Foxfire (Laurent Cantet)

Poco destello para un sonado regreso

Decepcionante. Así se puede calificar la vuelta de Laurent Cantet al Zinemaldia, festival que lo dio a conocer en 1999 (galardón Nuevos Directores) con su lúcida visión de las relaciones sindicales en Recursos humanos, al que regresa con fama mundial tras la Palma de Oro 2008 a La clase (Entre les murs), fabuloso ensayo sobre los entresijos del proceso educativo con una miscelánea étnica y cultural.

A priori la propuesta de Foxfire: Confessions of a Girl Gang es atractiva y coherente con la carrera del director galo, seguidor de la mejor tradición del cine social: aroma a cine clásico, un grupo de jóvenes intérpretes y la adaptación de una novela enclavada en un periodo convulso en la historia de EEUU.

El inicio guarda ciertas similitudes con La ley de la calle: el uso del lema «Foxfire burns and burns» como seña de identidad, la unión de personalidades dispares, la sensación de pertenencia a un grupo, o la admiración de las seguidoras por su líder (Legs). Sin embargo, el trabajo actoral y el desarrollo posterior poco tienen que ver con la película de Coppola. Falta talento (una protagonista sin carisma y ninguna interpretación destacable), profundidad (retrato plano y sin aristas de la figura masculina, que aquí se muestra degenerada, abusiva e irrazonable) y resolución (lesbianismo sugerido y no ahondado e infancia tormentosa no revelada).

La opresión femenina (germen argumental) está apenas esbozada en una escueta escena de lo que se supone es acoso juvenil. La problemática racial, que estallaría 2 años después con Rosa Parks, se desaprovecha totalmente mediante la inclusión en el grupo de una ex-convicta negra a la que se expulsa después sin razones aparentes. Pero si hay dos temas que se tratan con un infantilismo bochornoso, esos son el anticapitalismo y el sentimiento pro-comunista de la protagonista. La figura del capitalista perverso la encarna un rico industrial que despotrica de la clase obrera y sus reivindicaciones sociales. Sin embargo, la protagonista plantea cobrarse su cabeza para vivir sin depender de lo que le repugna, es decir, el dinero. “Coherencia” en estado puro. Por otra parte, y en un contexto tan complejo como el Macarthismo (que se soslaya), la filiación comunista está representada por un anciano que divaga sobre utopías absurdas, sin advertir que el país está inmerso en una espiral capitalista: culto a la estética, uso del coche como elemento de identidad, el consumo como forma de ocio (cines, boleras, billares)…

El habitual buen pulso de Cantet para definir hacia dónde va la película, sencillamente aquí no existe. Los motivos para la fundación del grupo son poco convincentes. El trasfondo no está bien definido. La intención o el mensaje de la película son etéreos. ¿La pérdida de la inocencia? ¿El idealismo juvenil? Tampoco encontramos una evolución en la personalidad de las protagonistas, a pesar del paso por la cárcel, un accidente casi mortal o una fallida violación. Transcurren las escenas con una cierta desazón por no encontrar ni un gramo de emoción a lo largo del metraje, no digamos ya de espíritu transgresor (esa sinopsis para captar espectadores de «vivir conforme a sus leyes»).

La sensación de telefilm (similar al que Angelina Jolie protagonizó en 1996 con otra adaptación libre de la misma novela) aumenta a medida que nos acercamos a los títulos de crédito. Y como guinda al pastel, un final absurdo a todas luces que es el broche a un guión con buenas intenciones pero que termina asemejándose al diario de una feminista quinceañera.

143 minutos para contar una historia tan carente de emoción se me antojan a todas luces excesivos. Los seguidores del francés esperamos que vuelva el director que nos encandiló con títulos como los anteriormente citados o la excelente El empleo del tiempo.

Texto escrito por Israel de la Red

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