Brian and Charles (Jim Archer)

Seguramente, la historia de la creación de vida artificial y las relaciones que estos seres robóticos acaban por desarrollar con sus creadores ya forma casi un subgénero propio. Claro está que dentro de este enunciado caben todo tipo de historias, desde el terror hasta lo (moderadamente) erótico pasando por sus incursiones en lo dramático y/o cómico en sus variantes más familiares. Brian & Charles podría entrar directamente en esta última categoría, un film quizás algo más excéntrico que el tradicional cine de buenas intenciones pero que, finalmente acaba por desarrollar buena parte de sus tropos, para lo bueno y para lo malo.

Y es que no cabe duda de que si bien ni inventa la rueda ni tiene intención de hacerlo, su premisa y su primeriza descripción de personajes invita a pensar en algo más de lo finalmente ofrecido. Tampoco se demanda una exploración turbia del asunto, pero dadas las peculiaridades paisajísticas y del carácter de su protagonista, uno podría pensar en una suerte de extravagancia, en algo así como si El hombre bicentenario hubiera sido dirigido por un Michael Gondry o un Spike Jonze.

En su lugar, rápidamente, encontramos un material que, en manos de su director, Jim Archer, se mueve más en el terreno de la calidez, de la importancia de la amistad y de, como esta, puede ser el trampolín para acceder a sentimientos enterrados bajo el manto del aislamiento social. No obstante, ello sirve para ofrecernos una descripción devastadora sobre la soledad. Y lo es tanto por su formato de seguimiento pseudo-documental, como por la negativa formal a implicarse demasiado con la emoción del protagonista. De hecho, se busca que lo percibamos como un bicho raro, amplificando la visión que tiene de él mismo y la que nos proyectan sus convecinos. Solo es a través de la experiencia con su creación, Charles Petrescu, que van cayendo las capas y los escudos emocionales hasta que la empatía florece con naturalidad.

Sin embargo, a pesar (o quizás precisamente a causa) del ‹happy place› al que finalmente nos transporta Brian & Charles queda un cierto poso de amargura en el fondo. No por el mensaje, sino por estar ante un producto que sin ser excepcionalmente original, sí contiene elementos suficientes como para no conformarse con la comodidad de su desarrollo y con la simplificación absoluta de tramas y personajes, fiándolo todo a la amabilidad, a su peculiar diseño de producción y a dos o tres gags más o menos inspirados.

¿Cuál es el balance final del film de Jim Archer? Pues contradictorio. Por un lado son innegables sus buenas intenciones y la capacidad de que su canto a la construcción de la amistad (y de la identidad) a través de los ojos del otro funcionen según lo previsto. Pero por otro lado se antoja como un plan muy poco ambicioso, limitándose a cumplir con una cierta rutina trufada, aquí y allá, de distintivos personales que la diferencien de otros productos de esta índole. Poco resultado para unas ideas que sin duda hubieran precisado o merecido algo más de riesgo.

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