Viking (Stéphane Lafleur)

Verdadero ovni cinematográfico por la audacia y originalidad de su propuesta narrativa, Viking es el quinto largometraje de Stéphane Lafleur, un cineasta francocanadiense que se dió a conocer en el 2007 con su ópera prima Continental, un film sans fusil, seleccionada en Rotterdam y en Venecia. Tras ser estrenada en Toronto, esta singular comedia aterrizó el pasado 4 de marzo en el Ohlalà!, un festival de cine francófono de Barcelona que se ha convertido en estos últimos años en una ventana idónea para visibilizar el “otro cine” francófono, el que desgraciadamente no se suele ver en las salas de cine europeas. A excepción del joven prodigio Xavier Dolan a quien el Ohlalà! dedicó una retrospectiva en esta edición 2023, los directores y las directoras del Québec son poco conocidos por el gran público, aunque están ganando cada vez más interés y reconocimiento en los festivales internacionales.

Viking nos cuenta cómo un grupo de personas son seleccionadas por sus similitudes psicológicas para constituir una réplica de un equipo de astronautas que se encuentra confinado en una nave espacial en el planeta Marte. Los participantes de este proyecto de investigación científica llamado Sociedad Viking —que hace referencia a las sondas espaciales que se enviaron a Marte en los años setenta— tienen que ayudar a encontrar soluciones a los problemas de convivencia que sufren los que están “allí arriba”. Totalmente convencido de la utilidad de esta misión, David (Steve Laplante), abandona por un tiempo bastante largo (dos años y medio) la vida acomodada que llevaba con su pareja, para meterse en la piel de John Shepard, su homólogo estadounidense.

Sin embargo, poco a poco se da cuenta de que la misión tan honorable e importante que creía cumplir de manera abnegada es en realidad una simulación fallida y estéril de una vida prefabricada y aséptica en una supuesta nave espacial. En otras palabras, su sueño resulta ser un fracaso total. Este profesor de gimnástica que solía irse de acampada solo por el bosque pierde toda su libertad y acaba siendo utilizado como conejillo de indias, a la merced de lo que sucede en la mente de su “doble perfecto”; David es definido por sus superiores como “casi perfecto” porque no ha llegado al nivel de perfección de John Shepard. Aunque no vive en una sociedad jerarquizada por criterios eugenésicos, el protagonista de Viking remite, en cierto modo, al personaje de Vincent Freeman (Ethan Hawke) en la película distópica Gattaca (1997) de Andrew Niccol porque también tiene que hacerse pasar por otra persona para ser aceptado en una misión espacial. La puesta en escena de Viking, repleta de anacronismos estéticos y contrastes que subrayan las diferencias entre la vida espacial y la terrenal, pone de relieve el “autoengaño” al que se somete David intentando ser una persona que no es. La impostura que se opera en la trama fílmica también se refleja en el ambigüo título, que nos podría hacer pensar, por un momento, que estamos frente a una película histórica de vikingos.

El humor de tintes kafkianos tiene un rol esencial a la hora de enfatizar la absurdidad de este delirio científico que pretende predecir las reacciones emocionales humanas y reproducir el ideal inalcanzable que representa la vida fuera del planeta Tierra. David afirma en dos ocasiones que desea integrar la sociedad Viking para “marcar la diferencia”. Esta voluntad de distinción en realidad revela, por un lado, su voluntad de acercarse al sueño americano, la ‹success story› en este caso simbolizada por la carrera espacial; y por el otro, el rechazo de la alteridad que supone su doble identidad francocanadiense, tanto a nivel cultural como lingüístico.

Asimismo, Viking ahonda en la cuestión de la identidad de género de manera inteligente e irónica pues los sexos de las participantes no siempre corresponden con los que se supone que tienen que representar. La persona que ha sido seleccionada para interpretar a la mujer astronauta Liz es en realidad un hombre y la que ha sido seleccionada para representar a Steve es una mujer. Esta situación hilarante resulta ser un contrapunto interesante a la sofocante alienación a la que son sometidos los personajes que aspiran a ser astronautas de la AESA o ASEA; en un informe que lee el protagonista aparecen estos dos acrónimos, como si se tratara de un error pues no se sabe si se llama de una manera o de otra. Una vez más, el film nos intenta confundir y subraya que la ilusión de que todo puede ser copiado y duplicado no siempre funciona. Al interrogar y cuestionar esta idea capitalista de que todo individuo puede ser reemplazable, predecible (por sus estímulos) y reproducible, Viking se alinea con la visión del ‹pop art›, y más concretamente con la producción artística de Andy Warhol, cuando aplicó la teoría de Walter Benjamin de la reproducibilidad técnica.

Esta fantástica parodia futurista, no exenta de delicadeza y sutilidad gracias a su banda sonora, encaja perfectamente con la era post-Covid y nos hace reflexionar sobre los problemas de comunicación y la soledad, cada vez más presente en nuestra sociedad de consumo, dominada por la tecnología y las redes sociales.

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