El peligro de realizar listas de lo mejor del año, y más en lo cinematográfico es que es difícil de definir, sobre todo en los márgenes de la temporalidad, que entra y que no. Hay películas como Drive o Shame, estrenadas en España en 2012, que son realmente del 2011, otras como Django desencadenado o Las ventajas de ser un marginado que siendo del 2012 no han llegado a nuestra cartelera hasta el 2013. Es por ello que ciñéndonos más a un año natural estricto senso, esta lista contiene lo visto durante el 2012 (entre estrenos y festivales), sin importar realmente su año de estreno (con unos márgenes razonables claro está). Difícil e injusta tarea esta que hace que títulos tan destacables como Submarine, Los Muppets o [•REC]³ Génesis se queden fuera (por no hablar del mainstream puro y duro que este año nos ha obsequiado con alguna que otra perla como Los vengadores o El caballero oscuro: La leyenda renace). Quizás las 10 incluidas no sean las mejores por su calidad, pero si constituyen una selección variopinta en nacionalidades, géneros y, más importante todavía, cosas interesantes a aportar.
10 — Animals (Marçal Forès)
Alejado del ruido mediático de un Bayona, o de productos hinchados artificialmente como Blancanieves, el debutante Marçal Forès articula una pequeña pieza cuyo mensaje tiene la grandeza de calar como la lluvia fina: poco a poco y sin ruido. Con una estética mestiza entre la ciencia ficción y el frío realismo de un Bresson, Animals consigue transmitir una atmosfera onírica e intima para describir el difícil mundo de la adolescencia. Un ‹No Man’s Land› de sueños rotos y difícil aprendizaje donde la incomunicación te la puede resolver un osito de peluche angloparlante. Heredera de films como Donnie Darko, Animals consigue dar con la tecla para emocionar sin hacer trampas. Tan simple y pura como una broma macabra o la pérdida de la inocencia.
9 — Warrior (Gavin O’Connor)
Rocky o la más reciente The Fighter tienen en común no solo el tema del boxeo, sino que sirven para ilustrar ese gran tema americano consistente en glosar virtudes como el esfuerzo y el sacrificio para superar condiciones adversas. Sea una familia desestructurada, problemas de drogas o marginalidad social, los protagonistas pelean en un ring a la vez que contra sus frustraciones personales. Warrior, siguiendo en esta estela, presenta si cabe una variante doble, por un lado el luchador rabioso cuyos golpes no son más que gritos de rabia contra todo y contra todos, un nihilista del ring que contrasta con su hermano, el otro protagonista, cuya lucha no es por emerger sino por no hundirse. Y es que Warrior es reflejo de su época en tanto que la gloria, el ascenso social ya parece una utopía. Lo único en juego es sobrevivir, luchar por mantener el ‹statu quo› o sencillamente estallar indignadamente contra todos. Nada mejor para ello que enmarcar la lucha final en un escenario reflejo del capitalismo más salvaje, todo neón y artificio, un show time que no tiene más gloria que el show por sí mismo. No estamos ante un combate deportivo, estamos en la Roma de los gladiadores, pan y circo, gloria u olvido. ¿Y redención? Lo sentimos, Disney sigue congelado.
8 — Holy motors (Leos Carax)
Probablemente una de las películas más celebradas del año supuestamente por el atrevimiento formal de su director, el ‹tour de force› interpretativo de Denis Lavant y… Y sí, todo esto puede que sea cierto pero más allá de las sesudas interpretaciones que Holy Motors plantea, uno tiene la sensación de que bien mirado esto no es más que una gran, hermosa, y como no perfectamente realizada broma cinéfila. Al fin y al cabo todo parece serio, trascendente, como escondiendo un mensaje filosófico de gran importancia que solo mentes privilegiadas podrán desentrañar. No obstante, entre tanto vaivén argumental, tanto giro formal, tanto desconcierto parece intuirse un Leo Carax detrás de las cortinas riéndose a mandíbula partida no del humo que está vendiendo sino de las toneladas que la audiencia está comprando. La clave está en su interludio. Nada más incongruente que un lugar sacro como una iglesia y una banda (a lo Emir Kusturica) tocando el acordeón. ¿Incongruente? ¿Seguro?
7 — Project X (Nima Nourizadeh)
¿Una comedia estudiantil rodada cámara en mano? Esto es lo que faltaba, después de la sobreexplotación del formato en estupideces como la saga Paranormal Activity y en otros géneros como el de superhéroes con la sobrevaloradísima Chronicle solo nos quedaba por ver otra película más que se aprovecha del tirón y encima en el género más estúpido de los que puede ofrecer el panorama cinematográfico. Esto es, a grandes rasgos, lo que a priori uno puede pensar antes de ver Project X ¿y después? Pues después uno no puede más que admitir que acaba de asistir a uno de los espectáculos más disparatados, locos y brillantes del año. Y no es por el formato que poco puede aportar, son porque detrás de las mismas e icónicas juergas ‹high school› americanas de siempre se esconde la voluntad irreverente de no posicionarse moralmente en contra, de no escupir moralina, de no ser un falso liberal como Judd Apatow sino todo lo contrario. Esto es una celebración y una apología de la irresponsabilidad de ser joven. Un ejercicio, con pulso de locura ‹in crescendo›, que aplaude la anarquía, lo descerebrado, la destrucción por el placer de verlo todo en ruinas y que como colofón invita al no arrepentimiento, sino a soltar una sonora carcajada al grito de «me lo he cargado todo y qué?!!» Una de las muestras de cine social más auténticas de los últimos tiempos. ¿O es que reflejar el mundo de lo mononeural en estado puro no es también reflejar un sector de la sociedad?
6 — The Cabin in the Woods (Drew Goddard)
En los años 90 Wes Craven revolucionó el mundo de terror adolescente con la autorreferencial Scream, un atrevimiento que generó un aluvión tan grande de películas que acabó por diluir el efecto buscado. Si Scream quería reírse de los tópicos acabó por generar un auténtico alud de los mismos. En este sentido Drew Goddard busca lo mismo que Craven pero dándole una vuelta de tuerca más al asunto. Esto no es metacine, es directamente un pie de página gamberro que intenta explicar de forma irreverente los tópicos que hemos visto mil y una veces en el subgénero del terror ‹backwoods›. No estamos ante un título redondo, por supuesto, hay demasiado desequilibrio entre el factor comedia y el terror (siempre a favor de la primera parte). No obstante cabe destacar que ofrece tanto un remarcable atrevimiento argumental y, como no, unos últimos minutos de desfase absoluto, de gore desatado que rompe y estira las convenciones del género hasta el epítome climático final.
5 — Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin)
Parece algo contradictorio generar suspense a través de una puesta en escena donde la inacción es la clave del desarrollo argumental. Por eso mismo Martha Marcy May Marlene supone uno de los mayores logros cinematográficos de los últimos años ya que, a través del estatismo, de la fragmentación y de una estructura planificada hasta el milímetro consigue convertir la plácida e idílica atmósfera de un reencuentro familiar en una espiral descendente que va desde el tedio a la inquietud hasta la más inquietante de las pesadillas paranoicas. No desvelamos nada; sí, la película habla del mundo de las sectas, sí habla de las cosas terribles que allí suceden, pero sobre todo muestra las secuelas físicas y psicológicas de una huida hacia delante, de una fuga imposible, de lo que significa exactamente vivir presa del terror.
4 — Un amour de jeunesse (Mia Hansen-Løve)
Fragilidad, delicadeza, intimidad y de fondo un cierto desencanto. Todo esto es lo que Mia Hansen-Løve nos ofrece en un relato de concisa belleza. Un retrato sobre cómo evolucionan los sentimientos amorosos que hace gala de una exquisita feminidad, realzada si cabe, por el hecho de no confundir esto con feminismo trasnochado. Una gran dirección de actores y el justo distanciamiento emocional proporcionan una obra que nos remite al Rohmer de los cuentos morales. Si acaso algo habría que reprochar es posiblemente la falta de ironía de la que hacía gala el bueno de Eric en sus obras, haciendo que el conjunto acabe por resentirse un poco de tomarse demasiado en serio. No obstante esto es pecata minuta para un título cuyo metraje fluye con una naturalidad fuera de la común y que nos permite observar el (des)amor desde una perspectiva tan realista como desdramatizada.
3 — Safety Not Guaranteed (Colin Trevorrow)
Efectivamente, la seguridad no está garantizada y menos para quienes busquen una película de ciencia ficción tradicional. Esta es una película cuya baza fundamental radica fundamentalmente en saber cómo jugar con las expectativas del espectador continuamente. ¿Comedia romántica disfrazada de ‹sci-fi› o ciencia ficción disfrazada de comedia indie? Pues todo y nada a la vez ya que si existe una película que encaje en la definición de lo trans-genérico es esta. Un título que busca una cierta complicidad generacional y que indaga en las paradojas de unos viajes en el tiempo que van más allá del concepto tradicional. Un película que pivota en el recuerdo, la nostalgia y la idea fundamental que no hay máquina del tiempo mejor que nuestro cerebro y no hay mejor viaje al pasado que el de nuestro corazón.
2 — Take Shelter (Jeff Nichols)
Una tormenta que viene, una amenaza que se cierne y un Michael Shannon más paranoico y angustiado que nunca nos sumergen en un historia de tintes apocalípticos donde la metáfora como forma vehicular de transmisión de un mensaje se enseñorea del metraje. Take Shelter da miedo porque crea una atmósfera de opresión paulatinamente ascendente y lo hace siguiendo esquemas “hitchcockianos” al huir intencionadamente del concepto claustrofóbico para expresarlo. Sí, el refugio, el bunker, existe como elemento perturbador, pero la tensión la crean unos espacios que en su apertura infinita no dejan de ofrecer interrogantes. Es la lucha entre lo personal y lo colectivo, el interior y el exterior y de fondo un mundo en vías de derrumbar se ante la incredulidad del colectivo. Una de las producciones más personales, aterradoras y clarividentes de los últimos años.
1 — Casa de tolerancia — L’apollonide (Bertrand Bonello)
Podredumbre, decadencia, mugre, oscuridad, perversión y bajeza palabras todas ellas que no parecen ser capaces de rimar con la belleza y la delicadeza y sin embargo Bertrand Bonello es capaz de extraer como un perfume, gota a gota, de cada uno de los fotogramas de este film. Un apabullante retrato de esas casas de tolerancia de principios de siglo donde, lejos de ofrecer un retrato buenista y romántico, el director nos muestra toda la corrupción, malas artes y degeneración de una alta sociedad hipócrita en lo moral y descarnadamente podrida en lo sexual. Emergiendo de toda la mugre ele elemento femenino aparece como algo indestructible, sensual y solidario. Musas carnales y al mismo tiempo intocables para la simple sexualidad del poderoso. Casa de tolerancia (L’Apollonide) es esto y también un catálogo de virtuosismo pictórico. Un prodigio que convierte cada fotograma en un milagro estético y cada anacronismo musical en una corriente eléctrica de conexión emocional. Más que una película, más que una obra maestra estamos ante lo que podríamos llamar ARTE con mayúsculas.