Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido (Lili Horvát)

Las palabras de Sylvia Plath de su poema Canción de amor de la joven loca preceden a las divagaciones de la protagonista de Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido (Lili Horvát, 2020) explicando su extraña situación personal a un psicólogo. Esto mediatiza por completo desde el inicio la percepción del espectador hacia Márta (Natasa Stork), una neurocirujana húngara de alrededor de cuarenta años que ha abandonado su vida en los Estados Unidos, incluyendo un prestigioso puesto de trabajo, para cumplir la promesa del reencuentro con un hombre al que conoció un mes antes en un congreso médico. En el Puente de la Libertad de Budapest, sin embargo, no aparece nadie. La obsesión lleva a Márta a buscar a János (Viktor Bodó), seguirle a su trabajo en la universidad y encararle en el aparcamiento, solo para recibir una desconcertante respuesta: no la conoce, no sabe de qué le habla. A partir de aquí el relato que propone la directora se desenvuelve desde una ambigüedad narrativa, siempre potenciando el misterio y el cuestionamiento del punto de vista del personaje de Stork y su propia mente, de la que ella misma desconfía explícitamente a lo largo del metraje.

Márta toma un trabajo en el hospital local para el que está sobrecualificada y despierta el recelo de sus compañeros. Alquila un apartamento en condiciones pésimas, pero que tiene visión directa del puente donde todavía espera que sea posible la cita prometida, para la que ha atravesado continentes. ¿Lo ha imaginado todo? ¿Tiene alguna patología que pueda justificar una disociación? El solipsismo asociado a nuestra concepción subjetiva del enamoramiento y las proyecciones hacia la otra persona se establecen como un mecanismo inestable, frágil, a través de la fragmentación incluso del propio montaje de las escenas. Horvát manipula deliberadamente la continuidad de las secuencias reservando información para mantener de manera brillante la ambivalencia psicológica de su personaje principal, imposible de descifrar incluso siguiéndola por las calles de la ciudad mientras observa a János o siendo testigos de la progresión de sus encuentros. A partir de la fotografía de Róbert Maly se construye una atmósfera etérea subrayada por el contraste entre el trabajo hiperespecializado y preciso que lleva de día y una vida personal marcada por unos sentimientos, memoria y esperanzas que no es capaz de aprehender y conectar con su entorno, una realidad que elude su comprensión durante gran parte de la película.

El juego con esta dualidad emergente de Márta se perfila con exactitud desde la propia elección de la actriz y su rostro de expresión enigmática, que transita entre la fragilidad y la entereza, la duda y la certeza. Pero también en su narración con la oposición entre su vida ya planificada —cumpliendo las expectativas sociales para alguien de su edad y potencial— y la decisión impulsiva de alcanzar algo tan intangible como el amor, superar sus represiones y satisfacer unos anhelos íntimos inescrutables, fuera de cualquier cálculo racional. El uso de lo simbólico y la ambivalencia del relato, que plantean cuestionarse la misma identidad de su protagonista, evocan el cine de Krzysztof Kieślowski en filmes como La double vie de Véronique (1991) o Trois couleurs: Bleu (1993). Como el equívoco con la melodía de una canción que escucha cantar reiteradamente a János de niño en un video para luego ser percibirla descontextualizada, poniéndonos a prueba a la vez que a sus sentidos sobre la naturaleza de ese sonido y sus recuerdos. También suenan las notas de Für Elise de Ludwig van Beethoven, que crea ese vínculo de reciprocidad con la desconocida mujer a la que se refiere el compositor en el título de la obra. El viejo apartamento sin muebles, vacío y ruinoso, sigue esa línea de expresión externa, de reflejo trascendente que recrea el estado emocional inaccesible de la protagonista. El misterio del amor se define aquí como una alquimia parecida a los procesos físicos que nos proveen de pensamiento y habla, de cuyos pacientes el personaje de Natasa Stork encuentra un orden y causalidad imposibles en la cotidianidad transfigurada por sus sentimientos.

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