Merry-Go-Round (Zoltán Fábri)

Sobre la figura de Zoltán Fábri ya hemos tenido la oportunidad de hablar largo y tendido en la web en las diferentes reseñas de sus películas que hemos publicado en meses precedentes. No me cansaré de afirmar que Fábri es el mejor director de la historia del cine húngaro, sin duda fundador de una escuela propia que situó al por aquél entonces cine magiar de posguerra en el mapa cinematográfico mundial tras unos años en los que la emigración de los mejores talentos del cine centro-europeo a tierras estadounidenses había dejado en cierto sentido huérfano de maestría los estudios ubicados en el mapa central del Viejo Continente. Si hay un punto que me fascina del universo construido por este cineasta cumbre es su perfecta asimilación de los mejores ingredientes que influenciaron su arte. Así, Fábri podría definirse como un naturalista francés nacido de la escuela de Jean Renoir, pero también como un neorrealista tardío de reminiscencias Fellinianas (antes de que Fellini se convirtiera en un personaje en sí mismo), pero igualmente podríamos catalogarlo como un paisajista emanado del cine soviético poseedor de ciertas señales muy críticas con el entorno social y político más cercano a su ser que anticiparon en cierto sentido esa forma de hacer cine muy corrosiva a la vez que trágica y demoledora de la vieja escuela checoslovaca o polaca. Y es que el sello de este cineasta sin igual está estampado en alguna de las más hipnóticas e imperiales películas del cine europeo de la segunda mitad del siglo XX. Únicamente, animo a todo cinéfilo interesado por descubrir un cine diferente, moderno, por el que parece no haber pasado el tiempo, a que se atreva a investigar por sí mismo en la filmografía de este genio del séptimo arte, ya que seguramente quedará atrapado sin posibilidad de escape en las redes de este prestidigitador del cosmos más soterrado y pesimista de la vida, si bien advierto que los efectos narcóticos y adictivos de Fábri son incurables, por lo que una vez iniciada la relación de pasión con el húngaro, ésta durará por siempre hasta el fin de nuestros días.

Merry-Go-Round

Tras unos meses sin reseñar una película de este maestro, he decidido apostar por incluir en la web una de sus mejores y quizás más aclamadas películas: la romántica, magnética, soberbia y apasionante Merry-Go-Round (de título original Körhinta), una de las primeras cintas que tuve la oportunidad de ver de este filósofo del cine y que debido a mi dejadez he ido retrasando su reseña, quizás por miedo a no estar a la altura de semejante monumento del cine europeo. Y es que, para un servidor, esta es sin duda una de las mejores obras de toda la historia del cine europeo, en la cual se manifiestan todas las bondades de este oficio de hacer cine típicos de la artesanía cincelada en las escuelas cinematográficas sitas en Europa. La relevancia de Merry-Go-Round no estriba únicamente en ser la primera obra de Fábri que obtuvo un éxito internacional indiscutible, dando pues a conocer en todo el mundo un nombre que hasta ese momento había permanecido encerrado dentro de las fronteras de su país, sino que fundamentalmente supuso un retorno desde esos incipientes movimientos de ruptura que empezaban a surgir en la segunda mitad de la década de los cincuenta, a esa forma de hacer cine rubricada en la Francia de los años veinte y treinta, en la que el naturalismo, el «cinema verité», el regusto por enfrentar las hostilidades que el ambiente rural impone en la ingenua personalidad de esos jóvenes rebeldes enfrentados a las tradiciones y a los convencionalismos de sus mayores que impiden a aquellos alcanzar la felicidad plena, así como esa apuesta por poner en práctica una puesta en escena que mezcla con acierto la realidad que brota del rodaje en exteriores con la asfixia que impregna el encierro bajo las cuatro paredes de los chamizos rurales que albergan a los protagonistas, convierten a la cinta en un verdadero espejo de arte que irradia genialidad en cada palmo de metraje.

Merry-Go-Round

La película arranca de un modo muy seductor y nostálgico, centrando el objetivo en una feria campestre en la que la música tradicional arrastra al gentío hacia las atracciones dispuestas para evocar al público presente sus más tiernos años de infancia. Así, la cámara se fijará en un columpio que alberga a la feliz juventud que se dispone a pasar una jornada vespertina jovial y divertida en el otoño de 1953, entre feriantes y payasos de circo. De este modo conoceremos a la alegre Mari Pataki (interpretada por la joven actriz fetiche de Fábri Mari Töröcsik en el que supuso su debut en pantalla), una bella adolescente de padres campesinos que tratan de huir de las normas colectivas que marcan el trabajo en la cooperativa agrícola local, con objeto de crear una empresa propia ajena pues al yugo del trabajo cooperativo. Mari es una joven soñadora enamorada en secreto de un humilde campesino llamado Mate con el que compartirá una agradable jornada otoñal disfrutando de juegos y vueltas alrededor del carrusel que alberga la feria. Sin embargo István (el padre de Mari), no verá con buenos ojos la relación de su hija con un campesino sin futuro ni tierras anclado en la tradicional división del trabajo cooperativista, siendo el principal objetivo de éste casar a su hija con Sandor, un destacado y adinerado lugareño que al igual que István ha optado por abandonar la cooperativa del pueblo para administrar su propia empresa en colaboración con su futurible suegro, cuya belleza y juventud es inversamente proporcional a su poder político y monetario.

Partiendo de esta simiente típica del melodrama romántico, Fábri construyó una película para nada dócil en la que no caben huecos para el sentimentalismo ni el almíbar. Todo lo contrario, puesto que la cinta se alza como un bello poema que retrata ese difícil paraje que conlleva el paso de la inocencia a la madurez así como las dificultades a las que se enfrenta esa juventud idealista aún no contaminada por la experiencia vital y el pesimismo que acarrea el compromiso en un entorno hostil caracterizado por la lucha por la supervivencia como único medio de subsistencia. Así, la ingenua Mari será en principio remisa a caer bajo las garras del sucio y corrupto Sandor, el cual intentará vejar infructuosamente la virginidad de Mari gracias a la pasividad mostrada por el padre de ésta ante las lascivas propuestas de su socio. En paralelo, Mari y Maté fortalecerán sus lazos de unión a espaldas de los padres de la adolescente, encontrándose con el obstáculo impenetrable de la fiera actitud de István ante la presencia en sus tierras del joven campesino, al que prohibirá todo contacto con su hija, temeroso de que sus planes de boda de conveniencia se vayan al traste.

Merry-Go-Round

La historia romántica de amores imposibles alcanzará su punto álgido durante la celebración de una boda campestre entre dos miembros de la cooperativa a la que serán invitados todos los labriegos del lugar. En una escena para la historia del cine, mientras que los paisanos bailan alegremente bajo los sonidos de los violines y los cánticos, Maté, borracho y apenado ante la negativa de István de ofrecerle la mano de Mari, desafiará a su pérfido oponente lanzándose a un baile arrebatador y sin freno a la vista de todos junto a Mari, girando sin descanso del mismo modo que ese carrusel de alegría hizo girar jubilosamente a los protagonistas en el arranque del film. Fábri planificó esta escena de un modo sublime, gracias a un montaje en el que los primeros planos sudorosos de los rostros, manos y bocas de Sandor y los padres de Mari se alternan con la giratoria imagen de los amantes bailando en un acto de clara evocación sexual en el que la danza adoptará la forma de una escena de sexo pasional y carnal, moldeando en las gotas de sudor de los cansados rostros de los bailarines los gemidos del placer erótico.

Fábri adorna esta fantástica y simbólica escena con un flashback que retorna la mirada a los terrenos de la feria de la que parte el film, mostrando igualmente a los bailarines inmersos en los mareantes y alegres giros del carrusel que alojaba esa primeriza inocencia juvenil que ha sido demolida con el paso del tiempo por las dificultades halladas por los dos jóvenes en esa ruta trazada desde aquél día que se ha manifestado como una senda minada para el amor verdadero y por tanto para la felicidad. Al contrario, la ventura ha desaparecido para dejar paso a la demolición psicológica y el desconsuelo que los efectos de la experiencia traslada a nuestra existencia vital. De este modo, los dos amantes deberán afrontar su sino, debiendo optar entre la tranquilidad que reside en la convivencia y el cobijo en el hogar familiar y el riesgo que supone el abandono de esta residencia para iniciar una aventura incierta pero irradiada de ese inspirador primer amor.

Merry-Go-Round

La película es una auténtica joya de principio a fin a la que no le sobra ni un minuto de metraje, regalando por tanto al público una bellísima historia de amores de juventud de trayecto quebradizo y complejo, que también esconde un cierto mensaje político pro-comunista al convertir en los villanos del cuento a los dos personajes que deciden aislarse de la doctrina colectivista para lanzarse a la aventura de la empresa individual y mercantilista por espurios intereses, hecho que impedirá satisfacer los deseos más profundos de sus más íntimos familiares. Como había comentado anteriormente, la puesta en escena llevada a cabo por Fábri recuerda al instante a los mejores trabajos de Jean Renoir tanto por ese encanto melancólico de belleza impresionista que ostentan las escenas más potentes del film, como por el carácter naturalista del que hace gala Fábri, mezclando con tino y talento secuencias bucólicas que podrían haber sido dibujadas por el propio Auguste Renoir con otras tomas de ambiente más salvaje y aterrador, como el intento de violación de Mari por parte de Sandor, la ya mencionada escena del baile de gran simbolismo erótico o la discusión y pelea protagonizada por el tirano de István y su hija.

La música es otro de los aciertos del film. La alegre melodía de acordeón que acompaña las peripecias vividas por los personajes actúa como una especie de narrador omnisciente que remarca el carácter azaroso, curvo y enigmático que caracteriza nuestro deambular por la vida. En este sentido, Fábri reflejará que somos simples marionetas dando vueltas alrededor de nuestro destino acompañados por distintas sombras así como por la jovialidad de la música, siendo el paso del tiempo ese ente enigmático y oculto que detendrá nuestro alegre viaje, obligándonos a hacer descansar nuestra existencia en un cosmos ajeno a aquellos viejos buenos tiempos en los que las risas, la amistad y el amor eran los paradigmas sobre los que pivotaba el tiovivo de la vida.

Merry-Go-Round

Son claras igualmente otras referencias que posee el film como por ejemplo el Menilmontant de Dimitri Kirsanoff o el París, bajos fondos del genial Jacques Becker, pero sin duda lo que marca la diferencia de esta espectacular cinta con respecto a posibles influencias y doctrinas es su lenguaje propio e inmutable, un punto que marcaría la puesta en marcha de esa nueva forma de hacer cine en Hungría marcada por la tragedia y la reflexión política que daría lugar a una escuela de legendarios resultados y alumnos.

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