En la pequeña villa Inviolata un grupo de campesinos trabajan de sol a sol todos los días las tierras de la marquesa Alfonsina de Luna siguiendo la tradición y condiciones del régimen feudal en plenos años 90 del siglo pasado. Entre ellos el joven Lazzaro (Adriano Tardiolo) destaca por su pureza y bondad, dispuesto siempre a ayudar a los demás en cualquier circunstancia. Lazzaro felice comienza como una descripción costumbrista de una comunidad cerrada sobre si misma, aislada del mundo, en la que sus habitantes son explotados por un miembro de la aristocracia que reside allí puntualmente y que no duda en defender su ejercicio exagerado de poder sobre ellos. «Son felices porque les explotan. En el momento en que fueran libres descubrirían su infelicidad», dice. Y estos mismos individuos explotados abusan todo lo que pueden del pobre Lazzaro, un ser incapaz de poner límites a su responsabilidad respecto a las tareas que le asignan. La primera parte del film se configura a partir de un realismo desde lo impresionista, centrado en las anécdotas cotidianas, las relaciones entre los campesinos jóvenes y adultos y la especial amistad que se forja entre Lazzaro y Tancredi, el hijo de la marquesa.
La representación grotesca y la descripción satírica de la familia que posee las tierras y los que la trabajan junto los quehaceres y la vida hogareña de sus sirvientes conducen la película a un realismo de autenticidad absoluta, que permite a posteriori aprovechar los elementos mágicos que se integran en la narración sin cuestionarlos en ningún momento. Porque las conversaciones sobre santos y la fábula cuyo relato se incluye a través de algunos diálogos son ya el preludio a un brillante plano de transición en el que el contexto y el significado de todo lo que se ha planteado inicialmente cambia por completo. Lazzaro es un ser fuera de su tiempo y ahora en la época actual se encuentra perdido. Los poderosos dueños de todo son los bancos y en una sociedad que se basa en el capitalismo los herederos de Inviolata deben sobrevivir como pueden, sin casa, trabajo ni posibilidad de integrarse. Se desvela de esta forma la obra de Alice Rohrwacher como cine político en el sentido mas militante, siendo un reflejo marxista de la descripción de las relaciones de poder, la lucha de clases y cómo únicamente conociendo los procesos históricos se puede entender la realidad del presente.
El punto de vista moral hace directa además la evocación a la influencia del neorrealismo, pero es en Pier Paolo Pasolini con el que se encuentra en su estructura episódica, la naturaleza de sus personajes y esa farsa esquiva con la que imprime una mirada afectuosa hacia ellos. Hasta su protagonista parece heredero de Ninetto Davoli y los recurrentes personajes de su filmografía. Rohrwacher no sólo ha refinado su estilo formal —desde lo naturalista y con la aproximación psicológica de los personajes a través de una perspectiva externa de sus actos y diálogos— sino que narrativamente se permite tomar riesgos gracias a la seguridad con la que maneja los recursos de su estilo personal. En esta historia luminosa y optimista se propone como paradoja un humanismo que no se doblega frente a lo imposible de las condiciones en las que existe aunque esté predeterminado para el fracaso. Un planteamiento que alcanza en la película su máxima dimensión discursiva llevando al límite a Lazzaro y enfrentándolo a nuestro mundo y a sus ciudadanos físicamente. Este enfrentamiento no sólo sirve para demostrar que la solidaridad entre iguales no existe y vivimos alienados, sino que además somos incapaces de reconocer en nosotros las cualidades que hacen a Lazzaro de un ser imprescindible tanto para nuestra posible redención como para cualquier revolución que pretenda cambiar nuestro modo de vida.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.