Ruido de fondo (Noah Baumbach)

Esta nube ha venido para quedarse

Ruido de fondo es una de las películas norteamericanas que dejan, a un espectador no predispuesto, más aturdido de este año. Noah Baumbach rasca y gana, incluso disparando hacia varias dianas y probando un amplio caudal de tonos. Su último trabajo es una reescritura de Historia de un matrimonio pasada por la experiencia de la pandemia; concretamente en relación con los medios, la política o los individuos particulares. El cineasta adapta la novela de Don DeLillio desde el exceso manierista, la confluencia de situaciones que aglutinan distintos géneros y la estructura capitular. La familia es tratada como el principal núcleo de la desinformación —cita textual—, pero también como el organismo esencial que combate el estrés pospandémico depresivo y el miedo a morir. Es decir, la familia es lo más importante, un bastión de resistencia ante la angustia existencial, idea de raigambre profundamente yankee.

El director de The Meyerowitz Stories rinde tributo a Brian de Palma en su tercer acto, el más atropellado narrativamente, pero no sin antes haber trabajado el espacio del supermercado, uno de los escenarios por antonomasia del consumismo. La investigadora Margaret Moore considera este lugar, el sofá y la autopista como los emplazamientos principales por el que el capitalismo extiende sus tentáculos. El discurso no está alejado de consideraciones de esta tipología, porque Baumbach se propone fabricar del discurso a través de la vivencia de un pater familias excéntrico pero tierno, un profesor de universidad que vive con sus hijos y su mujer.

El extraordinario actor Adam Driver equilibra la balanza cuando ésta se descompensa. Su carisma cómico aflora por todos los costados de la película, cuyos rumbos se van construyendo a través del esfuerzo por quebrar el horizonte de expectativas del espectador. Su personaje está obsesionado con el estudio de Adolf Hitler, asunto que Ruido de fondo también aprovecha para hacer brotar la espinosa cuestión de las mitomanías. La circunstancia se ve equilibrada por otro personaje secundario, un pintoresco y deslenguado Don Cheadle, que siente una absoluta devoción por Elvis Presley. El montaje, siempre inteligente y sutil en las películas de Baumbach, hace colindar el entusiasmo colectivo que existió por el dictador y el que predominó por el cantante, idea donde late una potentísima aclaratoria respecto al exceso de la voz y el fanatismo.

Por otro lado, en una escena con Greta Gerwig, que también está fascinante, confiesa sus miedos profundos en el lecho matrimonial. Driver afirma que tras la vida hay abismo, un agujero negro. Una escena que marca de forma suave el registro poliédrico por el que nadará Baumbach de la mano de sus actores, y al mismo tiempo utilizada como una descripción del personaje y de la ‹star image› de Driver. Igual que en Annette, de Leos Carax, donde el comediante que encarna Driver se pasa todo el film huyendo del abismo del vicio y la masculinidad tóxica, en Ruido de fondo se pone en la piel de un hombre también incitado por impulsos violentos, producidos por el exceso de la palabra, la información falsa y la situación afectiva que vive. Es un film complejo y mutable que recibirá estima con el tiempo, desquiciado y estimulante. Primero genera conmoción y después aprecio.

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