Linoleum (Colin West)

Linoleum es el típico caso en que hay una mezcla entre una idea atractiva, quizás no muy original pero que apela al sentido de la revisión vital desde el optimismo y su despliegue visual en forma de homenaje hacia otra película. Y es que efectivamente ya no se trata de homenajear a un género, ni tan siquiera a un tipo de cine que podríamos de nominar como ciencia ficción de baja intensidad tendente al culto. No, aquí se trata de poner en fotograma la admiración hacia una película muy concreta y sus modos narrativos.

Que Colin West quiere hacer su particular Donnie Darko cambiando el tipo de viaje propuesto (el temporal por el espacial) es más que evidente. Puede que el punto de partida, o el trayecto, sea diferente pero la destinación es la misma: el autoconocimiento, el sentido de la vida, el amor por los tuyos. Nada en contra al respecto, es más, se agradece el buen gusto del Sr. West al reconocer el film de Kelly como ya un film a reivindicar, como algo parecido a un clásico del género. Pero una cosa es el homenaje y otra directamente algo que se acerca sospechosamente al plagio más descarado.

Y es que West no opta por tener discurso, narrativa o despliegue formal propio, no. Su idea de tributo se limita a copiar sin ningún tipo de vergüenza pasajes, estructuras, discursos e incluso planos enteros de Donnie Darko. Algo que no solo resulta especialmente desagradable por la sensación de ‹déjà vu› sino por la anulación de cualquier atisbo de interés o sorpresa que esto genera.

Ya desde el principio asistimos a un constante quiero y no puedo, de generar emociones de forma casi desesperada, de sentir que estamos ante una obra que es una impostura, una fotocopia que, por tanto, solo puede generar sensaciones robadas. Lo peor de todo, sin embargo, es contemplar la desvergüenza absoluta al respecto. Como si West fuera plenamente consciente del atraco artístico que está perpetrando y le diera absolutamente igual.

Una desgana que se traduce en la atonía de las imágenes, de las interpretaciones, de la planicie absoluta de la trama, que propone un viaje hacia absolutamente ninguna parte. Todo resulta tan telegrafiado que la única perspectiva ante su visionado es resistir a la espera de un milagro en forma de giro final que le dé, ni que sea, un poco de sentido, un poco de interés al asunto.

Algo de eso hay en un desenlace que puede llegar a emocionar aunque solo sea por las buenas intenciones de su mensaje, sus ganas de ser una ‹feel good movie›. Precisamente por ello también resulta fallido ya no tan solo por su sobreexplicación, alargada, subrayada en modos dignos del peor Nolan sino del mismo modo porque todo este destripamiento (con secuencia de planos a lo ‹greatest hits› del film, no sea que nos hubiéramos perdido algo) acaba con cualquier atisbo de reflexión, de cierto existencialismo un poco serio. No, aquí había que finalizar convirtiendo el enigma en lágrimas facilonas, como buscando ser un tablón al que agarrarse ante tal naufragio fílmico. ¿Donnie Darko? No, Donnie Fiasco.

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