Last Words (Jonathan Nossiter)

Y en el futuro, el mundo será analógico… hasta su total extinción.

Las mejores distopías surgieron de la narración, y es a lo que se aferra Jonathan Nossiter en su última película, donde el fin del mundo se interioriza con las “últimas palabras” que ficcionó el argentino Santiago Amigorena en su libro homónimo Mes derniers mots. Es decir, Nossiter decide dialogar su película para recrear una novela en imágenes, y se centra tanto en la intimidad del caos final, que nos enmudece.

Last Words es un homenaje al cine, a nuestro caos social y a la reflexión, que tiene como herramientas valiosas a nombres imprescindibles del cine de multitud de procedencias. Es más, se podría decir que si Tornatore hubiese planteado un futuro fin del mundo en Cinema Paradiso, nos habría llevado directos hasta Nossiter.

Es curioso que una película consiga que notemos el paso del tiempo mientras la vemos, casi puedes sentir a cada segundo cómo envejece el tiempo mientras lo empleas en ver una película avocada a un posible fin de la humanidad, algo que hemos visto y leído en incontables ocasiones, pero que en Last Words se centra en dejar un legado más allá de huesos fosilizados, una vez la cultura ha inundado nuestro futuro y el pasado de los protagonistas del film. Se podría hablar de una ‹road movie› de un joven sin rumbo que quiere saber qué significan una bobinas de celuloide que ha encontrado, pero aquí es donde radica el verdadero interés de la película: no importa tanto perecer como ver a ese joven descubrir de la nada la palabra Cine.

Así vemos nacer y evolucionar poco a poco la pasión de un cinéfilo que desconoce la palabra, fijando su mirada sobre fotogramas consecutivos dentro de una bobina, al reproducir imágenes frente a sus ojos sin importar del todo lo que digan —ya sea un fragmento de El sentido de la vida de los Monty Python o Un perro andaluz de Luis Buñuel, como la reproducción de un concierto de Portishead—, o empleando cinética, pericia y un poco de mágica suerte para reformular de la nada la imprenta cinematográfica y sí, grabarlo todo, no perderse nada, para dar un significado a esa nueva (viejísima) palabra: Cine.

Aunque sea un debutante el protagonista, uno al que vemos descubrir los males del universo en sus propias carnes, y relajando su insistencia superviviente con el paso del tiempo, se apoya como decía en pesos pesados del cine, dando forma a peculiares personalidades casi anecdóticas dentro de la historia principal, conformadas por Nick Nolte, Charlotte Rampling y Stellan Skarsgard entre otros, consiguiendo que los cuentos que siempre nos han permitido soñar a partir de las películas se puedan equiparar a sus pequeñas historias, —vistas u oídas, y al parecer no todas vistas por una ya excesiva duración repleta de tiempos muertos—, que intentan hacer trabajar a nuestro cerebro, envejecido por unas horas, aletargado por un cansado viaje, para plantearnos todos esos caminos que les han llevado a reunirse y sobrevivir en la nada absoluta.

Last Words tiene mucho de cine reverenciado ante su propio autor, un trabajo personal e intransferible en el que se emplea el fanatismo propio de Nossiter para dar forma a sus imágenes. Austero y espaciado, el film transita dentro de la calma de los últimos vivos en la tierra en busca de una tierra prometida donde prosperar, enlazando las pulsiones más primarias del hombre ante la necesidad de supervivencia, con el romanticismo a veces apolillado del cinéfilo senior, sin dejarnos del todo claro si quiere que disfrutemos del recuerdo o que analicemos un posible y oscuro futuro, lleno de paisajes desolados que ya podemos encontrar en cualquier rincón que la ciudadanía ha permitido olvidar hasta su autodestrucción.

Tal vez sea eso, una lucha contra el olvido y el desconocimiento, una intención unipersonal de convertir la afición en pulsiones de vida, desperezar al espectador para que se plantee el futuro como algo más que comunidades sectarias, donde la diversidad dé pie a una nueva forma de entender la cultura, a partir de un cuento más donde se describe un futuro diurno y polvoriento que merece ser plasmado para dejar constancia frente a una posteridad incierta. ¿Es el cine el más sincero legado que dejaremos una vez extintos?

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