Sesión doble: Profecía maldita (1979) / Humanoides del abismo (1980)

La monster movie ecológica llega a nuestra sesión doble con dos títulos a reivindicar: por un lado un de las incursiones del maestro John Frankenheimer en el cine de género con su Profecía maldita, y por otro la Humanoides del abismo que dirigían a inicios de los 80 el cineasta Jimmy T. Murakami (autor de piezas como la joya animada Cuando el viento sopla) y Barbara Peters.

 

Profecía maldita (John Frankenheimer)

Profecía maldita

Maldita como la profecía de su título castellano, y aún hoy bastante desconocida para gran parte del público, esta solitaria incursión del maestro Frankenheimer en el cine de terror (si exceptuamos su fallida versión de La isla del Dr. Moreau) sigue siendo un buen muestrario de su talento, aquí desplegado en un contexto no precisamente fácil (intentar hibridar las «monster movies» tradicionales con el activismo ecológico tiene sus riesgos) y en un momento profesional (y personal: su alcoholismo empezaba a hacer estragos) bastante delicado, lejana ya esa década de los sesenta en la que nuestro hombre paría obras maestras con una facilidad pasmosa. Con el prestigio cada vez más erosionado, el firmante de clásicos de la talla de El mensajero del miedo o Plan diabólico se desmarcó con una cinta de terror de claro espíritu combativo escrita por David Seltzer, autor asimismo de un tótem del género como La profecía tres años antes. Dejando a un lado las razones que sedujeron a Frankenheimer para aceptar la realización de este proyecto, lo interesante es poder comprobar qué tal se desenvolvió un director tan enérgico y brillante como él en un género tan jugoso como el del terror. El resultado, si bien no llegará a satisfacer las expectativas del espectador más exigente, alcanza, a mi entender, un balance razonablemente positivo. Profecía maldita viene a ser, en esencia, una peli de monstruos con coartada ecológica tan sólida, rigurosa y bien narrada como suele ser habitual en el cine de su autor.

Lejos del acabado chapucero de otras muchas películas cortadas por un patrón similar, la obra que nos ocupa se beneficia de una muy correcta factura técnico-artística y de un guión inteligente y efectivo pese a la naturaleza algo voluble de su tono, que pasa prácticamente del drama ecológico y sentimental de su primera mitad al horror puro y duro de la segunda, una fase en la que la película abraza definitivamente los postulados de las «survival movies» con nervio y acierto. Esta transición tonal es, quizás, lo más desconcertante de la propuesta, ya que la seriedad científica y dramática que primaba inicialmente se ve obligada a lidiar con unos recursos narrativos y estéticos más deudores de un cine de género delirante y sin pretensiones, algo que puede desembocar en algunas escenas y momentos rayanos en la comedia involuntaria (también, hay que decirlo, por culpa de unos efectos especiales que, si bien cumplen dentro del registro artesanal en el que fueron realizados, sí han perdido parte del impacto que en su momento se les presuponía). No obstante, una vez asumida la función casi de pura evasión de su tercio final, no es difícil disfrutar y dejarse arrastrar por el ritmo trepidante que Frankenheimer imprime a esta parte del relato, así como con su discurso ecológico y su crítica a una sociedad cada vez más contaminante que nos ofrece, a su vez, momentos tan extravagantes y raros de ver en una película de terror al uso como el de la cría deforme agonizante.

Parábola bastante salvaje sobre la destrucción del medio ambiente y sobre una sociedad cuyo amor al capitalismo genera monstruos, Profecía maldita es, en el fondo, una «monster movie» clásica y artesanal de las de toda la vida, y como tal la rueda Frankenheimer, con esa modestia y falsa sencillez que esconde en su interior grandes dosis de sabiduría cinematografía (y de imaginación escénica, sirva de ejemplo el uso del fuera de campo tras el ataque del monstruo al campamento, con esa sucesión de primeros planos expectantes y angustiados). Fluida, amena y compacta, la cinta rehúye el gore pero no los arrebatos de violencia (los zarpazos de la bestia resultan muy contundentes), y culmina en un clímax fantástico y fantasmagórico (ese lago neblinoso) de gran impacto visual. En definitiva, que sin ser una de las grandes obras de su autor, es una cinta de género pequeña y extraña que merece reivindicación.

Escrito por Nacho Villalba

 

Humanoides del abismo (Barbara Peters, Jimmy T. Murakami)

Humanoides del abismo

En el fangar del mundo laboral, con sus jerarquías, presiones y demás historias uno nunca aspira a grandes descubrimientos intelectuales. Ya se sabe, fútbol, política, algo de los fines de semana respectivos. Nada en definitiva que uno no pudiera encontrar en la barra de un bar. ¿Y de cine? Pues mejor no hablamos. Blockbusters, la peli de moda, o la que echaron en algún canal la noche anterior. Así pues, ni frikismos, ni cine de autor, ni nada “raro” (entiéndase raro como subtitulado, peli no made in Hollywood o lo que se conoce popularmente como película lenta). Hasta que un día sucede un milagro y tu jefe baja a la arena y te recomienda un film que cree que se podría adaptar a tus gustos, con un título tan sugerente como su cutre poster, Creepozoides (David DeCoteau, 1987).

Aunque, evidentemente es un film que merece reseña aparte, Creepozoides sirve como puerta a la investigación de títulos ochenteros, de serie oscilante entre la serie B y la Z, con el denominador común de contar con monstruos en su argumento y mujeres mostrando cacha (aunque luego, como norma haya poco o nada de ello en la película) en su póster. La película que podría inaugurar este subgénero, dado el año de su producción, es Humanoides del abismo. Un espectáculo que de entrada parece una exhibición impúdica de cutrismo pero que esconde algunas perlas dignas de mención y visionado.

Para empezar estamos ante un filme precursor de la consciencia ecológica. Sí, los monstruos no vienen del espacio ni nada por el estilo, sino que reaccionan a los desmanes ecológicos que se perpetran en un pequeño pueblo pescador. De esta manera no solo se elimina la acusación de gratuidad de la actitud de los monstruos sino que se la da una patina de retribución (quién sabe si de caracter bíblico) que invita a posicionarse del lado de las aberraciones surgidas, no del abismo del título español, de las profundidades del oceano.

Unos bichos, eso sí, que por cabreados que estén con el ataque a su ecosistema, no pierden oportunidad de asaltar o bién en modo voyeur o mayormente de modo asesino a cualquier chica joven que atisben, despojándolas, eso sí (obviamente por imperativo del guión), de la escasa ropa que visten. En el fondo, nada que cualquier psycho killer de manual de la época no haría. Otra vez la reminiscencia cristiana impregnando las actitudes punitivas del monstruo saliendo a escena. ¿Debilidad pecaminosa de transmisión humano-ente? ¿simbología radical religiosa disfrazada bajo las escamas inhumanas del asesino? Puede ser, aunque más bien todo parece indicar que la piedad del buen dios puede llegar a modo de redención incluso a las criaturas vícitmas del complejo nietzchiano de superhombre del ser humano.

Sea como fuere los humanoides se dedican a atacar, matar y destruir todo lo que encuentran. Ya no sólo se trata de aguar la fiesta a los sexualmente activos y/o promiscuos sino que subiendo su apuesta, en una escena de manual de cine de asaltos, se dedican a destruir la feria del pueblo ante la incredulidad, la pasividad y, por qué no decirlo, la imbecilidad no reactiva del elemento humano. Es aquí cuando a través de diálogos cargados de inteligencia y profundidad (“¡Son monstruos! ¡Hay que matarlos!”) se va hasta el fondo del principio universal causa-efecto y se consigue eliminar la amenaza.

Es interesante como el sustrato filosófico Schopenhauerista sobre la voluntad humana entra en colisión contra el concepto judeo cristiano del hombre primigenio dotado de bondad y solo corrompido por los factores externos. O lo que es lo mismo, como después de todo lo fácil es matar a los monstruos y aún conociendo la causa de todo lo pasado, dejarlo en segundo plano. En el fondo una descripción, críptica, seca pero certera del alma humana, que pocas películas han conseguido describir tan bién como esta.

Humanoides del abismo es un clásico. La prueba defintiva es que, interrogando al que te recomendó Creepozoides, pensando que le podrías sorprender, te responde asertivamente y rematando con “la fuí a ver en su día al cine y nunca la pude olvidar”. Imperecedera, inmortal, imprescindible.

Escrita por Alex P. Lascort

 

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