Lo mejor de 2012 por… Pep S. Ledoux

Para empezar, he de dejar claro que la lista está compuesta por cintas estrenadas durante el año 2012 en España o vistas en ese mismo periodo en festivales de nuestro territorio, con lo cual hay películas con fecha de producción de 2011. En líneas generales, el año que dejamos recientemente resultó bastante atractivo, a pesar de la ausencia de películas que me hubiese hecho mucha ilusión incluir, pero que para continuar con la triste tónica generalizada no han tenido distribución de momento en nuestro país, y no me quedaré con las ganas de citar: Samsara, la última mastodóntica maravilla extrasensorial de Ron Fricke, la provocadora Paraíso: Amor del polémico director austriaco Ulrich Seidl, la divertida En otro país de Sang-soo con una inconmensurable Isabelle Huppert, u otras que no tuve el placer de poder ver durante mi visita relámpago al festival de Sitges, como la esperada Spring Breakers del peculiar Harmony Korine, o el caso de The Master de P.T. Anderson, que se estrenó sólo una semana después de finalizar el año y sería la primera de la lista sin discusión, de haberlo hecho dentro de 2012.

Antes de empezar con las “agraciadas” tampoco me quiero olvidar de las seleccionables que se han quedado fuera por muy poco: la multipremiada Amor, que ha creado un  pequeño desconcierto entre algunos “hanekistas” por la presencia excesiva de su poco habitual corazón, pero que sigue siendo un film notable. Cosmopolis de David Cronenberg, repudiada de manera injusta por gran parte de crítica y público, y que va creciendo con el paso del tiempo. Las divertidas (y “tarantinianas” en el buen sentido de la palabra) 7 psicópatas y Mátalos suavemente. Los picores sexuales del alienado protagonista de Shame, artífice de la proliferación de los chistes de penes cinéfilos de la temporada. La proeza visual de El molino y la cruz, que nos hace vivir en un cuadro de manera sugestiva durante hora y media. Elena, la sobria, precisa e implacable película del ruso Andrei Zvyagintsev, o el  esperado regreso a la dirección de Kenneth Lonergan con la tan apasionante como irregular Margaret, perjudicada por graves problemas de post-producción.

 

10 — Excision (Richard Bates Jr.) 

Presente en el último Festival de Sitges, la cinta nos presenta Pauline, la típica estudiante marginada y nada agraciada físicamente (con la cara repleta de granos) y socialmente torpe. La joven tiene sueños donde realiza disecciones y todo tipo de atrocidades con seres desconocidos que le excitan sexualmente. De mayor quiere ser cirujana, pero no por su amor a la humanidad (que no existe, sólo ama a su enferma hermana y detesta a su posesiva madre), sino porque se pone a cien diseccionando cuerpos humanos con los bisturís. Pese a estas siniestras fijaciones, es un personaje que cae simpático porque dice siempre lo que piensa, y perturba a todos los que le rodean, que se comportan como auténticos cretinos. El debut en el largometraje del prometedor Bates se mueve en terrenos habituales del cine independiente,  salvo en las macabras y escasas ensoñaciones sexuales de la chica y su demoledor final, digno del Gore más pasado de rosca. El nobel director mezcla un potente drama psicológico, profundo e intrigante, con leves tintes de terror, combinando también con acierto el humor negro provocado por el agrio carácter de su protagonista con el horror más truculento de sus fantasías; todo ello acompañado con una gran exquisitez formal. Bates otorga al espectador la opción de hacerse cómplice de la enfermiza joven y su peculiar forma de vida de tal modo que el grado de implicación y fascinación con la narración dependerá absolutamente de la conexión que se establezca entre ambos.

 

9 — Más allá de las colinas (Cristian Mungiu)

Tras su notable 4 meses, 3 semanas y 2 días, Cristian Mungiu recupera el tono realista de aquella, pero esta vez añadiéndole guiños al cine de género, en concreto al de posesiones. El director rumano continúa sin conceder un respiro al espectador y nos sitúa en un convento ortodoxo situado en una zona rural apartada. La llegada de Alina al centro religioso donde se halla su antigua compañera de orfanato desatará un caos paulatino en la restrictiva comunidad religiosa ortodoxa. El director rumano nos obsequia con una triste y opresiva historia donde el amor y la fe se entremezclan con la locura intransigente llevada hasta límites insospechados. Es evidente que simpatiza más con el personaje más atormentado y con menos fe, pero lo hace optando por la contención sin caer en la demagogia fácil, sin ningún interés en subrayar nada, eliminando cualquier atisbo de juicio moral, y con un elevado grado de ambigüedad. Por el contrario, se interesa esencialmente en la evolución que manifiestan las personalidades de su pareja protagonista por encima de los hechos que cuenta. El film destaca por la exquisitez narrativa y exhaustiva precisión de la que hace gala Mungiu, que otorga gran importancia al fuera de campo, con un ritmo pausado, predominio casi absoluto del plano secuencia y unas actuaciones de altura del dúo femenino protagonista: una basa gran parte de su interpretación en sus angelicales ojos, mientras la otra destaca por tener un talento especial para expresar sus traumas interiores.

 

8 — Casa de Tolerancia (Bertrand Bonello)

La primera película del director francés Bertrand Bonello estrenada en nuestras pantallas nos sitúa en el París de finales del siglo XIX y el comienzo del XX con señales claras en el ambiente del fin de una época, nos introduce en un burdel de lujo dominado por la decadencia, la lujuria y el tedio, cuyos clientes son miembros de la alta burguesía y la aristocracia que sacan a relucir todos sus impulsos reprimidos. La película es un atractivo retrato bañado de champán y opio sobre la vida cotidiana de las prostitutas del lugar, donde la convivencia entre ellas se convierte en una auténtica hermandad, cuidándose entre sí para seguir adelante con esa actividad tan menospreciada por la sociedad moderna. Acompañado de bellas imágenes metafóricas, una notable dirección artística, una sugerente fotografía, y una banda sonora anacrónica que usa un par de temas setenteros, Bonello rehúsa del erotismo, pese a que los desnudos femeninos están presentes durante todo el metraje, y opta por una narrativa oscura, hipnótica, ambiental, y con una atmosfera inquietante, en la que no faltará un psicópata espeluznante que va dejando por el camino futuras “novias” para el Joker de Batman. El director francés desarrolla una libre exposición sobre la prostitución de la época carente por completo de pretensiones morales, apartándose de los estereotipos habituales mostrados habitualmente en el cine que utiliza el mismo escenario.

 

7 — El Caballo de Turín (Béla Tarr, Ágnes Hranitzky)

En el año 1889 el filósofo Friedrich Nietzsche se encontró con una persona que estaba azotando violentamente a un caballo. Nietzsche se separó de la multitud que observaba la situación y se abrazó al animal para que su dueño dejara de azotarlo. Bajo esta premisa inspirada en la realidad que nos aparece en un letrero al principio de la narración, el film explora la vida del cochero, su hija y el caballo, y se olvida por completo del filósofo, que desde ese momento dejó de escribir y se sumergió en la locura y dejó de hablar. El húngaro se despoja de casi todos los elementos que amenizaban su de por sí minimalista estilo anterior: ‹travellings› prodigiosos (también los hay, pero están presentados muy sutilmente), gente caminando, y borrachos en las tabernas bailando al son del acordeón. La cinta destaca por una deslumbrante fotografía en blanco y negro, una banda sonora arrebatadora, y una ambientación apocalíptica, desoladora y pesimista. Tarr nos habla sobre la incomunicación y la alienación mediante unas acciones que se repiten a lo largo de todo el metraje, que sólo varían en el ángulo de la filmación (la muda de un anciano y la ingestión de patatas nunca habían llegado a ese nivel de trascendencia en una pantalla de cine). A destacar el plano-secuencia del caballo con el que arranca el film, uno de los más hermosos que nos ha deparado el cine en los últimos tiempos. Cine atmosférico en estado puro no apto para impacientes.

 

6 — Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay)

Basada en la exitosa novela escrita por Lionel Shriver, la cinta narra la historia de Eva, que fracasa estrepitosamente en su intento de criar a su pequeño Kevin, que se comporta como un auténtico hijo de Satán. La narración está drásticamente desfragmentada, alternando los tiempos narrativos para mostrar los recuerdos de la madre (algunos incompletos y confusos) traumatizada por unos acontecimientos que la directora se reserva desvelar hasta el último tramo, pero que se mascan en el ambiente durante todo el metraje. La cinta tiene una estética muy lograda, con una composición de planos muy sugerente, y una portentosa fotografía que ayuda a enfatizar la carencia de empatía existente entre los personajes, y consigue ahondar en su psicología. La constante del color rojo está presente desde la escena inicial en la Tomatina, filmada como si se tratase de una parábola sobre los luctuosos hechos de los que seremos testigos más adelante. La gran Tilda Swinton nos obsequia con una de las mejores interpretaciones que se le recuerdan: cruda, angustiosa, y que transmite una sensación absolutamente demoledora. Dentro de la dureza de los hechos narrados hay espacio para el humor negro en las escenas en las que Kevin es casi un recién nacido, debido a la tormentosa relación entre ambos, pocas veces vista en pantalla.

 

5 — Pietà (Kim Ki-duk)

Tomando su nombre de la escultura de Miguel Ángel de María sosteniendo el cuerpo de Cristo (símbolo del amor materno-filial), la película es una alegoría religiosa en la que el director coreano sigue las hazañas de un personaje sin escrúpulos que se dedica a cobrar préstamos. cuyo cometido es cobrar los intereses a los desesperados deudores, todos ellos trabajadores en una situación de precariedad económica absoluta, con unos métodos dignos del Dr. Mengele. En la primera mitad de Pietà da la sensación que estemos ante una de sus primerizas películas, caracterizadas por un uso de la violencia extrema, pero en este caso aderezadas con el buen hacer visual adquirido durante su prolífica carrera como cineasta. Ki-duk nos obsequia con un drama urbano sobre las perversiones a las que nos lleva el cada vez más despiadado capitalismo y sus traumáticas consecuencias sobre las relaciones humanas. El coreano retrata sin concesión alguna las miserias humanas dentro de la crisis económica galopante que nos está tocando sufrir, en el marco de una historia de odio y de venganza llevados al límite, tan excesiva y desmedida, que sólo un autor con la capacidad narrativa y visual del director de La Isla es capaz de intentarlo y salir vivo del envite. Pietà es con toda seguridad la mejor obra de Kim Ki-duk desde Hierro 3, aunque no llegue al nivel de sus mejores trabajos, que da la sensación que supusieron su cenit como autor.

 

4 — Alps (Giorgos Lanthimos)

El último trabajo del griego Giorgos Lanthimos nos presenta a los miembros de un grupo lucrativo, que utilizan como apodos los nombres de las diferentes montañas que forman la cordillera alpina. Su cometido es a suplir a personas que han fallecido, para hacer menos doloroso a sus familiares el trance por la pérdida de su ser querido, reproduciendo diálogos y momentos que compartieron juntos en el pasado. Las señas de identidad de Lanthimos (creador de un estilo que ha calado en el cine griego reciente, que probablemente tenga mucho que ver con la decadencia económica, política y moral sufrida por la sociedad griega en los últimos tiempos) siguen presentes: clima asfixiante, tomas largas con unos movimientos de cámara casi imperceptibles, planos de medio cuerpo feístas dignos de un camarógrafo borracho, frialdad, y un talento natural para inmiscuirse en los recovecos más oscuros del ser humano a través de unos personajes muy extraños que desean huir de su propia vida haciendo lo que sea para saciar su galopante vacío existencial y alienación. Lanthimos recurre a sus silencios habituales y su cine no explicativo, enseñando con cuentagotas las motivaciones que mueven a esos personajes y su siniestra organización. El resultado global se antoja menos divertido y sorprendente que la magnífica Canino, pero todavía más marciano, sórdido y desconcertante, si cabe. Una obra que perdura durante días en la memoria del espectador y habla de muchos más asuntos de los que aparenta a simple vista.

 

3 — Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin)

Una de las mayores sorpresas del año para un servidor (se trata de un trabajo que divide a crítica y público) nos llegó con el inquietante debut de Sean Durkin, un drama con tintes de Thriller que nos narra la huida de una joven tras pasar un tiempo perteneciendo a una especie de comuna rural sectaria. Los momentos del pasado se van mezclando con el presente, donde vemos la estancia problemática, repleta de traumas, de Martha en casa de su hermana y su cuñado, utilizando el agua como sugerente nexo común entre los dos tiempos narrativos. La película resulta compleja y exigente por su premisa, su desfragmentada narrativa, y su opresiva ambientación, acompañada de una crítica social efectuada con sutileza y elegancia, que ataca a estas organizaciones con dureza pero sin el menor atisbo de sensacionalismo. El film está protagonizado por una excelsa Elizabeth Olsen en el rol de un perturbado personaje, que se presenta como el auténtico alma del film, acompañada de manera excelente por John Hawkes como enigmático y siniestro líder de la comunidad, que se cepilla a todas las recién llegadas, y observa los actos sexuales entre sus adeptos. Cine independiente de toda la vida, que se aparta de la última hornada de films que bajo ese sello se alejan bastante del espíritu inicial de este tipo de cine. Una joya infravalorada.

 

2 — Holy Motors (Léos Carax)

El esperado regreso al cine de Léos Carax sigue el día de un individuo en una limusina, que a partir de unos breves apuntes escritos en cuadernos, se maquilla (usando la parte posterior del coche como si fuese un vestuario teatral) y sale a las calles de París interpretando todo tipo de personajes. El director francés nos habla de aspectos propios del ser humano, del arte, de la vida, y de la muerte. El film transita por unos lugares y unas atmósferas poco comunes en el séptimo arte, acostumbrado a la casi ausente dosis de innovación y riesgo en los planteamientos; ésa es, con toda seguridad, su mayor virtud. Carax Reflexiona, en una obra abierta a múltiples lecturas (rompiendo las barreras entre lo real y lo ficticio), sobre el poder de la narración y los narradores desde diferentes puntos de vista. Un film que puede hablarnos de la locura, de la paranoia o de vete a saber qué, pero que tiene la virtud o el defecto (dependiendo de los ojos del espectador que se enfrente a ella) de que nada de ello tenga demasiada trascendencia. Lo que realmente importa es la hondura y la poesía de sus bellas y sugestivas imágenes. El director galo utiliza el propio cine como una metáfora del viaje de la vida, rindiendo homenaje a diferentes géneros cinematográficos, imitándolos en un principio, para acabar reinventándolos con su transgresora visión.

 

1 — En la casa (François Ozon)

Germaine, profesor de literatura francesa, se aficiona al relato por entregas de un alumno suyo. Para el profesor los textos poseen un gran valor y le anima para que se centre en la escritura de una especie de diario personal sobre sus aventuras secretas en la casa de su compañero, a pesar del tono inquietante con el que describe estos encuentros. Ozon se centra básicamente en la relación profesor/alumno, y muy especialmente en el arte de contar historias. Lo que empieza como un simple juego literario entre el profesor y su discípulo, acaba transformándose en una historia donde se entremezclan diferentes perspectivas, que sirven como excusa para diseccionar a la clase media francesa y europea. En la casa funciona como comedia, como drama, como película de intriga al más puro estilo Hitchcock, y como reflexión sobre la literatura (y por ende sobre el cine), su creación y su consumo por parte de la audiencia. También nos puede hablar sobre el egoísmo del autor literario, que se apropia de sus personajes, mutándolos y moldeándolos a su caprichoso antojo. El espectador se convierte también en un auténtico voyeur, que se ve inmerso en un juego perspicaz en el que la realidad y la ficción se confunde, provocando que se adentre en esta ambiciosa y provocadora travesura a varios niveles, obligando a crear su propio camino para poder interpretarla. Lo mejor del año y de la larga carrera de Ozon para un servidor.

 

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