Susurros tras la pared (Grzegorz Muskala)

Para bien o para mal, es innegable que el telefilme en España es un formato con relativo éxito a nivel de audiencias. Más concretamente, los telefilmes de los sábados por la tarde en Antena 3 son la sobremesa perfecta para muchos espectadores no muy duchos en materia cinematográfica que simplemente quieren ver algo que les distraiga pero sin hacerles pensar lo suficiente, es decir, una película que va hasta las cejas de topicoína y con veinte giros de guión incluidos, donde los malos son muy malos y los buenos son bobos.

Dando una vuelta de tuerca más a este sector, llega Susurros tras la pared, dirigida por Grzegorz Muskala. Desde los primeros fotogramas se nota tanto su naturaleza televisiva como que su acabado resulta bastante más provechoso que el de la gran mayoría de películas a las que nos referíamos antes. Efectivamente, la fotografía está más cuidada que de costumbre, hasta tal punto que sus sinopsis oficiales hablan de ciertas reminiscencias respecto a las atmósferas de David Lynch… Pues hombre, para que vamos a negarlo: la película está tan cerca del cine del maestro estadounidense como lo pueda estar un servidor de los muslos de Scarlett Johansson.

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Digamos que Susurros tras la pared pretende contar cómo el joven Martin, que llega a Berlín como estudiante, encuentra la oportunidad de alquilar un piso a priori satisfactorio para alguien de su enjundia. Existe un problema, empero: el anterior inquilino desapareció casi sin dejar rastro. Por si fuera poco, los que llevan el cotarro resultan ser un hombre que vive en el subsuelo y se mueve pegado a una máquina respiratoria, y una casera que todo lo que le solicita al nuevo inquilino es una foto de él descamisado. Lo que a cualquiera de nosotros nos haría salir de estampida a buscar cualquier otro agujero donde vivir, a él en cambio parece no importarle en absoluto. Vive al límite.

Claro, que en cuando breves minutos después vemos cómo luce la casera, resulta algo más entendible su decisión. Simone es una flamante rubia treinteañera que se presenta a nuestro protagonista llevando sólo una camisa además de la pertinente ropa interior. El muy donjuán parece olvidarse de todos los problemas que atañen a su nuevo hogar (varios agujeros en las paredes, la bañera atascada con sangre, el perturbador diario del anterior inquilino…) y se lanza raudo a sus brazos. Mátenme si quieren que después de esto yo ya he cumplido con este mundo, parece decir. Tal cual.

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La verdad es que sería injusto seguir apedreando a la película porque al menos se pueden soltar unas cuantas risas. Ese extraño cóctel entre thriller, terror y erotismo deja alguna escena de tensión aceptable, varios momentos tórridos algo forzados y bastantes detalles muy pasados de rosca que hacen imposible tomarse la película seriamente. Esos primeros planos con el rostro de Vincent Redetzki haciendo gestos dignos del más bobalicón, el careto de entre inocente y psicópata de Katharina Heyer o los extravagantes (por ridículos) personajes secundarios casi hacen de Susurros tras la pared una sátira sobre este tipo de películas.

Sería genial poder meternos dentro de la mente de Muskala para saber si todo esto estaba planeado tal cual o si, por el contrario, se le fue tanto la mano con su extrema descripción de personajes y escenario que las carcajadas no son fruto intencionado. Es casi de manual apostar por esta segunda opción, porque por diversos hechos Susurros tras la pared está lejos de ser una sátira, sino que se toma bastante en serio a sí misma y ahí reside su craso error. Aderezada con alguna ida de pinza más, podría haber conseguido el objetivo de la frase “es tan mala que hace reír”, en vez de quedarse en un llano “es malilla”. Tampoco debemos olvidarnos, insisto, del origen televisivo de la misma que hace que su emisión vaya a ir destinada a un público que espera cosas como éstas. Con una buena ración de alucinógenos lo mismo hasta acaba atrapando a algún ingenuo.

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