Arthur Rambo (Laurent Cantet)

En tiempos de Instagram, Twitter, Facebook, TiktTok, etc., el cine debe hacer frente a una realidad sobrepasada por la multiplicidad de las pantallas. La repercusión de nuestra actividad en el mundo digital es tal que ha llegado un punto en el que cuesta establecer una línea divisoria entre aquello que nos afecta físicamente y lo que solo ocurre en el ámbito de lo virtual. Sin embargo, no son muchas las películas que hayan logrado abordar de manera solvente esta interrelación entre lo digital y lo real. Uno piensa en Personal Shopper (Olivier Assayas, 2016) o el trabajo de Bo Burnham como ejemplos de obras capaces de proponer ideas centradas en retratar una contemporaneidad vinculada intrínsecamente a lo digital, pero es evidente que gran parte del cine actual tiene serios problemas para capturar orgánicamente nuestra relación con las redes sociales o los nuevos sistemas de comunicación.

Así pues, ante todo, de Arthur Rambo cabe destacar cómo se deja invadir por la figura del móvil, acercándose de manera mucho más fiel a la realidad que intenta retratar la película. Lauren Cantet aborda sin tapujos las consecuencias de nuestra actividad digital en el mundo físico, fusionando la imagen fílmica con lo físico y lo digital y, aunque probablemente no consiga compenetrar del todo bien estos conceptos, resultando esta fusión excesivamente obvia y superficial, especialmente en el ámbito de lo formal —por lo que, más allá de esta idea y algún que otro momento de cierta lucidez, la cinta nunca llega a destacar y es claramente inferior a los títulos previamente citados—, el filme se autoimpone, de base, un reto mayúsculo y muy valiente que, al final, resuelve con creces: proponer de manera solvente la posibilidad de construir un debate que pueda sostenerse partiendo de una situación en la que, desde un principio, parece no haber ningún debate viable.

La película relata cómo Karim (Rabah Nait Oufella), una persona de izquierdas, activista, de origen humilde y escritor y periodista de éxito, cae en desgracia de la noche a la mañana porque se desvela que él es la persona detrás de una cuenta de Twitter de ideología racista, homófoba, xenófoba, machista, etc. con el nombre de Arthur Rambo. ¿Para qué usaba la cuenta? ¿Pensaba todo lo que decía? ¿Tenía un fin irónico o un fin artístico? De entrada, parece obvio que los ‹tweets› son completamente indefendibles, sin embargo, Cantet, siempre a través de la palabra (desgraciadamente, casi nunca a través de lo visual) logra articular un arriesgado y matizado discurso de múltiples capas —a veces, eso sí, algo cojo— interesante especialmente por cómo trata con sumo cuidado y respeto la trascendencia y el significado que le damos a nuestras vidas las acciones que llevamos a cabo en el mundo digital. Consigue plantear una reflexión seria sobre la existencia y la utilidad de las redes sociales, hasta el punto de, en un momento determinado en el que Karim afirma que «un ‹tweet› se pierde en la nada», llegar a mostrar lo digital como si se tratara de un éter abstracto, casi de manera “mística”, como algo más cercano a lo irreal y especulativo que a una realidad verdaderamente existente.

Por último, la otra gran virtud de Arthur Rambo es conseguir conducir todo esto rehuyendo de la moraleja final o el tono aleccionador y, en un acto de “inocente” honestidad por parte del protagonista, termina por introducir un elemento clave, un último factor, básico para poder llegar a plantearse cuál es el papel de las redes sociales en nuestras vidas: el odio. Karim termina afirmado en una entrevista tener más facilidad para hacer más ‹tweets› ofensivos contra los judíos que contra cualquier otro colectivo. Acepta el odio como parte de su ser. «Todos somos Arthur Rambo» dice el hermano de Karim.

El odio que desprende a través de las redes sociales Arthur Rambo es una muestra de la rabia, de la incertidumbre, del desconcierto total de una cultura incapaz de reconocer ese mismo odio en sí misma y, por lo tanto, de no poder combatirlo. ¿Quizá las redes sociales son la manera de canalizar ese odio? Y, si lo son, ¿logra combatirlo o… justo lo
contrario? En definitiva, es una pena que la pobre puesta en escena de Arthur Rambo no refuerce adecuadamente el conjunto de cuestiones e ideas que se desarrollan a partir de sus diálogos, ya no solo por su interés conceptual, sino también por estar inevitablemente atadas a la actualidad de nuestra existencia porque, entonces, podríamos estar hablando de un gran filme.

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