Lo mejor de 2018 por… Dani Rodríguez

Llega el final del 2018 y con él el momento de repasar lo mejor que ha dado de sí en lo cinematográfico. Un año que, derivando ya hacia los gustos personales, ha dejado alguna que otra perla en el terror, demostrando (una vez más) el cómo los jóvenes cineastas parecen querer evocar los antiguos efluvios de un género disruptivo, inconformista y de siniestro calado abstracto. Pero, como suele ser habitual en los listados que servidor aporta cada año, piezas de singular terror como han sido en este 2018 Hereditary o The Strangers: Prey at Night (una de las sorpresas del año) se fusionan con exquisitos retratos postmodernistas de un intenso componente fantástico (Mandy, In Fabric), dramas con revestimiento de etiqueta autoral (Roma, Tarde para morir joven), o propuestas venidas de dos festivales indispensables para este que escribe como Gijón (La Favorita) o Sitges (Under The Silver Lake). En el caso de la película de David Robert Mitchell, ha supuesto una de las revoluciones del año: su inteligencia, su idiosincrasia destructiva y sus exquisitas maneras para el noir hiperestilizado han conformado la que seguramente sea una de las mejores películas de los últimos años.

 

10 — Roma (Alfonso Cuarón)

Las polémicas sobre las peculiaridades de distribución de Roma no deben ser problema para disfrutar de la nueva autoconsciencia narrativa de Alfonso Cuarón, que vuelve aquí a desplegar su inventiva visual, con una lograda melancolía bajo las inspiraciones estéticas del blanco y negro. Narrativamente desgarradora, a colación de su condición de memorabilia histórica, las grandes cualidades de Roma radican en una alternancia emocional cuidada al mínimo detalle y que permite la inmersión en un relevante capítulo de la sociedad mexicana, aunque el logro de la película resida tanto en su regusto costumbrista como en sus demoledores efluvios realistas que utiliza como trasfondo. Todo supone el andamiaje perfecto para conmover con una historia que presenta un afligido abanico de emociones, con una exposición en pantalla tal que las piruetas visuales de su cineasta jamás se han sentido con tanto sentido por la recreación. Un cuento apabullante repleto tanto de ternura como de aflicción, equilibrado a favor de de su durísima regresión a los incómodos tránsitos históricos que se proponen.

 

9 — Tarde para morir joven (Dominga Sotomayor)

Con el elemental cambio socio-político vivido a principios de los 90 en Chile como telón de fondo, Dominga Sotomayor se atreve en la sumersión de esta importante transición a través de las vivencias de un grupo de jóvenes que parecen vivir aislados de los vientos de cambio de su sociedad. Con una trabajada atmósfera emocional y una predisposición escénica que cabalga entre el cine de guerrilla y el pseudo documental, la obra nos remite a un tipo de cine que lucha por la recreación de la emotividad, con unas inspiraciones realistas que permiten ahondar en el abanico de emociones de su grupo de personajes. Delicada, incisiva y con un envoltorio ambiental embriagador, se da una clara intención sentimental al drama ‹coming of age›, donde aspectos tan cotidianos como la esperanza, la mirada al pasado o las revoluciones intrapersonales adquieren una lectura especialmente relevante, con esta historia sobre la vida misma ante la anhelada llegada de la libertad.

 

8 — In Fabric (Peter Strickland)

Tal y como demostró en su anterior Berberian Sound Studio, Peter Strickland es un obseso reivindicador del estilismo sugestivo del fantástico italiano. Esto supone aquí la principal rama formal en esta historia de horror abstracto inspirada bajo un fino sentido del humor y un demoledor mensaje crítico en su contexto. La ambientación, no podía ser más costumbrista: unos almacenes de ropa británicos que cobijarán el extraño vestido rojo que causará sórdidos estragos. Interesante, vigorosa y apasionada revisión de los esquemas audiovisuales de la vertiente más arty, visceral y osada del cine de género europeo, rezuma en cada uno de sus planos una mirada intrínseca a la energía narrativa, confiriendo en ella todo tipo de estamentos clásicos envueltos en un post-modernismo fecundado con enorme gusto por el detalle. Irónica y desprejuiciada, es su particular concepción cómica lo que acaba de redondear una propuesta luminosa en intenciones, pero de perverso reverso en su mensaje.

 

7 — Hereditary (Ari Aster)

Los motivos por los que Hereditary ha supuesto la pequeña gran revolución dentro del cine de terror estos años son bastante evidentes: Ari Aster ha devuelto a la actualidad un medido mecanismo narrativo desde el cúmulo de naturalidades del género que parecían sepultadas bajo los cánones más conformistas de la actualidad del género. Desde su calibrada arquitectura a favor del encumbramiento de un horror abstracto y sórdido, pasando por un ideario del espanto circulando hacia la enajenación, y llegando a un tercio final que se desenvuelve con devoción hacia el género en una concepción de lo primigenio donde todo lo expuesto con anterioridad cobrará un espeluznante sentido. El terror de atmósfera envolvente, la incomodidad implícita y el férreo cuidado por las aristas más sutilmente enloquecidas de tiempos pasados vuelve en Hereditary como una cinta particularmente conjeturada hacia el embriagador extremismo.

 

6 — La Favorita (Yorgos Lanthimos)

Con el revestimiento estético y argumental del drama de época, el disruptivo Yorgos Lanthimos recrea un sátiro y destructivo triángulo amoroso en plena corte británica del siglo XVIII. Para ello, con La Favorita el cineasta recorre los estertores de un academicismo formal repleto de ironía y de obligado preciosismo estilístico, donde paulatinamente irá descubriendo unas capas intrínsecas repletas de cinismo y mordacidad. Una opresión interna mostrada en pantalla con las tan queridas estridencias estéticas del cineasta y una creciente melancolía, que son las principales armas de la cinta para que su tridente interpretativo regale algunos de los mejores momentos del año, tan afines a la ironía como a un sentimentalismo erigido por una perturbadora auto-destrucción. Por momentos incómoda, la investigación interna que hace a cada una de sus protagonistas impacta como una subversiva y perturbadora reversión del drama histórico, apabullante en inteligencia e identidad, y donde los impulsos emocionales adquieren unas sombrías ramificaciones.

 

5 — Relaxer (Joel Potrykus)

Bizarra y alocada, la nueva película de Joel Potrykus parte de una idiosincrasia tan absurda como hechizante: la decadencia de la sociedad en la recta final de los años 90 con el pánico cibernético al cambio de milenio y un joven adicto a los retos; de esto último, su última gran apuesta es batir el record mundial del popular videojuego PacMan. La nostalgia retro sumergida en un torreón de personajes y situaciones hilarantes es lo que convierte a este Relaxer en un inhóspito cuento existencialista en un plano minimalista e incluso con ímpetu teatral, que derivará en su tercio final hacia un survival sucio y obsceno; fantasía y paranoia con un divertidísimo y trasnochado hálito pesadillesco, y con un increíble gag final. Sólo apta para los espectadores más desprejuiciados, bajo su hilarante sentido del ridículo se esconde un discurso mucho más decadente de lo que pudiera parecer, con una interpretación protagonista de Joshua Burge merecedora de todo reconocimiento.

 

4 — The Strangers: Prey at Night (Johannes Roberts)

Una de las sorpresas del año dentro del terror ha sido el comprobar cómo un proyecto repleto de contratiempos productivos ha derivado de ser concebida como una secuela tardía a convertirse una de las mejores aportaciones al género del año. Johannes Roberts coge la arquitectura ‹home invasion› de la obra predecesora para ejecutar un slasher fiel y comprometido con los andamiajes básicos del subgénero, dotados de un modesto conglomerado audiovisual que regala un puñado de escenas anexadas a una espontaneidad cinematográfica pasional y devota. Su ausencia de pretensiones hace que en esta segunda parte se erijan de manera inesperada preceptos básicos como la crueldad o el extremismo, envueltos a un conjunto de peripecias sensitivas a favor de los mecanismos más funcionales de una película de su género. Se ignora aquella primera parte creando un reformulado y vehemente sentido por la estética, conectando de manera pasional con un romanticismo inspirado en la recepción de todo amante del terror.

 

3 — La casa de Jack (Lars Von Trier)

Los Estados Unidos de los 70, campo contracultural idóneo para desenvolver los más duros entresijos de la idiosincrasia del ‹psychokiller›, es el espectro cronológico escogido por el siempre polémico Lars Von Trier para dar envoltorio a su última obra. The House That Jack Built no es tan diferente al resto de sus propuestas, donde edifica una nueva mirada introspectiva hacia los entresijos más disruptivos de su cinematografía, aquí con el arte del asesinato como precepto formal y metafórico. Matt Dillon está especialmente disparatado en su rol, luchando por situarse a la altura de la última gran extravagancia del director danés donde vuelve a poner sobre la mesa un conjunto de alocadas coyunturas al servicio del universo interno de un asesino en serie. Fiel a su inherente radicalismo y acertando en su provocación utilizando los más directos mecanismos de la imagen, la cinta se erige en su incorrección como un apabullante recorrido a través de alguna de las más retorcidas obsesiones de su cineasta.

 

2 — Mandy (Panos Cosmatos)

Tras dinamitar los límites del cine sensorial con la majestuosa Beyond the black rainbow, Panos Cosmatos erige en Mandy un espectáculo audiovisual donde asienta la anarquía interna de su peculiar y descontrolado sentido por el impacto estético. Mandy es una de las más perturbadoras historias de venganza impresas en una pantalla de cine, consiguiendo que su intrínseca naturalidad disruptiva explote gracias a un intransigente conglomerado de lisérgico extremismo, que alcanza en su perfecto compromiso con el género una anexión pasional y devota hacia los ramalazos más viscerales del cine grindhouse. Un colosal Nicolas Cage engrandece una cinta entendida bajo una sensitiva obra hacia lo desmesurado, donde su berseeker supone el vehículo para que Cosmatos, verdadera estrella de la función, exorcice un ideario que va desde el cinismo de pequeños clásicos olvidados como La Matanza de Texas 2, los efluvios inconformistas del género en los 70’s o las anexiones más sórdidas de la contracultura popular.

 

1 — Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell)

Tras revertir de manera angulosa los entresijos del ‹slasher› con It Follows, David Robert Mitchell plantea aquí un neo-noir de inspiración estética, bajo la construcción de un universo bizarro y absurdo edificado por una multitud de referencias pop. Su concepción del thriller, deudora de los hálitos clasicistas del suspense británico, es la consistencia formal bajo la que ahondar por su discurso deconstructivo de la (contra)cultura estadounidense, con claros efluvios de extremismo ‹arty› y una deformación mitológica dentro de una cinta vanguardista en su forma, pero destructiva en su demoledor trasfondo. Under The Silver Lake recrea un universo propio, deformado y de siniestro colorismo, indescriptible vehículo para conducir esta catastrofista sátira acerca de los iconos populares que pueblan en nuestro día a día. Un thriller que destapa sus capas en una escena de inflexión magistral y aniquiladora, donde se demuestra la enorme habilidad del cineasta por desenvolver una estructura clásica en un contexto de incómodo realismo.

 

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