Bridgend (Jeppe Rønde)

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El puente como figura arquitectónica indica siempre un inicio de trayecto y un final. También el camino que hay entre ambos puntos. Es una forma de salvar un obstáculo geográfico de difícil resolución. Pero el puente también y metafóricamente hablando, nos habla de un vacío, de un equilibrio precario y de tránsitos no siempre bidireccionales. El propio título de la película así lo indica, Bridgend como final de tránsito, sí, pero también como derrumbe del balance generacional y de la caída libre que eso supone.

Sí, Bridgend nos habla, partiendo de un hecho, de un detalle (el suicidio inexplicable de un joven) del abismo intergeneracional que se crea entre lo adulto, que busca explicaciones racionales (policiales) al acontecimiento (y a los sucesivos suicidios que se producirán) y la juventud del pueblo entregada a lo pasional, a lo hedónico en vista de la imposibilidad de evitar dichos suicidios.

Por ello el film parte convenientemente en su estética los dos mundos. Frío, átono, desolado y con un punto de comentario social realista el del policía encargado de la investigación. Por otro lado, y aquí es donde Bridgend alcanza cotas de relevancia visual, la juventud aparece siempre salvaje, desnuda, cruda, entregada a los placeres irracionales sean sexuales, festivos o violentos bajo un prisma lumínico que nos acerca al Winding Refn de Only God Forgives en cuanto a tratamiento formal y al Lynch de Carretera Perdida en lo referente a cierto onirismo que acerca al film al género fantástico.

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Sin embargo, esta exposición brillante de los hechos no acaba de cuajar. Esencialmente debido a que toda esta declaración de intenciones planteada por su director, Jeppe Rønde, se explicita ya en los primeros minutos del metraje del film y no consigue, a posteriori, desarrollar dichas implicaciones, convirtiendo la película en una suerte de carrusel de repeticiones situacionales que ni aportan ni sugieren novedad alguna en el desarrollo posterior.

Cierto es que Bridgend se sostiene por la incógnita, por el trabajo interpretativo de sus actores (esencialmente Hannah Murray) y por su cuidada puesta en escena, pero en cuanto a su idea de crear una suerte de cine social desde una perspectiva lateral acaba por mostrarse demasiado obvia y esquemática. Casi como si Ken Loach hubiera decidido salirse por la tangente formal y lanzarse a crear uno de sus mítines fílmicos desde una posición amtosférica-fantasmagórica.

Volvamos a la metáfora: Bridgend finalmente habla de la incapacidad precisamente de crear tránsitos de comprensión entre las dos partes enfrentadas. Ese fin de puente es mutuo, tanto que no es ni finalización de nada. Son puntos de anquilosamiento, de obstinación. Gente que prefiere quedarse en su postura y no moverse. Por ello el puente se derrumba y solo queda el vacío, por ello los suicidios son más que una simple muerte individual. Son saltos desesperados buscando llegar al otro lado. Bridgend es en definitiva un canto desesperanzado y pesimista sobre la incapacidad de empatía, de las autoataduras generacionales. Una película negra, oscura y ardiente. Fuego y frío y por desgracia también un tanto desapasionada.

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