The Sweet East (Sean Price Williams)

Entre la comedia que encuentra en el absurdo y la extravagancia sus mecanismos principales y una aventura caótica, insondable e imprevisible encuentra Sean Price Williams las coordenadas de un debut en solitario tras las cámaras —antes había co-dirigido una co-producción franco-estadounidense titulada Eyes Find Eyes— que impele al espectador, ante todo, a encontrar entre risas un camino en el que perderse durante los poco más de 90 min. que dura esta The Sweet East, título de lo más apropiado que glosa además la bizarra inmersión que realizará el cineasta a través de su protagonista, Lillian, en una América sumida en un desconcierto patente que parece haber perdido la brújula definitivamente.

La radiografía que realiza, pues, el hasta ahora director de fotografía —no se puede dejar de destacar su labor en films como Queen of EarthGood Time o el siempre reivindicable cine de Nathan Silver—, no solapa ni mucho menos las intenciones de una obra cuya máxima es que lo inesperado emerja como vehículo de un recorrido que bien podría tomar configuración de ‹road movie› si no fuese porque nos sacude constantemente con ese vaivén de descacharrantes ideas, pero que se antoja complejo anclar a algún género o temática: resulta tan libérrimo el ejercicio presentado por Williams, que es difícil hablar de imágenes o sensaciones preconcebidas. Y es que The Sweet East emerge como un cine a contracorriente sin buscar serlo, hecho que resulta paradójico en tanto sus formas invitan a una subversión que en todo momento se erige desde los lances humorísticos que contiene el film, logrando en ese sentido expresarse con una autonomía y destreza dignas de elogio, constituidas en parte desde su aparato narrativo.

Porque no se puede hablar de The Sweet East sin hacer referencia a una de sus grandes virtudes, que no es otra que, descubriendo un universo que fulge ideas y emana una representación única, excepcional, como si algo así fuese fácil, arma un dispositivo en torno a su narrativa que hace que todo fluya con una maestría impropia de un debutante. Algo que Williams consigue a través de una notable labor de montaje que aprovecha el potencial de todos los recursos expresivos empleados por el director, ya sea mediante las distintas angulaciones que toma cada plano, o encajando ‹travellings› de toda índole en una narración que prácticamente no da tregua.

Pero lo mejor de todo es que The Sweet East va de frente. Es un film que ya desde su mismísimo inicio expone el trastornado estado en el que se sumirá el espectador: mientras en sus títulos de crédito uno adivina que habrá animación, marionetas y todo tipo de (dis)funcionalidades desde las que crear ese universo, Talia Ryder, que da vida a la protagonista, se arranca con una secuencia musical tan auténtica como improbable que no hace sino afianzar de buenas a primeras el carácter de la obra de Williams. Cabe destacar, en ese sentido, el desparpajo con que la actriz compone un personaje que en ningún momento se ve engullido por ese microcosmos, cuando podría haber sido lo fácil: con personalidad se sirve la vulnerabilidad de quienes le rodean, que creen ser quienes en realidad van a explotar la situación de la muchacha, aparentemente desorientada e inmersa en una etapa que apunta a esa inseguridad desde la que moldear cualquier perspectiva, pero a la postre aprovecha para beneficiarse de cada pequeño resquicio y continuar explorando los rincones de ese mundo que se abre ante ella sin ataduras.

The Sweet East no es solo una de esas comedias alocadas y extrañas que le hacen salir a uno de la zona de confort y transforman cada espacio, por pequeño que sea, en una extensión más de esa paranoia, también es capaz de reflejar el estado de las cosas, de aportar desde la aparición de cada nuevo personaje un tan lucido como desenfadado reflejo de una sociedad que vive en un caos autoimpuesto, y que sólo parece encontrar posibilidades en la suplantación de falsos ideales que recorren como un veneno las venas de esa nación apodada, con mucho acierto y estilo, ‹sweet east› por un autor que se antoja algo más que prometedor en apenas un suspiro, el que se extiende una de esas joyas que ojalá nos devuelvan su talento lo más pronto posible. Mientras, habrá que seguir volviendo (a) y disfrutando de The Sweet East.

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