Bertrand Bonello… a examen (III)

Los abismos de la duplicidad, el amor y el arte.

«El fotograma debe provocar con la promesa de una historia que el espectador se muere por escuchar» (Cindy Sherman)

Cada nueva entrega del cineasta francés Bertrand Bonello desata una apasionada discusión cinéfila sobre las virtudes de su discurso artístico —que no son pocas—. Bonello se ha erigido en un indubitado baluarte de las mejores victorias del cine contemporáneo, transitando por entre las más variopintas taxonomías de género, siempre desde una mirada incisivamente socio-política. Con motivo de su última incursión en las oscuras profundidades de la tan cacareada inteligencia artificial —entre otras relevantes cuestiones—, una vez más en este espacio maldito, vamos a aproximarnos a su obra precedente con el convencimiento de que no da una puntada sin hilo.

Su tercer cortometraje, unos años después de El pornógrafo y Tiresia, y otros tantos años antes de su eclosión a nivel global con la deslumbrante Casa de tolerancia —a la que siguieron las brillantes Nocturama y Zombi child—, se erige en una representación poliédrica y autoconsciente de la creación artística y de las pasiones humanas que puede concitar. Parece evidente que Bonello tomó como punto de partida su admiración por esa Cindy (Sherman) de su presentación, y a la que dedica la película —por tanto, es imprescindible volver sobre la obra de la fotógrafa norteamericana—, para confeccionar una mixtura personal en la que se acomodan sus inquietudes recurrentes.

Porque tampoco puedo comenzar a recorrer el film sin destacar a su protagonista absoluta, la actriz italiana Asia Argento, una artista carismática y controvertida respecto a la que no podemos obviar su insigne ascendencia. Ella es la piedra angular de la propuesta de Bonello por partida doble. Y, desde mi punto de vista, incorpora su aura personal a un común denominador con las esencias que el director francés formula en esta ocasión para entregar una interpretación conmovedora.

Desde su mismo arranque, un primer plano detalle de esas muñecas antiguas, rotas y descabezadas, enmarcadas en una luz lúgubre, que se expande visualmente hasta permitirnos contemplar su materialidad completa, parece no poder tener otra continuidad que la del sugerente rostro de la hija pródiga del maestro del ‹giallo›. Cuando suene el teléfono y se conecte la voz de un contestador automático —«Soy Cindy. Por favor, deja tu mensaje después de la señal»—, Bonello lanzará un mensaje todavía cifrado a nuestra percepción. Sabremos solo al final que está intentando aprehender la impronta creativa de Sherman, una autora que se fotografía en transformación compulsiva para materializar una narrativa que en ningún caso es autobiográfica. Su cuerpo, su rostro, su maquillaje y atuendos, los escenarios, la atmósfera y la gestualidad conforman el lienzo de una obra a la que dota de forma con su cámara. Sherman se nutre del ‹noir› y de la gloriosa serie B de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado para construir ambivalentes microrrelatos desgajados de una historia superior, que el observador debe imaginar y descodificar. Su creación se retuerce en torno a la representación estereotipada de los roles de género en el cine, la moda o la publicidad, en el límite de la caricatura y desde una interrogación constante sobre la autenticidad y la autoría.

Y precisamente es en ese punto donde estos dos universos artísticos convergen. Cuando la mujer de cabello corto, moreno, vestida con pantalones holgados y camisa casual, gane la pantalla y se coloque detrás del objetivo de su cámara, veremos que se dispone a captar a una mujer que es idéntica a ella, pero rubia, enfundada en un vestido a medio camino entre la ingenuidad naif y la sexualidad morbosa —recordemos las series Complete Untitled Film Stills (1977-1980) y Sex pictures (1992) de Sherman—. Y lleva una muñeca vendada, que si nos colocamos momentáneamente en la perspectiva de nuestra lengua —el film está rodado en inglés—, trazaría una continuidad simbólica con aquellos cachivaches descascarillados con los que se prendió el relato. El acertijo de duplicidades que nos propone Bonello se escenifica en el espacio cerrado y oclusivo del estudio improvisado en el apartamento de la primera, entre penumbras de coloraciones frías, mediante una milimétrica planificación formal que enaltece la asfixiante dualidad de fondo. Retratista y retratada ensayan diferentes posibilidades. Insinuantemente apoyada la “Lolita” en el friso de la puerta, acariciando unas flores, sentada en una silla con desgana o acostada en el suelo junto al aparato, hasta que la mujer oscura le pida a su doble luminosa —¿o era al revés?— que llore para que se le corra el maquillaje. Y le va a costar. Hasta que la hermosa canción de la banda de art rock norteamericana Blonde Redhead invada el espacio sonoro, reivindicando en la voz quejumbrosa de Amedeo Pace la enfermiza posesión de su muñeca, Doll is Mine.

2 comentarios en «Bertrand Bonello… a examen (III)»

    1. Muchas gracias, Pilar.Este corto de Bonello resulta particularmente sugerente por la vinculación artística con Cindy Sherman que comentó.

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