Lean on Pete (Andrew Haigh)

No resulta casual la relación que se establece entre la búsqueda y su pulsión paisajística en Lean on Pete; una concomitancia que Andrew Haigh desarrolla en su nuevo trabajo —y el primero filmado fuera de su país— y que, curiosamente, conecta de forma indirecta con un segundo largometraje, el de Chloé Zhao a través de esa maravillosa The Rider, que halla un motivo específico en esos bastos terrenos de la América profunda y en la exploración de determinados códigos que se reafirmaban en lo auténtico de sus espacios. Espacios que para Haigh también suponen un esencial punto de partida al reforzar un concepto, el de la proyección de una identidad, que se asentará a lo largo del viaje emprendido por el protagonista del film, encarnado por un adolescente que, tras perder a su padre y sostener un corto periplo al lado de un entrenador de caballos de carreras, decidirá iniciar su propio trayecto acometiendo un acto de fuga junto a uno de los caballos que iba a ser sacrificado al no desempeñar la función deseada en la competición.

La relación establecida por Charlie, el protagonista, con ese caballo, se comprende así desde dos puntos de vista que tienen un amplio vínculo con la etapa que vive (y a través de la que se manifiesta): en primer lugar, como el intento de preservar una inocencia que, pese a los lugares habitados —más allá del contexto rural, la vida junto a su progenitor se define desde un prisma extraño, donde no parecemos estar asistiendo a una relación padre-hijo aunque los lazos afectivos estén más que consolidados— Charlie sostiene gracias a una mirada ajena a la desconfianza, que todavía no parece viciada por los ojos de la sociedad por más que se fragüe en una independencia reconocible en su forma de afrontar cada situación; y por otro lado, como la asunción de un nuevo paso en el periplo vital en la confrontación de una tesitura a la que no puede hacer frente solo y que derivará, más allá de en un viaje duro en el plano físico, en un vaciado emocional que se reflejará en la figura del animal, cuyo simbolismo y posterior devenir poseerán un peso mucho más grande de lo que se podría presumir en la relación entablada por Charlie con Lean on Pete, el caballo que le acompaña.

Así, y del ambiente manejado por Haigh en esa América profunda, donde —lejos del regazo de su padre— la presencia de Del, el cuidador, y Bonnie, una de las jockeys que trabaja para él —ambos encarnados por actores de contrastado talento como Steve Buscemi y Chlöe Sevigny—, sirve para forjar un lazo emocional mediante el que sostener la presencia de Charlie en esos parajes mientras su padre está en el hospital, se nos traslada a la urbe; un lugar que actuará como mecanismo percutor definitivo de la aquiescencia definitiva de una etapa que no se dispara tanto como dispositivo en un entorno ajeno y en ocasiones hostil, pero sí ve reflejado ese cambio en el modo de enfrentar conflictos desde una perspectiva más impulsiva, revelada por la defensa de un espacio o condición concretos. El autor de Weekend captura en la inmensidad del paisaje y en la figura de Charlie Plummer un reflejo cuya sensibilidad conecta directamente con la de su personaje central, hecho que se pone de manifiesto en esas secuencias finales donde no parece aceptar del todo una situación que es por sí sola irreversible, y que enlaza con lo quebradizo de unos vínculos que parecen encontrar en la familia un eje en el que transitar de nuevo.

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