Sesión doble: Antiviral (2012) / Magic, Magic (2013)

Al segundo día post-Sitges ya estamos nostálgicos, qué decir una semana después… pues que nuestra sesión doble está dedicada a dos películas convertidas en imprescindibles para aquellos que tuvieron la oportunidad de verlas. Así traemos el debut de Brandon Cronenberg (hijo del mítico director) con su ambiental Antiviral (2012) y otro surco mental de Sebastián Silva: Magic, Magic (2013).

 

Antiviral (Brandon Cronenberg)

Una película que dirige un tal Brandon Cronenberg tiene sin duda un handicap en forma de apellido, y más cuando la temática expuesta nos remite directamente a la primera época del Sr. Cronenberg padre. Porque no hay que darle más vueltas, Antiviral es un «back to bases» evidente. Una declaración de intenciones de su director que parece retarnos afrontando sin miedo las posibles e inevitables comparaciones.

Todo está ahí, la atmósfera fría y con cierto aire pre-apocalíptico, los personajes y paisajes asolados por una melancolía y soledad distante. La nueva carne, las transformaciones autoinflingidas del cuerpo humano. Los experimentos científicos… Todo nos remite sin duda a una especie de versión ‹copycat› del Cronenberg de los 70. Y en cierto modo Antiviral es algo así en su planteamiento, en su idea de mostrar una sociedad hiper-obsesionada con los famosos. Ya no se trata de imitar su estilo de vida sino de llevar la imitación hasta el extremo de contraer sus enfermedades. Una sociedad desintegrándose mientras banaliza la enfermedad entre muros de blanca y límpida asepsia ornamental que contrasta con la átona, escondida y robótica moral de consumidores y vendedores (traficantes).

No obstante todo este despliegue solo es introductorio, una puesta a tono, una introducción en el mundo que Brandon Cronenberg nos quiere presentar. Porque, lógicamente sin renunciar a todos estos elementos estéticos, nos hallamos ante película que transita de lo general hacia lo particular. De la descripción global a la tragedia casi intimista de su protagonista. No es que de repente nos hallemos ante un drama existencial, por supuesto, sino que más bien nos adentramos en terrenos de una suerte de thriller mínimo, de una lucha por la supervivencia ‹low-fi› donde le sumamos el hecho de que el protagonista no es el héroe, ni tan siquiera el antihéroe ‹noir›. Es una simple cucaracha amoral debatiéndose entre fuerzas titiriteras superiores y su propio deseo de triunfo a toda costa.

Antiviral deviene en una película más interesada en dibujar sus motivos e intenciones que explicarse reiteradamente. Es por ello que poco a poco se va espesando, retorciéndose en un laberinto de luchas corporativas tan abstractas como el propio desarrollo del film. Efectivamente lo que Brandon Cronenberg consigue en su película es tejer una complicada tela de araña de intereses en lo argumental, pero lejos de despistar al espectador lo que consigue es hacerlo confluir con lo estético, con un universo cada vez más opresivo e irrespirable. Puede que entendamos o no lo que sucede, pero estamos atrapados ante las vicisitudes de su protagonismo y necesitamos ir siempre un fotograma por delante. En este sentido Antiviral actúa como una droga poderosa, creando la necesidad de una dosis más, y más fuerte.

Por si fuera poco el efecto abstracción consigue crear un halo de misterio mayor, evitando así la intemperie de la narrativa milimétrica y dejando una puerta abierta a la incógnita permanente. En todo caso Antiviral sabe moverse perfectamente en terrenos pantanosos, haciendo de su indefinición genérica una arma poliédrica que le permite transitar sin problemas entre sus diversas derivas conceptuales sin parecer un pastiche; al contrario ofreciéndose casi como un experimento juguetón, a la vez que serio, que sin duda contentará a los fans del primer Cronenberg, al mismo tiempo que a los que esperaban algo más que una correcta imitación. Sin duda un debut que ofrece más virtudes que dudas, más respuestas que incertidumbres.

Escrito por Álex P. Lascort

 

Magic, Magic (Sebastián Silva)

Magic, Magic son las palabras que aparecen en un parpadeo cuando arranca la película. Dan título a una de esas sorpresas Sitges que te asaltan en la oscuridad del Auditori. Tras este pequeño destello, súbitamente te golpean los ‹beats calipso› de Pass This On de The Knife, que Michael Cera tararea y baila con ridículo poderío. No podemos estar ante una cinta de terror ¿verdad?.

Resumiendo el argumento: Alicia (Juno Temple, ¿Se convertirá en una musa de Sitges?), una joven californiana, visita a su prima Sarah en una apartada isla del sur de Chile. La prima debe ausentarse un par de días y deja a Alicia en manos de sus amigos: Agustín (su novio), Bárbara (la hermana de éste) y Brink (Michael Cera, amigo de Agustín). Antes de llegar allí presenciamos un viaje áspero, incómodo. Poco a poco iremos empatizando con una inicialmente desagradable Alicia. Bárbara le pide que ponga música, cualquier cosa, mientras le tiende un estuche de CD’s. Alicia hace su elección y comienza a atronar Minnie the Moocher (haidi haidi haidi ha) de Cab Calloway. Todos miran a Alicia. El CD se niega a salir y no se puede bajar el volumen. Agustín la tranquiliza: es algo que pasa a menudo. Bárbara señala que a ella lleva un tiempo sin pasarle.

De este tipo de situaciones parece vivir la película: la incomodidad. Del sutil desprecio de Bárbara hacia Alicia. Del inquietante acoso de Brink hacia Alicia. De la tortuosa ausencia de Sarah, que llegará “mañana”.

La cinta comienza una lenta escalada a la locura. Justo al llegar, Alicia deja caer por accidente la maleta de Bárbara al agua. Pájaros chillan por toda la isla, en la que hay cobertura en muy pocos puntos. Un perro pastor trata de montar a Alicia. Brink la toca casualmente una y otra vez, tras comentar que «una vez tuvo una novia, pero…» frase que jamás terminará.

Entonces comprendemos: estamos viendo una película de Polanski. Repulsión en un escenario completamente diferente. La atmósfera se carga y se carga. Es evidente que Alicia quiere lanzarse al mar y regresar nadando a California pero en realidad todo va bien, ¿no? No ha pasado nada extraño. El realizador chileno, Sebastián Silva, se mueve con líquida agilidad en las fronteras de lo que es socialmente aceptable y lo que no, lo que consideraríamos soportable y lo enloquecedor. Todo con recursos directos y sencillos.

Es cierto que una considerable parte del metraje consiste en añadir ingredientes a la receta. Pero muchos platos buenos se cocinan a fuego lento. Y contamos con las excelentes interpretaciones de Juno Temple (premiada en Sitges 2013) y Michael Cera. Este último al fin y al cabo interpreta su papel de siempre, el de entrañable pringado; basta con cambiar “entrañable” por “inquietante”. Uniendo fuerzas con el director, que plantea situaciones sencillas y creíbles, puede desatar todo el potencial de este nuevo registro.

Muchas veces se dice que una película “es como una pesadilla” porque contiene imágenes terroríficas y punzantes. Las pesadillas no son siempre así. Hay pesadillas en las que hay más de gestos fuera de lugar y comentarios siniestros por desubicados que de monstruos llenos de colmillos. De esas en las que apenas recuerdas nada, alguien decía algo mirándote de cierta manera… por si no estaba claro, éste es el exitoso caso de Magic, Magic.

Por supuesto, sus detractores dirán que «no pasa nada»; con lo que quieren decir que no hay monstruos ni muertes sangrientas; ni siquiera situaciones de auténtico peligro. Añadirán que el final es abrupto y gratuito. Se puede cuestionar la película desde un punto de vista inapropiadamente intelectual (¿Qué cinta de terror resiste un exhaustivo análisis lógico?), se trata de un ejercicio absurdo. Déjate embargar por el malestar, vive la magia, vive la auténtica pesadilla.

P.D.: El final no podía ser otro.

Escrito por Pablo Von Pelluch

 

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