Negociador (Borja Cobeaga)

Negociador

Autor de una carrera que indaga en la comedia desde ópticas totalmente infrecuentes en el cine español reciente, Borja Cobeaga es un cineasta cuyos resultados, aunque siempre notables, no han estado nunca a la altura del talento que parece poseer. Su dominio del género ha desembocado en dos largometrajes capitales a la hora de entender la apertura que, poco a poco, va experimentando en España: Pagafantas (2009), de corte melancólico y cruel a partes iguales; y No controles (2010), entrañable refundación de la comedia romántica con un alma poco común y mimbres para haberse convertido en el éxito popular que nunca fue. Su ansiado proyecto sobre las negociaciones del Gobierno español con ETA parecía adentrarse en un terreno espinoso, pero se ha saldado con una nueva demostración de su brutal dote para manejar los tiempos de la comedia. Cobeaga opta por convertirla en un retrato de vidas mínimas, espacios muertos y pequeños desastres cotidianos; y lo hace en torno a la figura ficticia de Manu Aranguren, el político vasco que ejerció de mediador con la banda terrorista.

La construcción inicial del personaje, un hombre que sin haber planchado nunca una camisa ni manejado un teléfono móvil tiene en sus manos un asunto tan relevante, es ejemplar. El director parece abogar por un regreso a los orígenes, por desterrar la locura de sus dos largometrajes anteriores en favor de la anécdota mundana que tan bien sabe definir. La inacción del antihéroe, la odisea de comer un perrito en el parque y una ensalada de bote en el coche, nunca ha sido mejor captada en el cine español. A ello ayuda una composición de las secuencias nunca tan trabajada en su obra, y da la sensación de abandonar aquella línea para pulir otra más basada en el humor visual que en la sucesión de gags verbales. Aunque también los hay: realmente pocos son brillantes, algunos incluso resultan elementales, pero todos funcionan y se hallan bien integrados en el conjunto.

Negociador

A la hora de hacer comedia en un terreno aparentemente tan complicado, Cobeaga consigue situar su propuesta en el punto justo que éste requería. No se puede decir que los chistes de Negociador al respecto sean rompedores, pero tampoco es su intención desviar demasiado la mirada de un personaje de entrañable patetismo que parece hallarse en el lugar y momento erróneos. Dicho de otro modo, se antoja complicado criticarla por quedarse corta, ya que se muestra sumamente inteligente en el manejo de un contexto que siempre utiliza en su beneficio y no en su contra, incluso como un apoyo en momentos en los que el retrato parece tender al descontrol. La sobriedad se convierte en algo más que una apuesta formal, en torno a la gestualidad de un Ramón Barea inmenso que pide a gritos más papeles protagonistas. Y la elección de los secundarios, con Carlos Areces en un estrambótico papel de etarra, tampoco desentona.

No todo es tan positivo. Se puede reprochar que el cierre no esté a la altura del desarrollo, con una secuencia que fractura algo el tono y algún leve exceso en lo paródico, hasta entonces comedido. Lo que parece claro es que, aislando las circunstancias políticas, sería extraño que algún otro director de comedia en España hubiera sido capaz de sacar esta película a flote con tanta seguridad en este momento. Sopesando objetivos y resultados, Negociador es el largometraje más completo de Cobeaga hasta la fecha, un nuevo atino en su constante y sagaz reinvención de los registros cómicos.

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