Sesión doble: Trágica información (1952) / Dos hombres en Manhattan (1959)

Vamos con una sesión doble sobre investigación periodística, el thriller llevado de la mano de husmeadores de primera al margen de la ley. Para ello confiamos en Phil Karlson y su Trágica información, rodada en 1952 y el siempre certero Jean-Pierre Melville, que dirigió en 1959 Dos hombres en Manhattan. No os perdáis esta maravillosa sesión doble.

 

Trágica información (Phil Karlson)

El periodismo de investigación se torna, en ocasiones, en una profesión de alto riesgo. Además, se necesita de mucho talento y hasta de astucia para desarrollarla. El reportero debe convertirse en un auténtico pesquisa e, incluso, estar un paso adelante de la acción policial. La sala de redacción de un periódico se transforma en la esperanza de lograr justicia resolviendo casos complicados, polémicos y hasta olvidados.

Lo usual es que en esta labor se informen y descubran asuntos irregulares e ilegales en los que están involucradas autoridades públicas o personajes reconocidos en una sociedad, pero ¿qué pasa si el culpable de un delito es el director del periódico? ¿qué debería hacer el reportero con su jefe y maestro? ¿hasta dónde podría interferir el jefe para evitar que prosiga la investigación que pueda descubrirlo?

En 1952, ese gran realizador que fue Phil Karlson, injustamente olvidado, estrenó una de sus obras maestras: Trágica información. Esta película introduce al espectador en una atmósfera inquietante a través de una historia tan envolvente como las rotativas de The New York Express, el diario en donde convive el crimen, la investigación, los grandes titulares de prensa y, desde luego, el termómetro que mide las ventas.

Mark Chapman, un intuitivo y ambicioso periodista, es contratado para dirigir un periódico en declive. Su estrategia será captar la atención de los lectores con noticias sensacionalistas o de interés general, como el promocionar un concurso para el “club de corazones solitarios”. Justamente, en un evento de este grupo social, se encuentra con su ex esposa quien lo amenaza de revelar su auténtica identidad. Él la mata por accidente. Limpiará la escena del crimen y pondrá evidencias para que parezca que ella se resbaló en la bañera. La policía creerá que fue así, pero Steve McClearly, el pupilo y reportero preferido de Chapman, no piensa igual y deduce que fue asesinada y comienza a investigar, con un discreto y simulado apoyo de su jefe.

La película de Karlson se centra en esta historia y ubica magistralmente el suspenso en la sala de prensa. Los métodos que emplea el periodista para descubrir al asesino son parte esencial de la estructura narrativa del film y son las bases para mantener viva la tensión fílmica.

Es así que el olfato periodístico es resaltado en el film. Los detalles que se le escapan a la policía, consciente o inconscientemente, son considerados por el reportero McClearly, quien nunca se rinde en su afán de averiguar la verdad. Él se plantea hipótesis, deduce, reconstruye hechos, piensa como la víctima y como el asesino para buscar pistas, recoge testimonios, remueve archivos, atiende todo tipo de llamadas (así sean falsas), obtiene evidencias y testigos. Es decir, se muestra como lo que es: un auténtico periodista de investigación.

McClearly tiene diseñada en su mente la idea de todo lo que pasó en el caso que lleva adelante, al fin y al cabo es un experto en contar historias. Solo esperará contrastar algunos elementos para encontrar la pieza que le hace falta: el nombre del asesino. Hasta ese momento, el periódico le ayudará con grandes titulares y fotografías a ganar tiempo y mantener latente el tema en los lectores.

Trágica información considera otras vertientes espeluznantes. Chapman se burla de un ex reportero jubilado y alcohólico, que algún momento llegó incluso a ganar el premio Pulitzer, pero no considera que él, aun viejo y borracho, tiene en su sangre el oficio de periodista y obtendrá las pruebas definitivas del caso de asesinato, aunque eso le costará su vida.

La película de Karlson se muestra como un gran film ‹noir› por sus personajes y estética. Su argumento está basado en la novela The Dark Page, escrita por Samuel Fuller, quien antes de dedicarse al cine era reportero. Además, cuenta con un reparto de magníficos actores como Broderick Crawford, Donna Reed, John Dereck y Henry O’Neill.

Escrito por Victor Carvajal Celi

 

Dos hombres en Manhattan (Jean-Pierre Melville)

Dos hombres en Manhattan es una de las películas menos apreciadas de Jean-Pierre Melville y no es difícil entender por qué. Completamente inmerso en sus referencias del noir estadounidense, ésta es una obra que se siente derivativa, que no arriesga, no se sale de la línea ni busca un estilo propio. Por esto mismo cuesta imaginar a alguien eligiendo ésta de entre todas las demás como su favorita del autor.

Y sin embargo, funciona y lo hace muy bien. Ya desde la estética nocturna y jazzística que se imprime a la obra, convencional pero siempre eficaz, la atmósfera atrapa con facilidad. Los estupendos encuadres y la obsesión de Melville con el Manhattan urbano, su noche y sus luces de neón, hacen de ésta una cinta que disfruta perdiéndose en sus lugares y sus planos, de una forma genuinamente sincera. Porque tal vez narrativamente sea una copia de copias, pero no es en modo alguno una película impersonal y el director se encarga de dejarlo bien claro.

Todo esto no quiere decir que su desarrollo argumental sea malo en absoluto. En el peor de sus momentos es funcional, en la gran mayoría de ellos es una entretenidísima pieza de suspense, aderezada con buenos giros de guión y personajes con claroscuros y poco fiables. La trama retrata la investigación sobre el paradero de un delegado de la ONU, a través de las pistas que dan tres mujeres relacionadas con él. De este modo, el discreto —también en lo personal— detective Moreau y el desinhibido y aprovechado fotógrafo Delmas forman una curiosa pareja en busca de la verdad.

Moreau y Delmas se soportan y se aceptan, pero sus filosofías de vida son radicalmente distintas. Melville presenta a ambos con una dinámica que genera tensión por sí sola, pues a pesar de que son útiles el uno para el otro, no están ni remotamente motivados por la misma razón. Sin embargo, la película conduce a observar a los dos, dentro de sus diferencias, como un equipo eficaz que se complementa. Pero deja un resquicio para la duda que acabará cristalizando cuando las intenciones de Delmas choquen con la rígida moral y el servilismo de su compañero.

El tema principal es la ética periodística. No ya en cuestión de publicar la verdad a cualquier precio, pues Delmas no es ningún idealista, sino en manipular para vender el titular sin ningún escrúpulo, sin importar lo escabroso, dañino o irrespetuoso. El guión no es en absoluto benevolente con sus ideas, y la película puede verse claramente como una crítica fuerte al periodismo sensacionalista, pero el personaje de Moreau, a su modo, tampoco es un modelo a seguir: chocando con su sensatez moralista está el hecho de que recurriese a Delmas en primer lugar, y también hasta qué punto está dispuesto a aceptar sus métodos, llegando al extremo de torturar psicológicamente a una mujer suicida para obtener información.

Con todo, la historia que plantea Dos hombres en Manhattan y su línea a seguir no resultan especialmente novedosas, y sí que es cierto que sus personajes representan arquetipos rígidos dentro del debate moral que se plantea. Debate que, sí, está planteado con audacia y resuelto con pura elegancia clásica, pero que tal vez se quede corto en cuanto a capacidad de sugestión e inmersión. En general uno puede entender, sumado a que las interpretaciones no son excelentes —Melville es algo limitado como actor y las mujeres que se encuentran no lucen demasiadas cualidades interpretativas— que la película no dé para más, pero aún así tiene mucho encanto. En gran parte esto se debe a la cinematografía y la banda sonora, que trasladan esa visión puramente romántica, influida por los grandes títulos del cine negro de Hollywood, al distrito de Manhattan. Algo por lo que ya merece bien la pena perderse en esta cinta tan frecuentemente denostada dentro de la filmografía de su autor.

Escrito por Javier Abarca

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