incluso se resuelve en favor de un terror que huye de esa confluencia en ocasiones interesante pero finalmente agotadora donde el género es una mera herramienta: un punto a favor de una obra que, con sus defectos, cuanto menos tiene claras unas vías a transitar, y lo hace con la suficiente determinación para que estemos atentos a los pasos de Pereda en un futuro.

 

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